© 2009-2019 La página templaria que habla de cultura, historia y religión - Especial 'Proceso de los templarios'

lunes, 6 de diciembre de 2010

Edificios templarios en España: Iª parte.



Queremos abordar un tema interesante que desde la encomienda de Barcelona hemos encontrado de interés general, no sólo para los que formamos parte de la Orden, sino también de los amigos y seguidores del Temple.


Para ello hemos seleccionado un texto del español D. Juan Ignacio Cuesta Millán, que fue publicado en el libro “Codex Templi”.


Este primer capítulo lo quiero dedicar al hermano de Toledo, fr.++François, no sólo por la amistad fraternal que nos une, sino por el incansable trabajo que lleva realizando por el bien del Temple.


Desde este humilde rincón, deseamos que su lectura sea también de vuestro interés.


A continuación se propone el estudio de algunos edificios templarios erigidos conforme a los cánones de la “arquitectura sagrada”. El recorrido comienza en la conocida como meseta cristalina, en la provincia de Toledo.


El castillo de Montalbán y la iglesia de Santa María de Melque

En el siglo XIII, estos lugares se configuraban como la frontera entre moros y cristianos, y fueron los monjes-soldados quienes se ocuparon de la protección de la zona. La primera actuación, naturalmente, fue construir uno de los más grandes castillos españoles, Montalbán, con dos impresionantes torres albarranas que se recortan en el horizontes como dos gigantes inexpugnables.


Imagen del interior de la iglesia de Sta. María de Melque (Toledo)


Muy cerca del castillo está La Puebla de Montalbán, que a la sazón contaba con una judería muy importante. Así pues, no es descabellado pensar que la cábala esté presente en la fenomenal estructura de la fortaleza, en la que pueden apreciarse perfectamente proporciones sagradas a pesar de su función militar. Tal vez aquellos vecinos “especiales” tuvieran alguna parte en la construcción del castillo. La presencia de marcas de cantero muy características en casi todas las piedras de la fábrica señala directamente a sus enigmáticos constructores.


Poco se sabe de la historia de la fortaleza en aquellos años. Tras la disolución de la Orden, Alfonso XI le cede a don Alonso Fernández Coronel, que la pierde en 1353 a manos de Pedro I el Cruel. Éste ocupó el castillo con su concubina María de Padilla, a la que luego dejó abandonada en aquel lugar. En 1420, Leonor de Aragón se convierte en la nueva inquilina. Juan II resistió en esta fortaleza el asedio del infante Enrique de Aragón y se cuenta que los cercados tuvieron que comerse los caballos para poder sobrevivir; acudió en su ayuda el condestable don Álvaro de Luna, que puso fin al asedio y que recibió, como recompensa, la titularidad del castillo. Cuando este nuevo dueño cayó en desgracia, pasó a manos de su esposa, doña Juana Pimentel. En 1453, el baluarte queda en posesión de Juan Pacheco, por orden de Enrique IV. Otros dueños posteriores fueron Alonso Téllez Girón y Diego López Pacheco. Los dueños actuales son los duques de Frías, Uceda y Osuna.


Aproximadamente a tres kilómetros del castillo se encuentra un lugar sagrado que ha suscitado alguna polémica: la iglesia de Santa María de Melque. Según el historiador Luis Caballero Zoreda, es obra de los visigodos en el siglo VII. Según otros autores (Manuel Gómez-Moreno, Vicente Lampérez, Valcárcel y Cedillo), el templo fue construido por los mozárabes entre los siglos IX y X. La tipología de la iglesia, semejante a San Miguel de Celanova, Santiago de Peñalba y San Miguel de Escalada, abona la segunda hipótesis, propugnada por Cedillo, pero la estratigrafía y las similitudes con Santa Comba de Bade, San Pedro de la Nave, Quintanilla de las Viñas y Santa Lucía del Trampal remiten a su origen visigodo.


En todo caso, es muy posible que el Temple estuviera muy interesado en custodiar aquellas tierras, precisamente, por la existencia de aquel santuario. (Hasta hace muy pocos años, por cierto, se utilizaba como almacén de trastos por parte de un ganadero). Según una leyenda de la comarca, hay una galería subterránea que va desde el castillo hasta la iglesia; en el relato se afirma que los caballeros templarios escondieron sus tesoros en ese pasadizo tras la disolución de la Orden. Los lugareños cuentan algunas anécdotas que confirmarían la tradición legendaria. Una mujer decía que su padre “llevaba a pastar los corderos cerca del castillo y que, algunas veces, le desaparecía alguno. Luego, llegando a la iglesia, lo encontraba saliendo de una cueva cercana”.


En el interior del templo hay un pozo profundo, que parece tener continuidad por una galería aneja; puede que ese subterráneo llegue incluso hasta el impresionante barranco del río Torcón, a la espalada del castillo.


