Desde la encomienda de Barcelona
continuamos con el apartado histórico de la orden del Temple. El catedrático en
historia, Alain Demurger, nos muestra con sencillez los aspectos más destacados
de los caballeros templarios ante el debate de si éstos fueron conservadores o
contrariamente innovaron en distintos aspectos. Para ello hemos elegido un nuevo
texto de su libro “Vie et mort de l’ordre du Temple”, donde nos aclarará esta
cuestión.
Desde Temple Barcelona esperamos
que su lectura os sea instructiva para poder discernir sobre su modo de
entender la época en la que convivieron.
La encomienda se presenta bajo
formas diversas: granjas explotadas directamente: señoría con reserva en
explotación directa y terrazgos campesinos sometidos a rentas y servicios. Los
templarios prefieren en general la explotación directa, ya que, sin participar
en el trabajo agrícola, quieren seguir de cerca la evolución de la producción
en sus dominios. No son “rentistas del suelo”, según la célebre fórmula de Marc
Bloch, que definía así a los señores del siglo XIII. En los Estados de la
corona de Aragón, conservaron hasta el final reservas importantes.
Sin embargo, los templarios no
tienen ideas preconcebidas sobre la materia y
no vacilan en abandonar la explotación directa por el arrendamiento
cuando les conviene. Se advierte en Inglaterra una tendencia en este sentido a
finales del siglo XIII. Una tierra aislada como la de Calatayud, situada a
ciento cuarenta kilómetros de la encomienda de Villel, es concedida en arriendo
a dos judíos en 1255, a
cambio de ciento veinte morabetinos. En 1290, se da en arriendo la casa
templaria de Camon, en el torrente de Pau. La dificultad para encontrar mano de
obra ha podido empujar a veces a los templarios a adoptar este sistema, que les
libera de la responsabilidad de la administración.
Los templarios emplean en sus
reservas un personal permanente, que vienen a completar en la época de los
grandes trabajos personas sometidas a la prestación de servicios y luego, cada
vez en mayor cantidad, un personal asalariado. Las veinticinco personas
censadas en Baugy, desde los labradores hasta el guardián de los potros, cubren
poco más o menos toda la gama de las actividades agrícolas de la encomienda. La
condición jurídica de las personas empleadas varía según las regiones. Son
libres en Normandía o Picardía, regiones que no conocieron la servidumbre;
siervas en el Languedoc, donde ésta es importante. Se ha dicho que la entrada
en el Temple comportaba la liberación. En Douzens no son raras las donaciones
de siervos y en ninguna de las actas del cartulario se encuentran indicios de
manumisión. No obstante, los templarios han incluido siempre a sus siervos
entre los “hombres del Temple”, que se benefician de los privilegios y las
exenciones de la orden.
En España, tanto el Temple como
el Hospital utilizaban regularmente los servicios de esclavos moros, comprados
o prisioneros de guerra. Los inventarios hechos en 1289 en quince encomiendas
de Aragón muestran que cada casa del Temple empleaba por término medio veinte
esclavos (la cifra asciende a cuarenta y nueve en Monzón).
El Temple se vio obligado a poner
en práctica en la península Ibérica una política de doblamiento, puesto que
recibía territorios asolados, cuando no estaban todavía sin conquistar.
Concede, por lo tanto, cartas de doblamiento, que dan a los campesinos que
desean instalarse en ellos un cierto número de derechos: en el Ebro a partir de
1130, en la zona de Lérida en 1151, en el Bajo Ebro, en el sur de Aragón y el
reino de Valencia en el siglo XIII. El sistema no da siempre resultado. En
Villastar, en la frontera del reino de Valencia, se publica en 1264 una primera
carta para veinte campesinos cristianos, que se comprometen a permanecer allí
por lo menos tres años antes de vender el lote que se les entrega. Pasados los
tres años, no se quedan más que cuatro. El Temple se dirige entonces, en la
conquista cristiana y les concede también una carta. Por último, en 1271, una
tercera carta instalada allí a diecisiete campesinos cristianos.
De modo que los templarios no
vacilan en incitar a los musulmanes a regresar a esta zona difícil. Se trata de
una práctica general en España, utilizada asimismo por los poderes laicos. No
se emplean ya esclavos. En 1234, los templarios, al aceptar la rendición de
Chivert, prometen a los musulmanes que, si regresan antes de un año y un día,
les reinstalarán en su tierra y sus casas. Y así sucedió, puesto que se llegó a
un acuerdo con ellos para precisar las condiciones de su estancia: libertad de
culto, exención de todo servicio militar, de rentas y de pagos durante dos
años. En 1243, el Temple hace construir un muro para proteger el barrio moro.
