El Segundo Templo
A su regreso de Judá del cautiverio en Babilonia, los desterrados comprobaron que su tierra estaba devastada por la ocupación babilónica y que se reducía a una pequeña región en torno a Jerusalén, la antigua capital real. Este hecho supuso que la política del rey Yosías de eliminar los elementos extranjeros de la religión nacional se llevó a la práctica sin demasiadas dificultades. El Templo de Jerusalén, reconstruido por los que regresaron del exilio, se convirtió en el centro del renacimiento religioso nacional y adquirió nuevo significado y carácter. La creciente fe en un Dios universal tuvo un paralelo en la doctrina de un solo Templo. La deidad universal única no se manifestaba en ningún lugar de la tierra salvo el Templo de Jerusalén, único sitio en el que podían ofrecer sacrificios a Dios.
El Templo también desempeñó una función más práctica en el periodo posterior al exilio. Desaparecida la monarquía, la responsabilidad de los asuntos internos recayó en las autoridades del Templo y Judá adquirió la forma de “estado del Templo” o teocracia. En la medida en que es posible distinguirlas, las cuestiones civiles y religiosas quedaron a cargo del personal del Templo, que también cumplió la función de erario nacional. El papel fundamental del Templo en la vida nacional quedó reforzado por la antigua obligación que todos los varones tenían de acudir al santuario y la de los Tabernáculos.
Maqueta del Segundo Templo
En estas fechas, los peregrinos abarrotaban Jerusalén y más adelante, en el período de dominio romano (a partir de finales del siglo I d.C.), las celebraciones religiosas con frecuencia desembocaron en motines contra la potencia ocupante.
Las festividades se integraron en la historia de la nación. Originalmente, la Pascua y los ázimos habían sido una fiesta hogareña, pero en este período la comida pascual del sacrificio sólo podía hacerse en Jerusalén, en cuyo Templo se sacrificaban los corderos pascuales (Dt 16, 6). La ceremonia acabó por considerarse la conmemoración del Éxodo de Egipto.
La fiesta israelita primaveral de las semanas (Dt 16, 9-12) representaba el fin de la cosecha del trigo y, pese a que siempre conservó su carácter agrícola, se lanzó con acontecimientos del pasado de Israel, como la alianza con Noé después del Diluvio o con la entrega de la Ley a Moisés en el Sinaí.
En la semana de la gran fiesta otoñal los judíos recibían la orden de habitar en chozas de ramas, costumbre que dio a esta celebración el nombre de fiesta de los Tabernáculos.
Los trabajadores agrícolas moraban en refugios provisionales de estas características mientras se cosechaban los frutos. Empero, en la Biblia no sólo son una necesidad agrícola, sino que se construyen para recordar que los israelitas moraron en tabernáculos en el desierto durante el período en que Dios liberó a su pueblo de la esclavitud en Egipto (Dt 16, 13-15).
La época posterior al destierro fue testigo de los inicios de la Diáspora (“la dispersión”): el establecimiento de asentamientos judíos permanentes fuera de Palestina. El Templo de Jerusalén se convirtió en la autoridad máxima de la reglamentación de la vida religiosa de las comunidades judías dispersas. Anualmente, los judíos adultos de todo el mundo pagaban un impuesto de medio siclo para el mantenimiento del Templo.
Los Sacerdotes del Segundo Templo
Después del destierro, la estructura de la administración del Templo se completó al cabo de un largo proceso de evolución. La pertenencia al personal del Templo era hereditaria y tradicionalmente los oficiantes descendían de Leví, hijo de Lía y Jacob y antepasado legendario de los levitas, la tribu israelita a la que pertenecían los sacerdotes.
Un grupo de levitas- los servidores del Templo- no eran sacerdotes. El profeta Ezequiel afirma que fueron degradados a causa de su idolatría (Ez 44, 10-13). Lo más probable es que descendiesen de sacerdotes que habían celebrado oficios en santuarios regionales en los que quizá incorporaron elementos extranjeros al culto de Yahveh. Dichos santuarios fueron abolidos por el rey Yosías de Judá, que seguramente trasladó a Jerusalén a los sacerdotes que habían perdido su cargo. Los servidores del Templo llevaban a cabo las tareas más humildes, trabajaban de porteros y mataban a los animales sacrificiales (Ez 44, 11). A pesar de todo, estos levitas ocuparon una posición y mantuvieron la antigua función sacerdotal de enseñar la Ley al pueblo. Algunos discursos de los libros primero y segundo de las Crónicas podían reflejar sermones levíticos de la época postexílica .
Los principales rituales del sacrificio del segundo Templo estaban a cargo de los levitas sacerdotales que, respectivamente, se reivindicaban descendientes de Sadoq y de Abiatar, sendos sacerdotes del rey David (2 Sam 20, 25). Para los sacerdotes del segundo Templo, Sadoq y Abiatar descendían de Aarón (hermano de Moisés), primer sumo sacerdote de los israelitas e integrante de la tribu de Leví (Ex 6, 19-21). Los de la estirpe de Sadoq ocupaban la posición principal, probablemente en virtud de un acuerdo postexílico entre ellos porque habían controlado el sacerdocio del Templo antes de la cautividad babilónica, así como los sacerdotes de los santuarios israelitas más arcaicos, como el de Siló. Durante el destierro, el clero regional se ocupó de las funciones sacerdotales del Templo de Jerusalén. Cuando los de Sadoq regresaron de Babilonia, ambos grupos llegaron a un acuerdo que restauró el papel principal de los primeros y que permitió al clero regional compartir la administración del Templo.
Antes del exilio, el culto israelita estaba encabezado por el rey, aunque también existía el jefe del clero de Jerusalén, al que solían llamar, simplemente, “el sacerdote”. Una vez desaparecida la monarquía, acabaron por denominarlo “sumo o gran sacerdote”.
Imagen de un Sumo Sacerdote.
El sumo sacerdote asumió del rey la función de jefe de la nación y heredó buena parte de la ideología monárquica. Al principio sólo ungían al rey, pero en el período postexílico comenzaron a ungir al sumo sacerdote cuando asumía el cargo.
El sumo sacerdote lucía espléndidas vestiduras como las que antaño había llevado el rey. Se ponía turbante, tocado real adornado con un medallón o flor de oro, característica que al parecer procede de la práctica de los faraones egipcios, donde dicho emblema simbolizaba la vida eterna del monarca. Adornado con piedras preciosas, el pectoral del sumo sacerdote recuerda los que llevaban los faraones y los reyes de Siria, a los que se alude en Ezequiel 28, 13. Según el apócrifo libro de la Sabiduría, el mundo entero estaba representado en la vestidura talar (Sab 18, 24). La impresión causada por esta vestimenta queda de manifiesto en la asombrosa descripción que el Eclesiástico 50 hace del sumo sacerdote Simón (Simeón II, que ostentó el cargo en 219-196 a. C.): “Cuando se ponía la vestidura de gloria, y cuando se revestía de ornamentos de de honor…hacía glorioso el recinto del santuario” (Eclo 50,11).
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