Desde la encomienda de Barcelona, queremos abordar otro interesante texto del escritor y periodista español, Jesús Ávila Granados, el cual habla sobre la relación que tenía el Temple con seres tan fabulosos como la hidra.
Deseamos que sea de su agrado.
La iconografía templaria también está llena de elementos que hunden sus raíces en los ancestrales mitos de los pueblos y culturas del mundo mesopotámico, recogidos luego por las civilizaciones clásicas. Uno de estos símbolos es la hidra –del griego hydra-, criatura acuática, hija de Equidna y de Tifón. Este ser mitológico, en forma de serpiente monstruosa, tenía siete o nueve cabezas y, según la mayoría de los textos, vivía en los espacios pantanosos de Lerna; al serle cortada una de sus cabezas, no tardaban en renacerle otras dos nuevas. Heracles –Hércules-, sin embargo, en su noveno trabajo, montado sobre un carro dirigido por Yolao y ayudado por otros compañeros, no sólo consiguió vencer a este monstruo, cauterizando las llagas con el fuego de una antorcha, sino que logró purgar enteramente de estos inmundos seres todo el país de Argos. Prendió fuego a los cañizales del lago, en cuyas raíces encontraban su guarida estos reptiles, haciendo, de este modo, habitables aquellos parajes; “esta hidra de muchas cabezas se componía de una multitud de serpientes que infectaban los lagos de Lerna, cerca de Argos, comenta J.F.M. Nöel. Hércules, además, conocedor de que la sangre de este fabuloso ser era veneno, impregnó la punta de sus flechas en ella, para que sus heridas fuesen mortales; tal como pudo comprobarse luego con las heridas sufridas por Neso, Filoctetes y Quirón. Se decía que si esta sangre se mezclaba con el agua de los ríos, los peces dejaban de ser comestibles.
Este ser mitológico está vinculado con la fiebre de los pantanos, áreas lacustres peligrosas para el ser humano, que sólo podían ser saneados y desecados por la acción del fuego. Al morir la hidra, por la sanación de las llamas, se daba paso a una regeneración de la tierra, aumentando su fertilidad.
La hidra es, por lo tanto, el símbolo de las dificultades y los obstáculos que es necesario vencer improvisando sobre la marcha cuando uno se ha embarcado en una empresa. También este fabuloso ser que habita en los pantanos simboliza los vicios triviales; porque, mientras viva el monstruo y la vanidad no esté dominada, las cabezas, que simbolizan tales vicios, vuelven a brotar, incluso del cuello cortado; por lo tanto, y confirmando la interpretación, todo lo que toca los vicios o procede de ellos se corrompe y corrompe.
Elfa –Elpha-, la personificación del mal, el vicio y la lujuria, sería otro de estos seres fabulosos que aparecen en muchas construcciones templarias. La suerte final de esta serpiente con rostro de mujer es similar a la de la hidra; pero Elfa es vencida porel magotodopoderoso Hécules-Ogmios, un héroe medieval que recoge los mitos y creencias antiguos –desde el poema de Gilgamés (hacia el 2.500 a.C.) hasta beatos altomedievales (Liébana, Girona, Silos, etcétera, de los siglos VIII-XI), inspirados en el Apocalipsis, el libro mágico atribuido a Juan Evangelista- y los incorpora a la cultura del Medievo hispano. Se incluye también en el Cantar de Mio Cid, concretamente, en la afrenta de Corpes, donde los infantes de Carrion, en la villa de Castillejo de Robledo (Soria), hacia 1086, repudian, ultrajan y abandonan a las hijas de Rodrigo Díaz de Vivar.
