Desde la encomienda de Barcelona seguimos proponiendo la lectura de las
memorias del exorcista del Vaticano, padre Amorth. Donde con detalladas
experiencias, nos expone cómo actúan las fuerzas del mal.
Por ello hemos vuelto a recoger un texto del su libro “Memorie di un
esorcista –La mia vita in lotta contro Satana-, donde esta vez nos hablará del
pecado más común para viajar al Infierno, la soberbia.
Desde Temple Barcelona esperamos que estas líneas os sirvan para evitar
caer en la tentación.
La tentación de la soberbia
Un sacerdote como usted, que lucha contra el demonio, practica
exorcismos y lo expulsa, ¿corre el peligro de ser soberbio?
Todo lo contrario. Cuando
practico exorcismos en la iglesia de la Inmaculada , tengo diez ayudantes y pontifico, soy
yo quien hace el exorcismo, pero, durante la sesión, mi pensamiento siempre
está con el Espíritu Santo: “Espíritu Santo, intervén tú.”. le suplico así
continuamente, para no caer en la tentación. Y cuando voy a predicar…voy muy
pocas veces, sólo en ocasiones muy especiales. Pues bien, en esas situaciones
siempre hay gente que quiere acercarse a tocarme, y yo digo: “Adelante, tócame,
¡huelo a salchichón!”.
Volvamos a la tentación. La mayor
tentación del demonio es la soberbia y los mayores pecados son los de soberbia.
Son la raíz de todos los pecados, aunque el pecado más frecuente, que no el más
grave, es la impureza. Como ya he dicho, y no está de más repetirlo, san
Alfonso de Ligorio decía: “La mayoría va al infierno por este pecado y nunca
sin este pecado”.
Como remedio al pecado de la
soberbia, quisiera recordar el episodio de un puntapié muy saludable.
Durante una plegaria de
liberación, sabiendo que el demonio detesta la confesión sincera de los pecados
y el arrepentimiento, hicimos una amplia confesión pública de muchos pecados
(incluidos los de nuestras familias, difuntos y comunidades). Después cada uno
se acercó al sacerdote para la acusación personal y la absolución. Por último,
yo me arrodillé ante el sacerdote que oficiaba conmigo, con el fin de pedir
perdón por mis pecados, especialmente por aquellos que obstaculizan la eficacia
de mi ministerio.
De pronto, sentí en la espalda un
sonoro puntapié. Me lo dio una paciente, tras burlar la vigilancia de mis
colaboradores, con un movimiento rápido e inesperado. De este modo expresó lo
que sentía el demonio mientras nosotros nos confesábamos. Y yo quiero trasladar
sus efectos a quienes necesiten un empujón para ir a confesar sus pecados.
Un demonio burlón
Una mujer de unos cincuenta años,
con una hija y dos nietos. Dice que empezó a sentirse mal en cuanto se casó.
Padece asma, desmayos, dolor de estómago e intestino; vomita casas raras, como
pelos, judías crudas…En su casa oye golpes y los muebles vibran. Siente que la
odian varios familiares y amigos, en especial su suegra, que nunca la ha
aceptado como esposa de su único hijo.
Tras pocos minutos de exorcismo,
cae en trance y el demonio habla. Amenaza a la enferma y al exorcista. Le digo:
“Tú a mí no me vas a hacer nada, porque soy un ministro de Cristo. Sin su
permiso, no puedes decir ni una palabra, no puedes hacer nada. Tienes que
obedecerlo a Él y también a tu amo, Lucifer”. Me responde: “Yo soy Lucifer”.
“Ah, eres Lucifer. Pues voy a atacarte con el exorcismo”, concluyo. Reacciona
al exorcismo y también al “Bendito sea Dios” y el “Bendita sea su Santa e
Inmaculada Concepción”. Entonces le digo: “Te echas a temblar al oír el nombre
de María, ¿eh? Eso es porque nunca se ha sometido a ti mediante el pecado.
Ella, sin pecado original y con su hijo Jesús, te ha pisoteado la cabeza”. El
diablo replica: “¿Sabes con qué pie?”. Yo le sigo la corriente: “A ver, con qué
pie, me gustaría saberlo”. “Con el derecho”, me dice. “Porque es más fuerte y
decidido”. Me quedo sin palabras y empiezo a sospechar que me ha mentido. Al
día siguiente tengo ocasión de hablar con mi obispo y le cuento lo ocurrido. Me
dice que lo del pie derecho es una tontería, porque la Virgen no pisoteó nada
material ni utilizó ningún pie; nos movemos en el ámbito de la teología, no de
la física. Satanás ha sido vencido y su reino, derrotado, pero nos mantenemos
en el orden espiritual.
Ocho días más tarde le practico
un nuevo exorcismo a la misma mujer. Ésta pierde el sentido, pone los ojos en
blanco y se contonea como una serpiente, presa de unos espasmos atroces. El
intruso pronuncia ofensas y amenazas, especialmente dirigidas al exorcista, y
dice palabras engañosas. Lo interrumpo: “Lucifer, lo que me dijiste del pie el
otro día…”. El maligno, con voz fría, me da una respuesta que me deja helado:
“Te estaba tomando el pelo”. ¿Es una lección para eludir preguntas hechas por
curiosidad?
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