Desde la encomienda de Barcelona
volvemos al apartado dedicado a conocer mejor a la figura de Nuestro Señor
Jesucristo. Gracias a la aportación del teólogo J.R. Porter en su libro “Jesus
Christ”, hoy nos aclarará algunos aspectos y similitudes que guarda la Ascensión de Jesús al
Cielo.
Desde Temple Barcelona estamos
convencidos que su lectura la encontraréis atrayente.
Representación de la Ascensión de Jesús ante
la nube que le recibe.
De
todos los libros del Nuevo Testamento, sólo el segundo volumen de Lucas, Los
Hechos de los Apóstoles, describe la Ascensión de Jesús a los Cielos como un suceso
realmente histórico y un fenómeno visible (Act 1, 2-11). Con bastante
frecuencia el Nuevo Testamento habla de la “exaltación de Jesús”, lo que
destaca en un himno antiguo citado en una epístola a los hebreos (Heb 1, 3-4) y
en otros pasajes: tras sus sufrimientos terrenales, el Hijo es investido por
Dios con una autoridad suprema sobre el cosmos (Ef 1, 20-22). Él inaugura la nueva
era mesiánica, y sus seguidores comparten su estatus de exaltación (Ef 2, 4-6).
Todo ello se consigue porque Jesús es llevado al reino de los Cielos y se
sienta a la diestra del Señor (Mc 16, 19; Rom 8, 34) –es decir, Jesús vuelve al
estado divino que disfrutó, como agente de la Creación , antes de su
encarnación (Col 1, 15-17; Heb 1, 2).
Como
en el caso de la resurrección corporal de Jesús, el momento de la Ascensión de jesús a los
Cielos está poco descrito. El Evangelio según Lucas afirma que Jesús “se fue”
de sus discípulos “y era llevado arriba al Cielo” (Lc 24, 51). Según los Hechos
de los Apóstoles, mientras los discípulos lo veían, Jesús era “alzado y una
nube le recibió y le quitó de sus ojos” (Act 1, 9). En los versículos añadidos
al Evangelio según Marcos, se dice que Jesús fue “recibido arriba en el Cielo”,
donde “se sentó a la diestra del Señor” (Mc 16, 19). No obstante, Mateo habla
sólo de la suprema autoridad cósmica conferida a Jesús y de su presencia eterna
(Mt 28, 18-20). En Juan, Jesús anuncia a María Magdalena su inminente
Ascensión, pero el hecho real debe deducirse (Jn 20, 17).
El
objetivo especial de la narración de la Ascensión en los Hechos de los Apóstoles es dejar
claro que las apariciones posteriores a la Resurrección tuvieron
un final. Jesús dejó la Tierra, para no dejarse ver más hasta su Segunda Venida
en una fecha no determinada. Su presencia será reemplazada por la del Espíritu
Santo, el cual dará poder e inspirará a la Iglesia (Act 1, 8). El relato de Lucas parece
haberse inspirado en la ascensión de Elías, tal y como se describe en las
Escrituras hebreas (2 Re 2, 9-12). Por ejemplo, el período de cuarenta días
entre la resurrección y la
Ascensión en el Monte de los Olivos recuerda al viaje de
cuarenta días de Elías al monte Horeb (1 Re 19, 8), y el relato del Espíritu
Santo tiene cierto paralelismo con el regalo a Eliseo del espíritu de Elías.
El
único trazo distintivo de la
Ascensión de Jesús es su significado escatológico. Simboliza
el final del viejo orden mundial y la inauguración de la última era; su futuro
final lleva a la existencia de un Cielo completamente nuevo y una Tierra
completamente nueva (Ap 21, 1).
El regalo del Espíritu Santo
Lucas
y Juan (en los Hechos de los Apóstoles) son los únicos que hablan del regalo
del Espíritu Santo a los discípulos (Jn 20, 22; Act 2, 1-3, 33). Representa el
legado final de Jesús: el Espíritu toma su sitio y es el que más adelante les
conducirá al Cielo. Para Lucas, el descenso del Espíritu Santo es un suceso
público, visible y espectacular. En Juan, los discípulos reciben el Espíritu en
secreto (Jn 20, 19-23) y sólo lo saben ellos (Jn 14, 17).
En
cinco dichos, Juan establece lo que los cristianos deben entender sobre la
naturaleza y la forma de actuar del Espíritu Santo, llamado también “el
Defensor” (Jn 14, 15-17; 25-26; 15-26; 16, 4-11; 12-15). El Defensor se
centrará en Jesús y en sus enseñanzas (Jn 14, 26; 15, 26; 16- 14) y guiará a
los discípulos hacia “la verdad” que es el propio Jesús (Jn 16, 13-15). La
promesa del Espíritu Santo en los Hechos de los Apóstoles y en Juan se
corresponde con la promesa de Jesús en Mateo de que él siempre estará con los
discípulos (Mt 28, 20).
Según
los evangelios, en los momentos clave el Espíritu Santo estaba presente a
través de la existencia terrenal de Jesús, de manera que dirigió toda su vida y
enseñanzas (Jn 3, 34). Fue el agente de su concepción (Mt 1-18; Lc 1, 35) y
descendió sobre él en su bautismo (Mc 1, 10 y paralelos; Jn 1, 32-33); al
inicio de su ministerio, Jesús afirmó que era el profeta lleno del Espíritu
predicho en Isaías (Lc 4, 16-21). A través del Espíritu Santo, Jesús realizó
muestras de poder, como la de expulsar demonios (Mt 12, 28). De la misma forma,
el regalo del Espíritu Santo confirió a los discípulos “la potencia de los
alto” (Lc 24, 49) para ejercer la sanación y realizar otros “signos” en nombre
de Jesús (Mc 16, 17-20).
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