Desde la encomienda de Barcelona proseguimos con el apartado destinado
a conocer mejor la vida y obra de Nuestro Señor Jesucristo. Para ello hemos
vuelto a seleccionar un nuevo texto, donde gracias a su autor, el teólogo J.R.
Porter, nos explica en su obra “Jesus Christ” cómo se veía Jesús a sí mismo.
Ayudándonos en gran medida a comprender mejor la doctrina y naturaleza del
Salvador.
Desde Temple Barcelona os recomendamos encarecidamente su lectura.
Recreación de Jesús sanando a un ciego.
El sanador de cuerpo y Alma
Los actos de sanación y exorcismo
de Jesús formaron la mayor parte de su actividad y produjeron gran impresión
entre los que le rodeaban. En un primer momento, las sanaciones de Jesús fueron
una respuesta al sufrimiento individual –los evangelios le describen movido por
la compasión en presencia de personas con problemas-. Este hecho refleja su
especial preocupación por las cuestiones sociales, ya que aquellos con
enfermedades, como la lepra, con frecuencia eran denostados por sus
conciudadanos.
La diferente estructura de cada
historia de sanación de los evangelios representa la forma en que este tipo de
relatos se conservaron y se transmitieron en la Iglesia primitiva. Hasta
cierto punto, podrían estar influidos por la manera convencional en que se
describieron las sanaciones milagrosas de otros sanadores de la época, tanto
judíos como paganos. Ciertamente, Jesús podría haberse visto a sí mismo en
algunos aspectos como uno más entre los muchos sanadores y exorcistas
carismáticos de la Palestina ,
y los evangelios indican que algunos de sus oponentes le veían de esta manera.
Se ha escritos que él mismo reconoció el poder de otros hacedores de milagros
(Mat 12, 27; Mc 9, 38-39; Lc 9, 49-50, 11, 19).
Sin embargo, Jesús también era
significativamente diferente de los demás curanderos, porque sus sanaciones
tenían un gran propósito subyacente. Cuando los discípulos de Juan el Bautista
preguntaron a Jesús si era el que “había de venir” –el Mesías-, Jesús contestó
refiriéndose a sus sanaciones milagrosas con palabras extraídas de las
profecías mesiánicas de las Escrituras hebreas: “Id y haced saber a Juan las
cosas que oís y veis: los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos son
limpiados y los sordos oyen, los muertos son resucitados y a los pobres es
anunciado el evangelio” (Mt 11, 2-6 y Lc 7, 18-23, cita de Is 26, 19, 35, 5-6;
61, 1). Así pues, gran parte de lo que hizo Jesús servía para probar que él
era, en efecto, el Mesías, y para diferenciarle del Bautista, el cual no
realizaba milagros (Jn 10, 41).
Jesús veía sus sanaciones
–especialmente los exorcismos- bajo un punto de vista escatológico. Es decir,
éstas indicaban que la era presente estaba cerca de su fin y que estaba
emergiendo una nueva era al tiempo que el reino de Dios se realizaba (Mt 10,
7-8; 12, 28; Lc 10, 9; 11, 20). Las sanaciones y exorcismos eran sólo
destacables curaciones de trastornos físicos, sino el medio con el que hombres
y mujeres individuales recibían el reino, llevado a ellos en la persona de
Jesús, con la consecuencia de que la totalidad de sus existencia quedaba en él
como manifestación de Dios y la aceptación, a través de él, de la misericordia
divina eran las condiciones requeridas a una persona que deseara ser sanada.
Cabe remarcar que todos los
numerosos curanderos conocidos de la época ninguno acredita tantos milagros
como Jesús. Mateo, Marcos y Lucas recogen un total de unos trece casos de
sanación y seis casos de exorcismo, que cubren un abanico considerable de
trastornos físicos y mentales resumidos –con considerables conocimientos
médicos- por Mateo (Mt 4, 24). Quizás deberían añadirse a la lista las
narraciones que describen la devolución de la vida en una persona muerta (Mc 5,
35-43 y paralelos; Lc 7, 11; Jn 11, 1-44). Existen también tres relatos de
sanaciones en el Cuarto Evangelio, aunque Juan no recoge actos de exorcismo.
Comparados con las historias de
otros sanadores, los relatos de los evangelios sobre las sanaciones de Jesús se
caracterizan por la sobriedad y la moderación. Los evangelistas cuentan que
Jesús pedía a aquellos a los que curaba que mantuvieran su sanación en secreto
(Mt 9, 30; 12, 15-21; Mc 1, 41; 5, 43; 7, 36; Lc 8, 56), lo que indica quizás
que Jesús, al contrario que otros curanderos, no deseaba conseguir crédito
personal a través de sus milagros.
Sanación, perdón y fe
Cuando Jesús dijo, en el relato
de la curación del paralítico, “Tus pecados te son perdonados” (Mc 2, 5 y
paralelos), simplemente quería decir “Estás curado”. En los relatos de los
evangelios, esto es considerado por los maestros religiosos judíos como una
afirmación extraordinaria y blasfema por su parte, ya que sólo Dios puede
perdonar los pecados. Pero Jesús no quería necesariamente presumir de una
naturaleza divina. La idea de que el perdón de los pecados constituía una
premisa para la curación era habitual en el judaísmo. Por ejemplo, un texto de
Qumrán conocido como La oración de Nabonido relata cómo un exorcista judío sanó
a un monarca babilonio perdonándole sus pecados.
Todavía más notable es el hecho
de que en ocasiones se dice que la fe es necesaria para que tenga lugar la
curación. O bien el propio doliente debe tener fe o bien deben tenerla aquellos
que se preocupan por él, como el centurión de Cafarnaún (Mt 8, 13; Lc 7, 9-10)
y los amigos del paralítico. Por una parte, fe significa confianza en la
habilidad de Jesús como sanador, pero por otra parte probablemente comporta el
reconocimiento del estatus especial y el carácter de Jesús. Así, el centurión
confió en la suprema autoridad de Jesús, lo que contrasta con la general
ausencia de fe en Jesús entre sus compañeros judíos. Por la misma razón, la
falta de fe impide la curación. Se dice que Jesús fue incapaz de realizar más
de una sanación en su propia ciudad de Nazaret debido a la falta de fe de la
población (Mt 13, 58; Mc 6, 5-6). Esta afirmación puede muy bien ser verdad, ya
que es improbable que los cristianos inventaran una tradición que mostrara un
Jesús de poder limitado.
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