Queremos abordar un tema interesante, que nos narra Jesús Ávila Granados, en su libro “La mitología templaria”; donde nos descubre el extraño Cristo crucificado sobre una curiosa cruz de madera en forma de Y.
Desde la encomienda de Barcelona, esperamos sea de vuestro agrado.
Imagen de archivo. Fotografía realizada por fr.+Ramón.
En Puente la Reina (Garés) –localidad navarra capital del fértil valle de Valdizarbe-, que se correspondería en el tablero del juego de la oca con la casilla 6, confluían cuatro importantes vías de peregrinación procedentes de Francia, como da fe la escultura de un peregrino con una frase lapidaria: “Y de aquí todos los caminos a Santiago se hacen uno solo.” A las afueras de esta esotérica villa, famosa por su monumental puente –el puente de los Pontífices-, que salva las verdosas aguas del Arga, se alza una enigmática capilla, la iglesia del Crucifijo, que pasa un tanto inadvertida para muchos. En su interior, en una capilla o nave lateral, se venera una extraña imagen del Cristo en una cruz, que tiene la particularidad de ser un triple madero en forma de pata de oca, o de Y. Llegó a España desde Renania (Alemania) a comienzos del siglo XIV, por lo cual podríamos establecer en él otro de los vínculos que el Temple mantuvo con sus hermanos los teutones; recordemos que este templo fue el pionero en las construcciones templarias de todo el camino de peregrinación a Compostela en tierras hispanas. “Esta cruz no sólo constituye una horquilla, sino que el tronco central se prolonga por detrás de la cabeza del Cristo, adoptando, en realidad, la inequívoca forma de la pata de oca”, comenta García Atienza. Esta capilla, comenzada en cuadrado y que culmina en un cimborrio octogonal –el ocho, el número de la resurrección-, es lo único, junto con los restos de un pórtico, que se conserva del complejo monacal allí existente en la Edad Media, del que desapareció el hospital, levantado en la aldea de Murugarren –posteriormente englobada en la villa del Puente la Reina, tras la fundación de ésta –en el año 1142, en tiempos del monarca García Ramírez, quien le cedió los terrenos al primer comendador del Temple en la zona, fray Glisón. En un principio, este templo fue puesto bajo la advocación de una virgen negra. Nuestra Señora de los Huertos, procedente de Urdánoz, pueblo del vecino valle de Goñi. Sobre el origen de este crucifijo, se han barajado muchas historias y leyendas; una de ellas asegura que está en Puente la Reina (Garés) por donación de unos peregrinos germanos, en agradecimiento a la hospitalidad recibida en esta población, al regresar de Compostela. No es una casualidad, por lo tanto, que en la ciudad alemana de Colonia, concretamente en la iglesia de Santa María del Capítulo, exista un crucificado de idénticas características. Recordemos que la orden teutona guardó unas muy extrañas relaciones con los templarios. Otro enigma que surge al hablar de esta extraña cruz es que, detrás de ella, en el interior de un lienzo del ábside, aparecieron unas pinturas murales, realizadas en el siglo XIII por un tal Johan Olivier; en una de ellas aparece una crucifixión de similares características a las del Cristo que allí se encuentra sobre la pata de oca de madera, lo que confirmaría el hecho de que los templarios, a pesar de su suspensión oficial, tras el decreto de apresamiento y clausura de la orden, prosiguieron en el mayor secretismo la obra ocultista que tenían encomendada, lejos del tiempo y del espacio.
El crucifijo de esta iglesia de Puente la Reina (Garés), por su singular riqueza simbólica, está vinculado, además, con las más ancestrales representaciones divinas de los cultos orientales; recordemos al Krishna hindú o a Attis, de los misterios frigios, por la crucifixión en un árbol. Además, en las coordenadas de las grandes religiones del universo, la Y griega, que sacrifica al redentor cristiano sobre la IOD hebrea, está vinculada con la décima letra del alfabeto sagrado –la séfira de la Qabbalah- que tiene como principio el mismo Yahvé, origen de todas las cosas, unión de los contrarios. La cruz, esta extraña cruz en su particular forma de pata de oca, eleva el sacrificio de Cristo a un estadio superior a Él mismo, simbolizando, al mismo tiempo, la esencia sagrada de la Arquitectura, con una mano de tres dedos inspiradora de las proporciones divinas del espacio.
Si la oca se convierte en el animal sagrado de los peregrinos jocobeos, por su triple dimensión, aérea, acuática y terrenal, el cisne sería el emblema de los caballeros del Temple, según las sagas germánicas y célticas, como elemento delimitador de las fuerzas celestiales y mortales. Éstos, los cygnatus, valerosos caballeros templarios que cabalgan a lomos de rápidos y mágicos corceles, depararán algunas de las más sobrecogedoras vinculaciones del mundo medieval, donde el Grial y la cábala judía también tuvieron un papel preponderante. “En el panteón grecolatino, la mitología cuenta cómo cada primavera Orfeo regresaba del Hades, en una carroza tirada por cisnes, para restaurar la naturaleza”, comenta el especialista Rafael Alarcón Herrera.
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