Desde la encomienda de Barcelona, hemos considerado importante conocer la visión de Will Durant, filósofo estadounidense galardonado con la Medalla de la Libertad, y que dejó un legado de ideas, invitando a sus lectores a abandonar sus prejuicios, demostrando que las mentes más abiertas a nuevas posibilidades han estimulado el avance de la humanidad.
Su obra “Las ideas y las mentes más grandes de todos los tiempos”, es un libro estimulante, que recupera la esperanza en los genios habidos desde la Antigüedad, para que inspiren a las nuevas mentes contemporáneas, en el reto de crear una sociedad más justa.
Deseamos que esta nueva sección ,de los textos de Will Durant, sea de vuestro agrado.
Nuestras dudas y peleas empiezan al instante. ¿Por qué canon incluimos a Confucio y omitimos a Buda y a Cristo? Sólo por esto: porque fue un filósofo moral en lugar de un predicador de una fe religiosa; porque su vocación de llevar una vida noble estaba basada en motivos seculares, en lugar de en consideraciones súper-naturales, y porque se parece más a Sócrates que a Jesús.
Nacido en una era de confusión (552 a.C.), en la que el antiguo poder y la gloria de China se habían convertido en una desintegración feudal y en luchas de facciones; Kung-fu-tse se propuso restaurar la salud y el orden de su país. ¿Cómo? Dejémosle hablar:
“Los ilustres antiguos, cuando deseaban dejar bien claras y propagar las más altas virtudes del mundo, ponían sus asuntos y propiedades en orden. Pero antes de ello regulaban sus familias. Antes de regular a sus familias, cultivaban su propio ser. Antes de cultivar su propio ser, perfeccionaban sus almas. Antes de perfeccionar sus almas, intentaban ser sinceros en sus pensamientos. Antes de intentar ser sinceros en sus pensamientos, ampliaban al máximo su conocimiento. Esta investigación del conocimiento reside en la investigación de las cosas y en verlas como son en realidad. Cuando las cosas se investigan así, el conocimiento se hacía completo. Cuando el conocimiento era completo, sus pensamientos se volvían sinceros. Cuando sus pensamientos eran sinceros, sus almas se volvían perfectas. Cuando sus almas eran perfectas, sus propios yo se volvían cultivados. Cuando su ser se cultivaba, sus familias se regulaban. Cuando sus familias estaban reguladas, sus asuntos estaban en orden. Cuando sus asuntos estaban en orden, todo el mundo estaba lleno de paz y feliz.”
Aquí tenemos, en un solo párrafo, una filosofía política y moral. Se trataba de un sistema altamente conservador; exaltaba los buenos modales y la etiqueta, y se mofaba de la democracia; a pesar de su clara enunciación de la Regla de Oro, estaba más cerca del estoicismo que del cristianismo. Cuando un discípulo le preguntó si uno debía devolver bien por mal, Confucio respondió: “Y ¿entonces con qué recompensarás la amabilidad? Devuelve bien por bien, y al mal hazle justicia”. No creía que todos los hombres fueran iguales ya que a él le parecía que la inteligencia no era un don universal. Tal como dijo su discípulo Mencius: “El hombre difiere poco de los animales inferiores y la mayoría de gente lo tira a la basura”. La mayor fortuna que puede tener un pueblo es mantener a las personas ignorantes alejadas de los cargos públicos y asegurarse de que los que les gobiernan sean los hombres más sabios.
Una gran ciudad, Chung-tu, le tomó la palabra y le nombró magistrado. “Una reforma maravillosa –se nos dice-, siguió en el comportamiento de las personas…Los crímenes terminaron…La deshonestidad y la disolución ocultaron sus cabezas. La lealtad y la buena fe se convirtieron en las características de los hombres y la castidad y la docilidad, en las mujeres.”
Es demasiado bueno para ser cierto y probablemente, no duró demasiado. Pero incluso mientras vivía, los seguidores de Confucio comprendían su grandeza y preveían la influencia eterna que iba a tener en moldear la cortesía, la serenidad y la plácida sabiduría de los chinos. “Sus discípulos le enterraron con gran pompa. Una multitud de ellos construyeron cabañas cerca de su tumba y siguieron allí, guardando luto y llorándole como si fuera un padre, durante casi tres años. Cuando todos los demás se hubieron ido, Tse-Kung, “que le había amado más que todos los demás”, siguió junto a la tumba, solo, durante tres años más”.
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