En esta ocasión, los musulmanes juran a su señor, el Temple, que observarán la
carta “como unos fieles y leales súbditos deben hacerlo”.
El 8 de julio de 1231, el rey
Jaime el Conquistador, que acaba de apoderarse de las islas Baleares, permite a
los templarios instalar en el territorio de Inca a treinta familias de siervos
sarracenos. Templarios y hospitalarios
colonizarán sistemáticamente sus dominios de las Baleares de esta manera, hasta
el punto de atraerse la censura del papa Gregorio IX en 1240.
Naturalmente, para no quedarse
sin mano de obra en sus propiedades ya explotadas, los templarios hacen lo que
han hecho todos los señores en un caso semejante: conceder las mismas ventajas.
Cartas en este sentido fueron otorgadas a las comunidades rurales, muy vivaces
en España. Consultan a sus representantes (“universidad” en Cataluña, “concejo”
en Aragón) sobre la elección de ciertos agentes, oficiales de justicia y
administradores. Al norte de los Pirineos, el Temple ha sabido hacer las
concesiones necesarias para responder a la voluntad de emancipación de los
burgos y las ciudades. En 1288, el burgo de Montsaunès recibe una carta de
consulado, es decir, la autonomía municipal.
Para resolver estos problemas de
repoblación, los templarios encontraron soluciones originales. En Bretaña, en
la región de los montes de Arrée y del Menez Hom, utilizaron, conjuntamente con
los cistercienses y los hospitalarios, una forma de arriendo muy particular, la
quévaise. Estas regiones, pobres y
baldías, carecen de hombres y de señores. No es cuestión aquí de explotación
directa. Mediante el arriendo a quévaise,
el Temple cede a un cultivador el disfrute individual de un lote, contra un
pago anual en dinero, pagos en especie y algunos trabajos fijos, además del
disfrute colectivo del terreno comunal, a cambio del pago de una parte de la
cosecha. Este lote se transmite en línea directa, en provecho del más joven de
los hijos. En los montes de Arrée, se concede así una casa con huerta contra un
pago anual de cinco sueldos, una gallina y diversas obligaciones de trabajo y
el disfrute colectivo de los campos contra un impuesto de tres gavillas por
cada veinte recogidas. Este tipo de arriendo une a las comunidades rurales
todavía frágiles a causa de su instalación reciente. Impulsa las roturaciones
y, por el “derecho del más joven”, incita a los mayores a instalarse por su
cuenta, para fundar a su vez una quévaise.
Muchos otros ejemplos demuestran
que, lejos de ser conservadores, los templarios han innovado. Se ha calificado
su administración de “eficaz y tradicional”. Yo la caracterizaría más bien por
su capacidad de adaptación a las condiciones muy variadas que se dan en
Occidente y por su flexibilidad. Más en general, los templarios no se
contentaron con seguir la expansión de Occidente. Favorecieron la extensión de
los terrenos cultivados y desarrollaron métodos y técnicas de explotación y de
administración innovadores. Es evidente que preferían recibir en donación
tierras ya cultivadas y no eriales y desiertos. Pero se guardaron bien de
rechazar estos últimos y procedieron a revalorizarlos. A los ejemplos españoles
y bretones ya examinados añadiremos los siguientes: e 1168, Pedro de Aragón,
prior de San Esteban del Mas, dona al Temple una parcela de tierra sin roturar.
En el país de la Selve
(Rouergue). P. Ourliac indica que adoptaron como política la creación de
excepciones y los compara con una especie de empresarios en repoblación. En
Velay, participaron en las roturaciones, por ejemplo en la parroquia montañesa
y forestal de Riotard. En la encomienda de Montsaunès, la tierra de Planha, o
Plagne, era terreno de paso para los rebaños del Temple. En 1303, el preceptor
firmó un contrato de condominio con el señor vecino, Raimundo de Aspet, para
levantar allí una quinta. Los dos tercios de las rentas serían para el Temple,
el resto para Raimundo. Esta creación tardía en una región de bosques y de
pastos prolonga el trabajo de revalorización de los Prepirineos emprendida en
el siglo anterior por los hospitalarios.
En las regiones agrícolas más
ricas y más avanzadas, los templarios incitan a sus hermanos de oficio y todos
sus empleados a utilizar los métodos más productivos. Practican la rotación de
cultivos cuatrienal en Sommereux-en-Beauvaisis, cuyo terreno está dividido en
cuatro royes o parcelas de superficie casi igual, dedicadas al trigo, a la
avena, al mars (guisantes, habas,
leguminosas) y el barbecho. El inventario de Baugy de 1307 parece incluso poner
de manifiesto un abandono del barbecho: de setenta y siete acres (o sea,
cuarenta hectáreas poco más o menos), dieciocho están dedicados al trigo y al centeno,
veinticuatro a la cebada, quince a la avena y veinte a las leguminosas
(guisantes, arvejas).
