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martes, 21 de diciembre de 2010

Leyendas templarias: el monte de los Templarios


Desde la encomienda de Barcelona continuamos con el apartado dedicado a las leyendas templarias. Esta vez viajaremos hasta tierras sorianas y nos adentraremos hacia la sierra del Madero, donde allí se encuentra el viejo convento de San Adrián, cuyo origen está ligado a la Orden del Temple.


Aunque ciertamente la leyenda es algo tétrica para estas fechas, la hemos encontrado interesante y por este motivo queremos compartirla con todos vosotros.


Para ello hemos seleccionado el siguiente texto publicado en el libro “Codex Templi” y que pertenece al investigador valenciano, D. Santiago Soler Seguí.


Desde este humilde rincón, esperamos que su lectura os entretenga.


Aunque el antiguo convento templario de San Adrián pertenece al actual término municipal de Valdegeña, el monte llamado de los Templarios se encuentra hoy muy cerca de Trébago.


Los templarios acostumbraban a emplazar sus conventos en lugares estratégicos, solitarios y apartados, ideales para que sus moradores se dedicaran a la meditación y a la penitencia durante las temporadas de tregua.


La leyenda del monte de los Templarios remite al trágico fin de los miembros de la Orden. A partir de 1307, como se sabe, Felipe el Hermoso, rey de Francia, y el Papa Clemente V inician un proceso judicial y religioso contra los caballeros del Temple. Según algunos, la razón de semejante persecución estribaba en los horrendos crímenes que habían cometido los templarios; según otros, el acoso sólo se debía al odio y la envidia que las inmensas riquezas de la Orden despertaron en nobles y monarcas. Doscientos años de sabiduría y onor fueron borrados de la faz de la tierra: buena parte de los caballeros del Temple murieron en las hogueras o fueron perseguidos, acosados y asesinados hasta su completa eliminación.


En Trébago se cuenta que, durante la noche de Difuntos, los esqueletos de los antiguos templarios, envueltos en los jirones de sus sudarios, y montados en fantasmagóricos corceles, bajan del monte en ruidoso tropel, clamando venganza por la injusticia que con ellos se cometió. Otros dicen que, debido a sus grandes crímenes, la Omnipotencia Divina los condenó a estar atados para siempre a los lugares donde cometieron sus fechorías.


En el pueblo se asegura que un cazador, olvidando la fecha de Difuntos, se retrasó en el monte y le sorprendió la noche en las inmediaciones de las ruinas del convento. Cuentan que, paralizado de terror, a media noche, vio cómo se levantaban las losas de las tumbas y cómo los tétricos esqueletos de los monjes salían de sus encierros y, entre aullidos de dolor, gritos de venganza y entrechocar de espadas y escudos, se dirigían en macabra procesión hacia el pueblo. El cazador fue encontrado al día siguiente moribundo; apenas tuvo tiempo de contar en frases entrecortadas por el terror las horas de angustia vividas durante la noche.


Algunos años, a principios de noviembre, las primeras nieves ya han tendido un blanco manto en las laderas del monte de los Templarios; y dicen los vecinos que si alguno quiere adentrarse en el monte al día siguiente de la noche de Difuntos, podrá ver claramente en la nieve las huellas de los esqueletos marcadas en el suelo, y podrá seguir su rastro hasta las sepulturas abiertas en el atrio del convento.

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