Estas tierras son duras, inhóspitas. ¿Qué había en aquel lugar que pudiera interesar a tantos grupos humanos durante tanto tiempo? ¿Estamos de nuevo ante un caso de ubicación idónea para lugares sagrados? Antes que visigodos, mozárabes y templarios, este emplazamiento fue ocupado por los romanos: la existencia de hasta cinco presas de almacenamiento de agua prueba el interés del Imperio en esta zona. Algunos expertos piensan que se trataba de piscifactorías para salazones; otros opinan que los estanques se utilizaban como lavaderos de mineral.


Ponferrada y el Valle del Silencio

Lo primero que salta a la vista cuando entramos en el castillo templario de Ponferrada (siglo XI), es una cruz Tau. A pesar de ser una edificación de fines poliorcéticos (defensivos), cada detalle original demuestra que en sus piedras se labraron contenidos de otro tipo. Según Juan Pedro Morín Bentejac y Jaime Cobreros Aguirre, en El Camino iniciático de Santiago (Ediciones 29, Barcelona, 1993) los griegos consideraban esta letra como un símbolo de inmortalidad. Los visigodos, que fijaron su capital en Taulede (Toledo), indicaban con la Tau los lugares sagrados, y los templarios la emplearon para significarse con ella. (La capital templaria en Portugal era Tomar, o sea, Tau do mar).


Fotografía del castillo de Ponferrada (León)


El castillo de Ponferrada está construido de acuerdo con la disposición de algunas estructuras astronómicas, reflejando en la Tierra lo que aparece en el cielo. Louis Charpentier explica que los lugares elegidos tenían que estar cerca de frondosos bosques que les proporcionaran combustible suficiente para calentar las innumerables estancias de aquellas imponentes moles. La masa forestal no escasea en el Bierzo, y a los pies de las montañas sagradas celtas –la Aquiana o montes Aquilianos- se extienden grandes extensiones boscosas. Además, desde este bastión se dirigían diversas actividades, como la obtención de salzones de pescados y, sobre todo, trabajos de minería. Cerca de Ponferrada están Las Médulas (antigua minas de oro), que ya habían sido explotadas por los romanos para obtener el preciado metal mediante el procedimiento de ruina montium. No se puede descartar que los templarios también obtuvieran este metal en esa zona, así como hierro para fabricar sus armas.


La técnica del ruina mortium consistía en dirigir fuertes corrientes de agua sobre las montañas cargadas de oro; el barro resultante se conducía después hacia los lavaderos, donde se terminaba y se obtenían las pepitas. Así se creó el singular paraje de Las Médulas, actualmente englobado en la categoría de Patrimonio de la Humanidad. La novelista Matilde Asensi sitúa en ese lugar uno de los centros ceremoniales de los antonianos –cuyo emblema era la cruz Tau-, una orden cercana al Temple fundada por San Antonio Abad, el único santo de origen egipcio y que se representa en la baraja del tarot como “El Eremita”.


Ponferrada tiene muchos elementos mágicos y sagrados que se pueden leer como “signos de reconocimiento”. Por ejemplo, su triple muralla, la Rosa de los Iniciados –en su entrada, frente a un Bafomet-, innumerables representaciones de la cruz Tau, etcétera. El castillo tiene doce torres diferentes, que representan los signos del zodíaco. (El sistema zodiacal debió de tener mucha importancia en esta región, como puede comprobarse en la entrada principal de la colegiata de San Isidoro de León).


Uno de los aspectos más llamativos del Bierzo es su tendencia histórica hacia el misticismo. Es una zona que ha sido escogida por numerosos individuos y congregaciones como lugar adecuado para recogerse en meditación y alcanzar estados de éxtasis. Muy cerca de Ponferrada está el monasterio benedictino de San Pedro de Montes, que precisamente gozó su época de máximo esplendor en tiempos de los templarios. El canto gregoriano se escuchaba permanentemente, resonando en los tranquilos valles bercianos.


Debe mencionarse también el Valle del Silencio, situado muy cerca del pueblo de Peñalba de Santiago, donde San Genadio fundara un monasterio en el siglo X. Este eremita, que pasó gran parte de su vida en una cueva, reunió en aquel cenobio a todos los ascetas que andaban dispersos por aquellos montes. También en este pueblo existe una magnífica iglesia mozárabe. No es casualidad que esta región se conozca como la Tebaida Berciana, recordando a los numerosos ascetas que hubo en la región, por ejemplo, Pacomio, Palermón y Antonio.


Decir que un castillo es un edificio sagrado puede parecer algo fuera de lugar y una tremenda exageración, pero el análisis de estas construcciones adquieren matices distintos cuando se observa una intención manifiesta de que los indiciados fueran capaces de reconocer ciertos mensajes sutiles, confeccionados en cierto modo para ser comprendidos a lo largo de toda la Historia. Los templarios dejaron esas señales sólo para que pudieran entenderlas las personas adecuadas. Es difícil negar que los monjes que “iban en pareja en el caballo” tenían motivos e ideas bastante elevadas. Ponferrada lo prueba con creces.

No hay comentarios:

Publicar un comentario