Queremos desde la encomienda de Barcelona, continuar con el esclarecimiento de las sociedades secretas. Hoy le toca el turno a la corriente gnóstica. Ese perdurable círculo gnóstico que desde el origen de los tiempos, intenta una y otra vez, plantearse respuestas a preguntas incuestionables para las personas que optaron por abrazar la fe, en lugar del racionalismo empírico y metafísico, del mundo oculto. En definitiva del mundo divino.
Deseamos que sea de vuestro agrado.
A lo largo de toda la historia de la Humanidad, siempre han existido determinados hombres, que inquietos por naturaleza, buscadores natos como podríamos denominarles, no se han detenido nunca en la superficie de las cosas, sino que han tratado de llegar hasta lo más profundo de ellas, aunque para conseguirlo hayan tenido que escarbar de forma paciente, tenaz y minuciosa. Muchos de ellos han encontrado su verdad; otros la han perdido para siempre. La búsqueda de la verdad es una aventura prodigiosa, y a veces no exenta de ciertos peligros. Pero no contentarse con las meras apariencias, explotar hasta el mismo centro de las cosas, tratar de vislumbrar ocultos significados que se disipan al ser expuestos abiertamente, buscarle al rostro exotérico su contraparte esotérica, resulta apasionante y muchas veces altamente positivo. Muchos de los seres humanos que han trascendido de la categoría de meros individuos a la de hombres ilustres, ha sido porque, básicamente insatisfechos, han buscado una realidad más allá de las apariencias. El hombre singular es aquel que no acepta por sistema, que sobresale de entre los demás porque ve más allá que los demás. Dentro de un sistema religioso, el hombre más singular es el místico, aquel que ignora los ritos y ceremoniales públicos, que se aísla para trabajar sobre sí mismo y a través de sí mismo, no a través de los demás; se desvía de la vida ortodoxa para crear su propia vía; adopta una línea de conducta diferente porque él es diferente; busca su propia verdad y no la verdad que los otros quieren imponerle y, sobretodo, origina un sólida ruptura con su medio ambiente, con su exterior, porque es en su interior donde espera encontrar lo inefable. El místico, sea cristiano o musulmán, hindú o budista, buscará la verdad por sus propios caminos, pulsando sus propias emociones. Para crear, ya sea una obra de arte, un sistema filosófico o una religión, el hombre debe ser en cierto modo rebelde. De otra forma no se crea, se sigue lo creado. Buda, Mahovira, Cristo, Lao-Tse…Todos los grandes maestros del espíritu, los grandes iniciados, quisieron cambiar, naturalmente para bien, la faz del mundo, fabricando su doctrina, exponiendo su enseñanza. Cada uno s su manera buscaba la mutación espiritual del hombre, aunque hubiera que dar de espaladas a los convencionalismos y romper con todos los moldes, aunque la propia vida fuese en ello. Intuitivos, perseverantes hasta el desfallecimiento, convencidos de una realidad superior, nada había que pudiera detenerlos. No buscaban llegar a las faldas de la montaña, sino al mismo eje de la montaña. La historia de la espiritualidad es sorprendente.
Los grandes maestros crean sus escuelas y sus sistemas; transcurre el tiempo y vienen otros grandes maestros que crean otras escuelas y otros sistemas; pero no olvidemos, especialmente, a aquéllos que son discípulos avanzados o que son discípulos que se creen maestros y que crearán otras escuelas y otros sistemas. Los verdaderos maestros no abundan y pueden, prácticamente, contarse con los dedos de una sola mano; pero los adeptos adelantados, los visionarios, los supuestos iluminados, los pseudo-iniciados, ésos llegan a surgir con frecuencia inusitada. Para reafirmarse, deseando aportar sus conocimientos en la larga cadena de la sabiduría espiritual, también esos hombres pueden crear sus escuelas y sus sistemas. Se necesitan años para adentrarse siquiera tímidamente en la vasta literatura del espíritu. Religiones, cultos de los más diversos, variadísimos sistemas filosóficos, sectas y sociedades espiritualistas…Todo un fabuloso universo de ideas, de técnicas, de proyectos. La aventura del espíritu…¿Hay aventura comparable? El ser humano luchando por superarse, por liberarse de la burda materia; afanándose por liberar su chispa divina, por regresar a su estado original; anhelando la purificación, el estado de serena beatitud. Y si es necesario, para acelerar el proceso, para demorar menos tiempo en esa frenética carrera hasta los más trascendentes estratos del espíritu, se recurre al simbolismo, al signo equívoco, a lo mágico, a todo aquello que se supone que está allí aunque no se vea, que se intuye esotérico, invisible pero real. Tal es el caso de los gnósticos (Gnosis: conocimiento), cuyo movimiento religioso-esotérico se desarrolló paralelamente al cristianismo durante los primeros siglos de nuestra era, quienes pretendían que en los evangelios hay un mensaje oculto que descubrir y descifrar.
El gnosticismo llegó a producir gran desasosiego en los Padres de la Iglesia. Éstos consideraban que sus seguidores tergiversaban por completo los principios del cristianismo. Para la gnosis, la salvación se consigue mediante el conocimiento y no mediante la fe; conocimiento que el iniciado puede encontrar en los textos sagrados. En ellos está la revelación, aunque no para todos, sino para aquellos que han aprendido a encontrarla. El conocimiento auténtico aparece en los textos sagrados, aunque disimulado por signos y símbolos, por lo que es forzoso descifrarlo.