Los templarios del Douzens se
interesaron mucho por los molinos, a juzgar por la veintena de actas que hablan
de ellos. Son molinos de derecho señorial, construidos sobre el Aude, el
Lauquette y el Orbieu. Un dicho señorial, construidos sobre el Aude, el
Lauquette y el Orbieu. Un dique para hacer subir el agua opone una barrera al
curso del río; por encima de este dique, parten dos caces o captaciones de agua,
provistos de compuertas. Así se forma un canal o cada lado del río, canal que
se divide en tantos brazos como ruedas haya (a menudo tres de cada lado). Un
canal de derrame devuelve las aguas al río. El conjunto de las instalaciones,
con los molinos propiamente dichos, la casa del molinero y los graneros para
las gavillas y la paja, forma el molnaere.
El rendimiento de estos establecimientos es elevado, como prueban los pagos
anuales cobrados por su asentamiento. Dan nacimiento a una actividad industrial:
panaderías y molinos de paños. Otro ejemplo de repercusión industrial de las
producciones agrícolas está representado por el curtido de las pieles de
cordero en el Larzac y la fabricación de quesos. Se dice que los templarios
fueron los promotores de la industria del Roquefort.
En el valle aragonés del Cinca,
los templarios lo hicieron mejor todavía. Crearon la notable red de irrigación,
existente todavía en la actualidad, que convirtió la región en una zona
privilegiada de cultivo en el siglo XIII. De 1160, con la acequia de Conchiel,
a 1279, con la acequia de Sotiles, abrieron catorce canales de riego. El agua
circula libremente, incluso por las canalizaciones privadas, a condición de que
se devuelvan las aguas no utilizadas a la acequia. Los templarios se encargan
del mantenimiento de las canalizaciones y se reservan los molinos, en los que
cobran un derecho de utilización. En la mayoría de los casos, la orden negocia
la apertura de un nuevo canal con las comunidades de habitantes y las iglesias.
Por ejemplo en Paules, donde se encuentra una importante encomienda subordinada
a la de Monzón, el capítulo de la provincia de Aragón, reunido en Monzón en
1250, decide la construcción de una acequia, con el acuerdo de los treinta y
ocho habitantes. Las aguas, abundantes, serán captadas en Cofita. Los
habitantes podrán abrir brazos secundarios y regar de día y de noche, a
condición de devolver el agua inutilizada a su “madre”, so pena de la multa de
un sueldo. Se les autoriza a construir pasarelas y plantar árboles, pero sólo
los templarios tendrán derecho a instalar molinos.
Como se ve, los templarios
innovaron e invirtieron en el sector agrícola. Su actividad se vio aguijoneada,
en efecto, por ese poderoso motor que es el afán de ganancia. Tienen que
producir lo bastante para enviar trigo, caballos, carne y cueros a Tierra
Santa; tienen que vender para comprar hierro, madera, armas, y para disponer de
importantes cantidades de dinero. El afán de ganancia determina en sus menores
detalles la administración templaria. En 1180, los templarios catalanes de
Palau Solità prestan 120 morabetinos a Guillén de Torre. Las tierras de este
señor, cuyo inventario se establece, sirven de garantía. El hermano templario
que redacta el inventario no se contenta con un catálogo de productos; indica
el valor comercial de cada uno de ellos y calcula así la renta total de los
bienes que constituyen la garantía. Los templarios adaptaron a sus necesidades
(el mercado, la venta) su habilidad como contables. Thomas Bisson, que comenta
este documento, escribe:
“Establecidos en una sociedad
rural madura, lejos de los peligros sarracenos, los hermanos de Palau se mueven
con la misma soltura en sus pequeños campos y en los pequeños mercados locales
que en los negocios importantes de Barcelona, la Iglesia y el Estado. Entre
otras empresas, se han introducido en la empresa agraria.”
V. Carrière afirmaba ya: “El
monje soldado encara el cultivo siguiendo el modelo de la industria”. Pero
Carrière se situaba en un contexto de tradición, no de innovación, con lo cual
se equivocaba.
Así se comprenden mejor las
actividades financieras de los templarios (y de los hospitalarios, con respecto
a los cuales se podrían hacer observaciones idénticas). Se inscriben en el
contexto general de las actividades económicas de las órdenes militares. Dad su
misión, las órdenes no podían hacer otra cosa que producir para obtener un
provecho. Extraño itinerario mental el de esos hombres procedentes de la
aristocracia, cuyo ideal consistía en producir para dar, para obrar “con
largueza” .
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