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sábado, 20 de febrero de 2010

Israel: Cuando la tierra dejó de rotar todo un día.


Desde la encomienda de Barcelona, hemos encontrado interesante el publicar otro de los misterios que la historia ha querido que se produzcan en el misterioso Israel.

Esta vez el texto lo hemos extraído del investigador español, Javier Sierra, de su libro “En busca de la Edad de Oro”.

Deseamos que su lectura os resulte atractiva.

Israel resultó ser mucha más fascinante de lo que esperaba. Hereda del vecino Egipto el eco sordo de sus desiertos y los atardeceres llenos de contrastes de luz casi sobrenaturales. Sin embargo, a esas virtudes se les suma una atmósfera tensa, de siglos de antigüedad, casi petrificada, que el viajero percibe nada más desembarcar en el aeropuerto internacional Ben Gurion, en Tel Avid.

Como tantos otros antes que yo, llegué a Tierra Santa cargado de investigaciones pendientes. La primera vez fu en 1993. Algunas de aquellas “causas”, enunciadas en una lista larga y meticulosa, requerían de mi presencia en los lugares donde se desarrollaron hechos que tuvieron a Yahvé como protagonista y que demostraban que aquel Dios de los judíos era mucho más que una simple idea abstracta o mística.

Todo empezó con la lectura de uno de los pasajes más particulares del Antiguo Testamento que recuerdo. Uno contenido en el Libro de Josué.

Es éste un tratado que narra las tribulaciones del célebre caudillo judío que da nombre al volumen, ayudante de Moisés durante el Éxodo por más señas, durante la conquista y posterior distribución de Canaán, la añorada “tierra prometida”, entre las tribus de Israel. El libro –el sexto del Antiguo Testamento- narra pormenorizadamente las batallas en las que la larga mano de Yahvé se descargó contra los enemigos del “pueblo elegido”, interviniendo en episodios tan célebres como la misteriosa desecación del río Jordán para que los hebreos entraran en zona cananea, o la caída de las murallas de Jericó al son de las trompetas de Josué.

Sin embargo, cualquiera de estas proezas palidece ante la que se desplegó durante la batalla que enfrentaría a los judíos con la coalición meridional de pueblos autóctonos que pretendían frenar el avance de los invasores. Después de la resurrección de Lázaro y de Jesús, narradas trece siglos más tarde por los cronistas que la escribieron “de oídas”; éste es el milagro que más quebraderos de cabeza ha causado a este curioso investigador.

El lector comprenderá por qué de inmediato.

Dice la Biblia que Josué, queriendo acabar con sus enemigos de una vez por todas, suplicó algo imposible a “su” Yahvé: que detuviera el sol y la luna en el cielo –es decir, que parara la rotación de la Tierra- para disponer de más horas de luz con las que poder fustigar a sus componentes. Así queda reflejado en Josué 10, 13-13 “Aquel día, el día que Yahvé entregó a los amorreos en las manos de los hijos de Israel, habló Josué a Yahvé, y a la vista de Israel dijo: Sol, detente sobre Gabaón; y tú, luna, sobre el valle de Ayalón. Y el sol se detuvo, y se paró la luna.”

Yahvé, solícito, accedió a tamaño prodigio. “El sol –explica el redactor del Libro de Josué –se detuvo en medio del cielo, y nos se apresuró en ponerse, casi un día entero.”

Esta historia me sedujo años antes de mi visita a Israel por una singular razón: en una revista norteamericana titulada The Gideon, hacía ya casi tres décadas, se atribuía a Harold Hill, uno de los consejeros técnicos del programa espacial de Estados Unidos y presidente de la Curtiss Machinery Company de Baltimore, Maryland, unas declaraciones que me dejaron sin habla. De ser ciertas, aquellas explicaciones confirmaban algo en lo que había creído desde niño: que el Universo no es sino un gigantesco mecanismo de relojería.

Pero iré por partes.

Hill explicó a aquella revista que en Greenbelt, Maryland, unos astrofísicos se encontraban calculando la posición de los principales cuerpos de nuestro sistema solar para los próximos siglos, cuando tropezaron con una insólita anomalía cósmica. Realizaban sus cálculos con la intención de diseñar las futuras trayectorias de satélites y sondas espaciales y evitar así choques imprevistos contra cuerpos celestes…Sin embargo, algo falló en los ordenadores. Éstos –cuenta Hill- se detuvieron bruscamente, como si hubieran detectado algún error de cálculo considerable. Al principio, nadie encontró una explicación lógica a aquel comportamiento de la computadora hasta que, finalmente, el director des servicio de mantenimiento de aquellos potentes IBM determinó la causa del fallo de cálculo: inexplicablemente, al pasado del cosmos le faltaba un día. “Alguien” o “algo” había robado veinticuatro horas al tiempo universal, y ese “hueco” impedía proseguir con los cálculos.

