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martes, 14 de diciembre de 2010

Edificios templarios en España: IIª parte


Desde la encomienda de Barcelona retomamos el apartado dedicado a los edificios templarios de España. Para ello recobramos un texto del madrileño D. Juan Ignacio Cuesta Millán, que fue publicado en el libro “Codex Templi” y que nos habla de uno de las construcciones más emblemáticas de la península Ibérica que se hallan en Navarra.

Como bien habrán imaginado, nos estamos refiriendo a la peregrina iglesia de Eunate.

Desde este humilde rincón, confiamos que su lectura la encontraréis agradable.

Vista aérea de la ermita de Eunate

La ermita de Eunate y su contorno

Uno de los antros iniciáticos más importantes de la península Ibérica es el monasterio de San Juan de la Peña (siglo X). (También es lugar principalísimo en la “vía mágica” de Compostela). Primero fue caverna-útero de la Madre Tierra, donde el poder telúrico se manifestaba con singular fuerza. De él se benefició un anacoreta de nombre desconocido, cuando el emplazamiento se llamaba San Juan del Monte Pano. Luego fue santuario mozárabe y, después, monasterio cluniacense. Aquí se guardó temporalmente el Santo Grial que se conserva en Valencia, tallado en una pieza de ágata. Fue donado por San Lorenzo a San Veremundo; el cáliz se trasladó más adelante a Montserrat, la montaña sagrada y, por extraños designios del destino, en la actualidad descansa junto al Mediterráneo. Sin embargo, como se sabe, la búsqueda del Grial transformaría simbólicamente el término a partir del siglo XII, adquiriendo un significado iniciático totalmente distinto del que remitía a un objeto puramente material.

Todo el complejo arquitectónico de San Juan de la Peña (actual provincia de Huesca) aprovecha una gruta de la montaña, lo cual convierte el lugar en un santuario fuertemente telúrico y primitivo (como Covadonga o La Balma). Los añadidos posteriores se han ido adaptando a las oquedades de la pared rocosa, de forma que se aprovecha todo el conjunto para orientarlo al crecimiento espiritual. El claustro románico, con sus hermosos capiteles de animales fabulosos, escenas de la vida de Cristo y elementos alquímicos, adquiere a la luz del atardecer una atmósfera vibratoria de sacralizad de la que pueden presumir muy pocos lugares del mundo. Charpentier cuenta que el capitel que representa al castillo de Herodes no es sino un atanor de alquimista. También podemos encontrar aquí la mayor colección de crismones existente. Y, por supuesto, como todo edificio armonizado según las proporciones de la arquitectura sagrada, es última morada de quienes lo consideraron puerta idónea de acceso al Más Allá. El peregrino espiritual puede disfrutar de una fuente de agua pura que brota de la roca, tras arrancar al subsuelo toda su fuerza, como ocurre en San Baudelio de Berlanga, en Sopetrán, en El Escorial, y en tantos otros lugares “especiales”.

Siguiendo el camino jacobeo, cerca de Puente la Reina (Navarra), se eleva, con un porte nobilísimo, otro de los edificios sagrados más importantes del Camino de Santiago; el monasterio de Leire (siglo IX). Su cripta es todo un prodigio de imitación de la caverna natural donde los oficiantes de los ritos prehistóricos dejaron su impronta con dibujos imposibles de perfeccionar, a pesar de que fueron realizados hace 15.000 años. Sus columnas, de fuste cortísimo, hacen pensar que sus constructores buscaban la intimidad el contacto con la Tierra, buscando un más intenso aprovechamiento de su actividad potencial. Más que una cripta, es un receptáculo mágico desprovisto de todo ornamento. Aquí nada distrae la atención del verdadero objetivo: comprender, iniciar un viaje interior para encontrar la verdadera naturaleza del individuo; tal parece ser la última y principal función de la arquitectura sagrada, bien conocida por los “custodios del Camino”. En sus paredes queda todavía el recuerdo de uno de esos personajes que también sacralizan cuanto “tocan”, San Virila, el legendario abad del monasterio en el siglo IX, cuyos restos se trasladaron luego a la catedral de Pamplona.

El tercer destino de este recorrido es el más importante, si esto es posible: la iglesia de Santa María de Eunate (siglo XII), en Navarra. Este extraño santuario provoca en el viajero una extraña sensación de estupor. A primera vista, todo es irregular: se trata de un edificio de rara apariencia, decididamente heterodoxo. Ningún otro recinto sagrado se le parece, salvo el Santo Sepulcro y la mezquita de Al Aqsa de Jerusalén. Su forma es octogonal, con paredes de distintos tamaños. La arquería que rodea el cuerpo central, sin trazas de haber nunca soportado un techo, semeja un esqueleto pétreo que parece fuera de lugar y con una función desconocida y extraña. El peregrino tiene la sensación de encontrarse ante una puerta sagrada que se abre a dimensiones desconocidas, aunque bien estudiadas por quienes mandaron levantarla.

Al igual que el castillo templario de Ponferrada, la ermita de Nuestra Señora de Eunate responde en su estructura a una relación con la disposición de los cuerpos celestes, como los restos megalíticos de Stonehenge (Reino Unido). ¿Por qué? Porque el hombre medieval siempre está dispuesto a mirar hacia arriba. Dice el principio más solemne de la sabiduría hermética: “Lo que está arriba es como lo que está abajo”. Y dice el Evangelio: “Lo que atares en la Tierra, será atado en el Cielo”. La “arquitectura sagrada” lo es porque es una forma de llevar a la materia las proporciones armónicas presentes en el Universo, tanto en el macrocosmos, como en el microcosmos.

Eunate es una imagen del alma. El ocho –la ermita es octogonal- es el número generatriz que suma cabalísticamente dos unidades más para llegar a la unidad perfecta. Es el mejor ejemplo del edificio templario por antonomasia. La proporción nace de la irregularidad, como irregular es el principio de entropía que la física descubrió muchos años después. Todo sigue un plan diseñado para ser comprendido por quien puede hacerlo.

El peregrino tal vez querrá detenerse en algunos elementos distribuidos de un modo aparentemente anárquico. Sobre todo, podrá advertir un buen número de signos lapidarios que no son sino estrellas del firmamento formando constelaciones que se unen imaginariamente con las columnas que sujetan los arcos. Un enigma: ¿cómo sus constructores pudieron saber tantas cosas del cosmos sin telescopios? Algunas interpretaciones sugieren que estos conocimientos astrológicos fueron adquiridos en experiencias extracorpóreas denominadas “viajes astrales”. Tal vez algunas ceremonias secretas de este tipo permitieron la comprensión de determinados aspectos que pueden producirse en estados normales de conciencia. Y ésta es la esencia del enigma templario y la causa por la cual los templarios (y algunos otros iniciados) siguen despertando gran interés en la actualidad. Independientemente de su poder económico, de sus logros militares y de su férrea disciplina, los caballeros de la cruz bermeja comprendieron la verdadera estructura de todo cuanto existe. Esa estructura se basa en la “geometría sagrada” que aprendieron de los antiguos y que supieron transmitir a las cofradías de constructores a la hora de edificar sus mejores y más emblemáticos lugares de culto y ceremonia.

Nadie sabe a ciencia cierta si fueron los templarios quienes construyeron esta iglesia, pero quien busca la interpretación correcta de los indicios sabe que aquí puede percibirse su influencia, sus conocimientos y la materialización de los más altos ideales de su tiempo.

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