El gnosticismo se nos presenta impregnado de esoterismo y de elementos religiosos muy diversos. Sus devotos se decían depositarios de la tradición oculta de Cristo, transmitida oralmente, de discípulo a discípulo. Estaban agrupados en sectas o sociedades que seguían la misma doctrina, aunque cada uno de ellas conservaba sus propias convicciones.
Los gnósticos, basándose en sus enseñanzas, trataban de resolver los interrogantes que plantea la existencia. Pensadores muchas veces inquietos y profundos, buscaban a través del conocimiento (gnosis) respuestas a las intrincadas preguntas: ¿qué somos nosotros?, ¿quién soy yo?, ¿por qué y a qué hemos venido a este mundo?, ¿qué se espera de nosotros?...Interrogantes difíciles de resolver y que durante siglos el místico lo ha intentado mediante el ascetismo y el éxtasis, y el sabio mediante el análisis y el conocimiento.
Los gnósticos, portadores según ellos de la ciencia de Dios desde la más remota antigüedad, conservadores de la más antigua y superior iniciación, conceden gran importancia a la interpretación personal, la cual origina múltiples grupos y sociedades, ya que todo aquel que poseyera una cierta sensibilidad mística y esotérica estaba en condiciones de hacerse con numerosos seguidores y formar su propio grupo. Al margen del cristianismo, ocultistas incansables, los gnósticos ofrecían religión y esoterismo, una mezcla muy satisfactoria para numerosos seres humanos.
Al parecer, el gnosticismo fue fundado por un taumaturgo samaritano, llamado Simón el Mago, por Menandro y Dositeo, quienes recogieron enseñanzas de cristianos y de judíos helenizados de Alejandría, y admitieron aportaciones egipcias, griegas, iraníes, etc. Aparte de los ya citados, gnósticos importantes fueron Basilides, quien fundó una escuela en las primeras décadas del siglo II, en Alejandría, a fin de mostrar la filosofía gnóstica, y que fue muy combatido por los Padres de la Iglesia, consiguiendo no obstante numerosos discípulos, sobretodo en Egipto, Siria e Italia; Valentín, quien fundó su propia secta gnóstica y mostraba un contenido doctrinal tan brillante como elevado; Bardesan, filósofo, poeta y astrólogo; Tatiano y Saturnino de Antioquía.
La gran preocupación de los pensadores gnósticos era la existencia del mal. ¿Por qué Dios, todo bondad y perfección, armonía e infinitud, ha creado un mundo en donde hay maldad e imperfección; un mundo des-armónico y finito? Los filósofos del gnosticismo buscaban afanosamente respuestas a los interrogantes que surgen en todo ser humano con inquietudes. Como la filosofía pura y simple no bastaba para encontrar las respuestas anheladas, recurrían al símbolo y al rito, a la tradición oculta. Se servían de muy diversos objetos esotéricos para sus prácticas rituales: figuras simbólicas, diagramas mágicos, sellos esotéricos, gemas y talismanes, animales alegóricos.
Los gnósticos deseaban la auto-superación y la perfección espirituales. Los adeptos se clasificaban en tres categorías: a) los hilicos: adeptos muy poco evolucionados, que se quedan en la superficie y sólo aprecian lo externo de sus ritos, sin profundizar en los mismos; b) psíquicos: adeptos más evolucionados que los anteriores, aunque todavía lejos del conocimiento superior; y c) los neumáticos: adeptos evolucionados, capaces ya de recibir la revelación.
Para los gnósticos, el alma, que se unirá a la materia surge de Dios, del pléroma divino; después de múltiples reencarnaciones, mediante un proceso de purificación, el alma debe desligarse de la materia y volver así al pléroma divino, atravesando los denominados círculos de la luz. En el seno divino encuentra el alma su origen, y al seno divino deberá regresar cuando logre liberarse del demiurgo, el espíritu gobernante de la materia.
El ser humano en su estado primitivo es informe, como una piedra en bruto. Poco a poco deberá irse adiestrando espiritualmente, y así la piedra irá tomando una forma definida. La iniciación tenía como objeto colocar al neófito en el sendero que habrá de conducirle hasta la iluminación; mediante la iniciación es arrojada cierta luz en las tinieblas que confunden el alma del neófito, hasta que la oscuridad sea totalmente disipada. Poco a poco el neófito iba siendo versado en la doctrina oculta, viéndose obligado a pasar por diferentes pruebas y ritos iniciáticos. La enseñanza era lenta porque era muy densa e importante; antes de pasar a un grado superior, el adepto debía demostrar que estaba lo suficientemente preparado para ello tanto moral como intelectual y espiritualmente. Era toda una metamorfosis anímica la que debía tener lugar en el adepto. La verdadera transformación requiere tiempo y trabajo. El adepto sabía que para recibir el Misterio del Gran Nombre, aquel que le permitiría realizar la imposición de manos y curar, enseñar a otros, facilitar los sacramentos y celebrar los Misterios, se exigía una inmensa preparación espiritual, una gran profundidad de pensamiento, una perfecta línea de conducta y un carácter altamente benevolente. Había que transmutar los instintos en virtudes, las flaquezas en cualidades.
Este es un gran trabajo, realizado a conciencia y con mucha sabiduría y acierto.
ResponderEliminarGracias por este aporten de des-Conocimiento, muy interesante.
ResponderEliminarElisenda
Hola 👋👋👋...
ResponderEliminarMuy cierto .
La mística es buscar en el interior y las revelaciones se revelan.
Todo está dentro en lo profundo de uno mismo.
La Paz sea con todos ustedes 🙏🙏🙏...