Desde la encomienda de
Barcelona, volvemos a recoger información referente al conocimiento de Nuestro
Señor Jesucristo. Para ello, hemos seleccionado un texto del teólogo
protestante J.R. Porter, de su obra “Jesus Christ”, donde nos explica con
sencillez un movimiento metafísico de los primeros cristianos conocido como gnosticismo.
Desde Temple Barcelona
estamos seguros que su lectura os será de interés.
Representación
fotográfica del hallazgo de manuscritos en Nag Hammadi
Gnosticismo
es el término moderno utilizado para un movimiento religioso importante de los
primeros siglos d.C. Había una enorme variedad de formas que colectivamente
constituían el principal escollo para el desarrollo de la corriente principal
del cristianismo en el período patrístico. Desde como mínimo el siglo II d.C.,
el gnosticismo era considerado por los principales teólogos cristianos como una
herejía altamente peligrosa.
La
palabra gnosticismo deriva del griego gnosis
(“conocimiento”), de manera que un gnóstico es aquel que se considera que ha
alcanzado el verdadero conocimiento. Este concepto constituía una cuestión
básica para los diferentes sistemas gnósticos: en primer lugar, un iniciado
debía comprender la condición en la que los propios seres humanos se
encuentran, y esta comprensión se convertía a su vez en el medio para
deshacerse de la condición humana.
En
el gnosticismo, la humanidad es semejante a lo divino. Cada persona representa
una “chispa divina” aprisionada en un cuerpo material. La salvación es la
liberación de este elemento divino, de manera que el individuo puede realizar
su naturaleza celestial. La base de esta doctrina es un dualismo radical entre
“espíritu” y “materia”, donde el mundo material es un reino del mal del que el
individuo necesita escapar. Dado que el mundo está dominado por el mal, los
seres creados en él no pueden ser el único y verdadero Dios. Sobre este ser
creador o “demiurgo”, y claramente separado de él, debe existir una deidad
desconocida y transcendente.
El
“conocimiento” al que los gnósticos llegan toma la forma de un elaborado mito
de la creación. Éste se relata de forma distinta en los diversos sistemas
gnósticos, pero todos ellos hablan de una última figura divina, el Padre, del
cual se desprende una genealogía de seres espirituales conocidos como “eones”,
los cuales constituyen juntos el pleroma,
la “plenitud” de la divinidad. Los eones se alejan progresivamente del centro
divino hasta que uno u otro de ellos “cae”, con lo que lleva el espíritu hasta
el reino inferior de la materia. Cuando esto ocurre, el mundo visible entra en
el ser (en ocasiones a través del trabajo de un demiurgo) al tiempo que los poderes del mal (“arcones”) lo
gobiernan.
Según
esta concepción, los seres humanos están tan enredados en la materia que sólo
pueden realizar su auténtica naturaleza espiritual a través de una revelación
sobrenatural. Aquí es donde aparece Jesús en el gnosticismo, al que se
considera una figura celestial que descendió para revelar a la humanidad el verdadero
y redentor gnosis. No se encarnó en
un verdadero ser humano, tal y como la ortodoxia cristiana insiste, porque esto
le corrompería con el mundo material. Los “evangelios gnósticos” no relatan
nada del ministerio, muerte y resurrección del Jesús hombre, sino que
constituyen más bien meditaciones sobre su mensaje y recopilaciones de sus
dichos.
Hasta
el siglo XX, el conocimiento del gnosticismo estaba limitado básicamente a los
relatos hostiles de los Padres de la
Iglesia y los extractos que ellos reprodujeron de los textos
gnósticos. Esta situación cambió radicalmente con el descubrimiento, en 1945,
de gran número de textos gnósticos en Nag Hammadi, en Egipto. Desde entonces,
el gnosticismo puede considerarse no sólo como una distorsión de la verdadera
fe, sino como un sistema de creencias por derecho propio que era muy atractivo
porque parecía ofrecer la esperanza de la liberación de la triste condición
humana. Los documentos de Nag Hammadi, entre los que se incluye el Evangelio
según Tomás, parecen indicar la existencia de un gnosticismo precristiano que
fue extensamente cristianizado aunque reteniendo sus características básicas
originales.
El Cristo Redentor
Una
cuestión central entre la
Iglesia y el gnosticismo era el carácter único de Cristo y la
comprensión de su obra redentora. El Jesús gnóstico era sólo uno de la sucesión
evolutiva de emanaciones divinas conocidas como “eones” y, desde el momento que
no se le veía en su forma humana, no hubo lugar en la filosofía gnóstica para
el concepto de salvación a través de la muerte física y la resurrección de
Jesús. Por el contrario, para la
Iglesia , la totalidad de la pleroma divina estaba contenida en Jesús (Col 1, 19; 2, 9); a
través de él el universo se hizo ser (Jn 1, 3), el único mediador entre Dios y
la humanidad (1 Tim 2, 5), “el que fue entregado por nuestros delitos y
resucitado por nuestra justificación” (Rom 4, 25).
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