¿Un día de menos? El enigma estaba servido.

Aquel mismo artículo en The Gideon explicaba cómo un cristiano practicante que estaba entre los científicos recordó de repente el pasaje de Josué deteniendo el sol y la luna durante “casi un día”…lo que a su juicio podría explicar aquella anomalía. Es decir, la Biblia, de ser cierta aquella apreciación, volvía a demostrar que contenía información científica de primer orden.

…Y este investigador no pudo resistir la tentación de verificar los hechos.

La última vez que traté de comprobar la autenticidad de esta historia fue en enero de 1997. Tras realizar algunas consultas previas en Estados Unidos y en Israel, me puse finalmente en contacto con el National Space Science Data Center (NSSDC) de Greenbelt, donde supuestamente tuvieron lugar los hechos, y rastreé la huella de este episodio hasta donde me fue posible. Nadie sabía nada.

Cuando finalmente estaba a punto de tirar la toalla una vez más, Dave Williams, uno de los científicos que trabajan para el NSSDC, recogió mis dudas y trató de resolverlas. Nunca se los agradeceré lo bastante.

Según su explicación, aquella historia no era más que un mito que ya en el pasado había generado una enorme avalancha de cartas de curiosos que deseaban conocer más detalles del “día perdido”. Me explicó que “cualquier cálculo de posición orbital se inicia con posiciones astronómicas actuales, aunque los operadores pueden estudiar hacia delante o hacia atrás en el tiempo esas posiciones planetarias, sin que nunca hayan tenido problemas”. Además, me aclaró, “el NSSDC no realiza el tipo de cálculos orbitales por los cuales usted pregunta”.

Tampoco el doctor H. Kent Hills, del NSSDC, pudo ser más claro:

-Esta historia es un fraude que ha sido reimpreso, citado o referido durante años en muchos lugares. Se trata, claramente, de un relato de ficción.

Entonces, ¿Todo fue una simple invención?

En la historia de Josué hay un pequeño detalle añadido a tener en cuenta: mientras que en el relato de Harold Hill se asegura que en el pasado del cosmos se perdió un día (esto es, veinticuatro horas), en el de Josué se habla de que el sol se detuvo “casi un día entero”. Nadie había tenido la precaución de tener en cuenta la sutil precisión. La preposición “casi” indicaba claramente que el fenómeno del parón solar se prolongó durante menos de veinticuatro horas, a menos, claro, que Dios redondeara igual que sus criaturas.

¿Cómo podrían hacerse casar ambas secuencias de tiempo?

Aquel artículo de The Gideon, estimulante donde los haya, salvaba también esta segunda cuestión. Según esta publicación, la clave había que buscarla en el capítulo 20 del segundo Libro de los Reyes, en la conversación que mantiene el profeta Isaías con el rey Ezequías en su lecho de muerte. Según el texto bíblico, éste le pide una prueba al profeta de que realmente es un hombre de Yahvé, tras lo cual Isaías hizo retroceder diez grados la sombra que proyectaba un reloj de sol. Es decir, descontó aproximadamente cuarenta minutos a un día…que según The Gidon- bien podrían completar el parón de Josué hasta completar las veinticuatro horas perdidas.

Lástima que, según el NSSDC, la historia de Hill parezca no tener fundamento, y la huella del Gran Relojero no se haya dejado nunca sentir en nuestra historia.

¿O sí?

Durante la elaboración de otro de mis libros, Jesús Callejo y yo recogimos una leyenda similar a la de Josué que tuvo como escenario la localidad de Calera de León, en Badajoz. Allá, en 1173, las tropas de Pérez Correa, maestre de la Orden de Santiago, enfrentadas a un batallón de árabes, imploraron a la Virgen que se detuviera el sol en el cielo para poder acabar para siempre con las hordas infieles…Y el milagro –dicen- se produjo. De hecho, al escenario de la batalla lo bautizaron como valle de Tentudía (contracción de “detente-un-día” en clara alusión al comportamiento del astro rey en aquella ocasión) y le consagraron una Virgen de idéntica advocación.

Entonces, ¿existió o no un Gran Relojero? ¿No sería posible que un pequeño escuadrón de “técnicos del tiempo” nos hubiera dejado sus huellas en algún lugar?

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