Se trasladan a finales del siglo XII y comienzos del siguiente algunas de las más profundas esencias mitológicas del mundo mesopotámico y de la Grecia clásica. “Pero es Licofrón- un poeta erudito y enigmático, difícil de entender y, sin embargo, muy leído por los estudiosos de todos los tiempos- quien nos presenta a Hércules venciendo y dominando a La Maga –mitad mujer y mitad fiera- que, como bestia marina, aterrorizaba a los exploradores y navegantes fenicios y griegos que atravesaban el estrecho de Gibraltar; ser infernal que aparece, a su vez, en plena Edad Media, como hidra de siete cabezas”, subraya el erudito soriano Ángel Almazán de Gracia. La Mujer-Serpiente se encuentra asimismo representada en las mito-religión hebrea, que hunde sus raíces en gran parte en las ancestrales tradiciones mesopotámicas, como bien se sabe. Al enigmático poeta griego Licofrón (siglo IV a.C.), precisamente, le debemos la siguiente descripción del Periplo de Ulises, donde comenta de manera especial la malignidad de la mujer-serpiente:
“Y a otros, zarandeados por Sierte y por las playas líbicas y por el angosto canal del estrecho Tirreno y por las atalayas, funestas para los navegantes, de la mujer mitad fiera –antaño muerta a manos del zapador boyero Mecisteo cubierto de pieles- y por los escollos de las arpías de canto de ruiseñor, cruelmente despedazados, a todos recibirá el acogedor Hades…¿Cuántos cadáveres no engullirá Caribdes? ¿Y cuántos la furiosa perra por mitad mujer?...” (Mecisteo no es otro que Macisteo, el hombre cubierto de pieles, armado con una maza, que encarna en la figura de Hércules.)
En muchas casas de la antigua Grecia, como se sigue haciendo en algunos lugares de Asturias, concretamente en los hórreos, se colocaban las elaphe –serpientes con rostro de mujer- a modo de amuletos protectores de los depósitos de alimentos; porque, no debemos olvidarnos, elpha, con su figura de serpiente –mitad reptil y mitad humana- se convirtió en una divinidad inferior veladora de los bienes, desde los más necesarios (cereales), hasta las mayores riquezas (tesoros). Por ello no tardaría en ser objeto de un clamoroso culto en numerosos templos, como el de Delfos, que evoca el nombre de este ser mitológicos. También en la geografía hispana, durante la Protohistoria y, concretamente, en la ciudad de Tiermes, en las parameras sorianas, los pueblos arévacos de las culturas celtíberas rindieron homenaje a esta divinidad, vinculada con las cosechas de cebada, mucho antes de la llegada de los romanos.
En la iglesia templaria de San Pedro de Caracena (Soria), el capitel que corona la columna de la izquierda, en el acceso lateral del pórtico, reproduce un dragón en forma de serpiente de siete cabezas; se trata de una hidra, o una elfa –la mujer serpiente- que transmite unos incuestionables simbolismos a quienes traspasan aquel umbral al entrar en el pórtico exterior del templo. Entre los mensajes que los templarios quisieron transmitir a los feligreses que iniciaban su entrada al primer recinto del templo, estaba, sin duda, el de que, una vez dentro del recinto sagrado, debían dejarse atrás todos los temores y vicios terrenales; la presencia allí de este monstruo conlleva un recordatorio a quien lo contempla de muchos de los pecados que acechan al ser humano a lo largo de su corta vida; entre ellos, la vanidad. Sin embargo, contemplada como divinidad, como hemos podido ver, la representación por parte de los templarios de este ser en el capitel del portal lateral de esta enigmática iglesia soriana, podría transmitir otra lectura: la del talismán protector de todo lo que se halla en el interior del templo. No es una casualidad que, en el suelo, junto a esta sencilla entrada al pórtico, se hallasen varias tumbas de templarios y, en el interior de la iglesia, concretamente en el altar, un ara sagrada vinculada igualmente con el Temple, pero con una escalofriante inscripción en su cubierta: Pertenebat ad malam sectam (“perteneciente a la secta mala”), en clara referencia a los templarios, grabada en el siglo XIV por la Inquisición, tras la eliminación de la orden.
Estos horripilantes seres –en forma de hidras o de mujeres serpiente-, surgidos de las entrañas de los espacios más oscuros de las aguas estancadas, además de en San Pedro de Caracena, se reproducen en numerosos lugares del mundo medieval hispano, y se conservan en los Beatos, Tiermes, El Burgo de Osma, Segovia, Pinilla de Jadraque, etcétera. La serpiente, como símbolo del Bien (astucia, resurrección, prudencia…), o como elemento del Mal (muerte, miedo, veneno, ultratumba…), es uno de los símbolos más usados por las religiones de la Antigüedad para representar a sus divinidades; “pero a partir de cierta época, en las culturas mediterráneas, los dioses de los otros (ídolos), los dioses vencidos o proscritos (demonios), suelen asociarse con dragones, serpientes, culebras, etcétera”, amplía Ángel Almazán.
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