Desde la encomienda de Barcelona volvemos a recobrar el apartado
destinado a viajar por aquellas regiones de España donde estuvo asentada la Orden del Temple.
Gracias al tristemente desaparecido investigador y novelista Xavier
Musquera, que en su libro “La
Aventura de los Templarios en España”, nos hace atractiva su
lectura con tintes tanto históricos como también legendarios que una vez chocan
entre sí hasta despertar un interés desbordante hacia lo real y lo fantástico; a
lo imaginado y, a lo que todavía, nos queda por investigar.
Desde Temple Barcelona os ofrecemos la oportunidad de que viajéis por
tierras hispánicas.
Los caballeros de la mesa redonda, según la
tradición Artúrica.
El tema del Graal es de tal complejidad
que el investigador se ve obligado forzosamente a zambullirse en el mundo de
los arquetipos y de la simbología.
El mito del Graal ha llegado
hasta nosotros gracias a las obras escritas en los siglos XII y XIII. Cuatro de
ellas son básicas y forman el ciclo artúrico y graálico: Le conte du Graal, de Chrétien de Troyes, en 1179; L’histoire du Graal, de Robert de Boron,
en 1190, el Perlesvaux, hacia 1200 y
El Perceval, de Wolfram von
Eschenbach, en 1210. esta última es quizás la más conocida.
En la versión francesa, el
caballero que parte a la búsqueda del Graal es Perceval, mientras que en la
inglesa es Galahad, hijo sin mácula de Lancelot. En ambas versiones quien halla
el Santo Grial es conducido al cielo.
El músico alemán Richard Wagner
transformó El Perceval, de von
Eschenbach, en el Parsifal de su
drama musical mundialmente conocido. La aparición de este ideal caballeresco
coincide con el auge del catarismo, la herejía albigense y el esplendor de la Orden del Temple. No
olvidemos que el autor trovador llama a los custodios del Graal, Templeisen, es decir, templarios.
La obra de Robert de Boron es un
claro ejemplo de la adaptación actualizada de antiguas leyendas. La lanza de
las iniciaciones paganas pasa a ser la de Longinos, legionario romano que
atravesó el costado de Jesús en la cruz. Al mismo tiempo, el cáliz, o vaso
sagrado pasa a ser la escudilla en la que Jesús celebró la Pascua y en la que, por
añadidura, José de Arimatea recogió la sangre divina. Boron deja a un lado las
tradiciones celtas y acomoda episodios estrictamente cristianos, influenciado
por el Císter.
Arquetipos, mitos, conceptos e
ideas, cuando se ritualizan, precisan de un soporte material para “hacerse”
visibles. Así nace la simbología, para transmitir conocimientos y saberes que
superan a la vez el ámbito de lo puramente analítico, distintivo y racional.
Contenido esotérico
Todas estas obran son de suma
importancia en la literatura caballeresca medieval y encierran un contenido
esotérico innegable. Las tribulaciones y las pruebas que deben superar los
caballeros contienen de manera velada el proceso de su iniciación. Sus
aventuras no pertenecen a un contingente histórico y se desarrollan en lugares
geográficamente imposibles de determinar. Estas leyendas caballerescas son
relatos de la búsqueda de la
Verdad por parte del ser humano. Aquel que emprende esa
búsqueda pertenece a la caballería terrenal y, una vez alcanzado su objetivo,
pasa a pertenecer a la caballería celestial.
El mito del Graal es uno de los
más importantes, por no decir el más trascendente, pues incide directamente en
el universo espiritual.
Según la saga Artúrica, el rey no
murió. Vive todavía en su castillo de Avalon y cierto día volverá a
manifestarse. La figura del rey es una de las diversas representaciones del
“rey polar” o “rey del mundo” y conlleva la idea de “centro”. El simbolismo de
la tabla redonda es “solar” y “polar”. Simbolizan la redondez del mundo, el
curso de los planetas y es el reflejo del orden cósmico, imagen del cielo que
es representado en la tradición védica por el Dharma, es decir, la rueda.
El palacio del rey se halla
construido en el “centro del mundo”, al igual que la tradición nórdica tiene su
Mitgard. Según algunos textos, gira sobre un punto central como la “Isla de
Cristal” celta.
Los caballeros del rey Arturo,
que son reclutados en todas las patrias, tienen una consigna común: “Quien sea
jefe que sea puente”. Según la antigua etimología. Pontifex significa el hacedor de puentes, es decir, aquel que
establece el vínculo de unión entre las dos orillas, o sea, los dos mundos:
terrenal y el celestial.
Los caballeros que se reúnen
alrededor de dicha mesa o tabla representan los signos zodiacales. Por tratarse
de un lugar sagrado, dichos caballeros tendrán que anular su individualismo y
todas aquellas propiedades específicamente humanas con las que se ensalza el ego personal.
En el castillo del Graal, la gran
chimenea central del edificio simboliza la unión entre el Cielo y la Tierra
como función simbólica y, en consecuencia, luminosa. Dicha chimenea se halla en
el centro de una estancia cuadrada. Cabe recordar que tradicionalmente el
cuadrado representa la condición humana, lo material, lo manifestado, en
definitiva, la Tierra. Mientras
que el círculo representado por la mesa corresponde a lo numinoso, a los
estados suprahumanos, a lo trascendente, es decir, al Cielo.
Si trazamos un círculo inscrito
dentro de un cuadrado, obtendremos la figura conocida como la cuadratura del
círculo. Resumiendo: el palacio o castillo del Graal corresponde a una
ciudadela celeste.
El Graal posee elementos de
Oriente y Occidente y es común a todas las tradiciones. A pesar de que su
origen continúa siendo desconocido, dicho mito lo hallaremos en la tradición de
los celtas, como el caldero de Keridwen. En la tradición iraní es llamado Haoma y en la persa Djenschyd. También
en el budismo se nos cita la escudilla de limosnas, única propiedad de
Siddharta Gautama, de la dinastía de los Sakyas, más conocido como Buda.
En la epopeya épica del Mahabarata se cita el cáliz de los
Nagas. En la tradición islámica encontraos la piedra Kaaba y en el budismo tibetano, en su vertiente esotérica,
Vajrayana, se cita la piedra de Chintamani,
traída a lomos de un caballo llamado Lung-tha. En dicha tradición se cuenta que
Chintamani ha sido fragmentada y
enviada a distintos lugares del planeta y que permanece en contacto con el
centro supremo de la legendaria Shambhala, donde residen los Boddisatwas (santos) y los Mahatmas (grandes almas), lo que nos
recuerda al Avallum o Avalon del
ciclo Artúrico.
En la tradición hindú, el Graal
corresponde al vaso sacrificial que contiene el Soma o bebida sagrada del
antiguo ritual védico. Este recipiente contiene la sangre del dios viviente, de
Agni, personificación del fuego sagrado, al igual que el Graal cristianizado
contiene la sangre de Jesús inmolado. También hallamos su equivalente en el
Taoísmo con su vaso llamado kuanyin, que simboliza a la virgen celestial que
encarna la sabiduría, la belleza y la pureza. Esa fuerza universal que llena
dicho cáliz es el Verbo Divino, el Logos, la Divina Luz que, según la Kabbalah , se conoce con el nombre de Shekinah y
que en la Alquimia
toma el nombre de Fohat, es decir, el
fuego necesario para que el plomo se convierta simbólicamente en oro, o lo que
es lo mismo, el hombre viejo que se convierte en un hombre nuevo, un iniciado.
La materia bruta se transmuta en materia nueva.
Dicho recipiente también
simboliza la Sophia
de los gnósticos y representa a su vez la piedra caída del cielo o bien la
esmeralda que según la leyenda cayó de la frente de Lucifer, que muchos
interpretan como entidad negativa y maléfica, cuando en realidad, y según el
gnosticismo, se trataría del portador de luz, portador del conocimiento, o sea,
el iniciador.
Si tomamos el concepto Graálico
como universal, su símbolo pertenecerá a la “Tradición Primordial”, que los
primeros cristianos denominaron “Revelación Primitiva” y que posteriormente los
escolásticos medievales llamaron Phiolosophia
Perennis, es decir, fuente común de
toda enseñanza trascendente que se ha sucedido en un tiempo determinado y en un
lugar concreto.
El soporte físico ha estado
representado indistintamente por la piedra, el vaso, el cáliz y otros objetos
simbólicos. Tal vez éste haya sido el motivo por el cual existan diferentes
enfoques y estudios sobre dicho tema. Desde el académico erudito, pero falto de
espíritu, y el romántico con divagaciones místicas, hasta el pseudo-esoterista
que dogmatiza, pasando por aquellos que están influenciados por esa nueva moda
llamada new age.
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