Desde la
encomienda de Barcelona volvemos al apartado histórico de la Orden del Temple,
con la intención de esclarecer aspectos que rara vez se analizan entre los
simpatizantes del Temple. Para ello hemos vuelto a seleccionar un nuevo texto
del catedrático en historia Alain Demurger de su libro “Vie et mort de l’ordre
du Temple”, donde nos explica el papel relevante que tuvieron los templarios
entre Oriente y Occidente.
Desde
Temple Barcelona estamos seguros que su lectura la encontraréis amena.
Informadores
de Occidente
Sin entrar en doctas discusiones sobre las
aportaciones de las cruzadas a Occidente y para limitarnos al Temple, señalemos
que, si bien se da un vaivén constante entre las casas de Oriente y Occidente,
el intercambio es desigual. El Oriente “consume” hombres, caballos, víveres,
dinero; el Occidente se los proporciona. ¿Qué recibe a cambio? Hombres y
noticias.
En primer lugar, hombres. Lisiados, enfermos,
viejos. Las encomiendas de Occidente hacen también las veces de asilos y
enfermerías. Se conoce bien la encomienda-hospital de Denney (Cambridgeshiere),
en Inglaterra. Los templarios recibieron esta propiedad en 1170 como donación
de la comunidad monástica de Ely. Muy pronto se especializó en el cuidado de los
enfermos y, con esta finalidad, obtuvo numerosas donaciones de bienes y rentas.
En 1308, los comisarios reales que vinieron a arrestar a los hermanos,
encontraron sólo once: ocho eran ancianos, dos ya de edad y uno loco. Otra
encomienda inglesa, la de Tagle (Lincolnshire), prestaba los mismos servicios.
Había otras en toda Europa. A los hermanos enfermos de lepra se les reservaba
una suerte particular. Debían dejar la orden y entrar en la de San Lázaro,
orden militar igualmente, pero que acogía tan sólo a los leprosos.
Sin embargo, no todos los templarios de
Occidente eran pacíficos jubilados. Tampoco neófitos que se preparaban para
entrar en el servicio activo. Si se juzga por la carrera de los dignatarios, la
de los templarios en general presentaba cierto movimiento.
Las órdenes militares están bien situadas para
convertirse en los informadores privilegiados de Occidente. La red de sus casas
se manifiesta eficaz. Ni el Temple ni el Hospital pueden cumplir su tarea sin
un reclutamiento constante. Para atraer a los reclutas, hay que recordar sin
tregua los peligros de la situación en Tierra Santa, las desdichas de los
cristianos de Oriente, la agresividad musulmana. Los templarios adoptan muy
pronto una política de información sistemática de Occidente, por medio de
cartas. El príncipe Raimundo de Antioquia perece en la segunda cruzada. La
ayuda del rey Balduino III y de los templarios no logra impedir el desastre. La
orden ha tenido que pedir dinero prestado y se halla ahora escasa de recursos.
Un templario escribe al maestre Everardo des Barres, entonces en Occidente (ha
acompañado al rey Luis VII). Describe la situación y le urge para que regrese
con hombres y dinero. Le pide que informe al rey y al papa de la situación. Y
en efecto, Everardo vuelve a Jerusalén después de haber puesto al corriente de
los hechos, no sólo al rey y al papa, sino también a Suger y a san Bernardo,
relevos eficaces para hacer circular la información. En los años 1162-1165,
Luis VIII recibe catorce cartas de Oriente; siete de ellas proceden de los
templarios, que, en cada ocasión, exponen sus pérdidas y sus necesidades. El
desastre de Hattin fue conocido en Occidente gracias a la carta de un templario
superviviente, el hermano Thierry.
Cuando el papado emprende una política consecuente
de apoyo a la cruzada, emplea los mismos métodos. Inocencio III se dirige a
todo el que cuenta en Oriente para conseguir informaciones.
La propaganda no se encuentra nunca muy lejos
de la información. En la Edad Media, la carta supone el instrumento
privilegiado de ambas. La dura derrota de La Forbie, en 1244, en la que el
Temple perdió trescientos hombres y el Hospital doscientos, dio ocasión a una
guerra de comunicados epistolares entre Federico II, que hace a los templarios
responsables de la derrota, y éstos, que naturalmente rechazan la acusación. El
historiador inglés Mathieu Paris, muy favorable, como se sabe, a Federico II,
reprodujo estas cartas.
El 26 de julio de 1280, el Gran maestre del
Hospital, Nicolás Le Lorgne, escribe al rey de Inglaterra Eduardo I. Su carta
parece un informe sobre el estado de Tierra Santa: “Os damos de buena gana a
saber el estado de Tierra Santa […]. La dicha tierra se encuentra en bien débil
parte y cada vez más vacía de gente de armas […]. Hay pestilencia de sequía,
todo el trigo se ha estropeado; la mina de trigo candeal está a cuatro besantes
y más”. Y Nicolás Le Lorgne reclama de Occidente trigo para “mantener a
nuestros señores enfermos y a nuestros hermanos”.
Como los informadores más seguros de
Occidente, los maestres de las órdenes son consultados por el papa o por los
príncipes sobre todo lo que se relaciona con la cruzada. Clemente V convocó a
Francia en 1306 al maestre del Temple, Jacobo de Molay, entonces en Chipre,
para conocer la opinión de una persona cualificada.
¿Empobrecimiento
templario en el siglo XIII?
Muchos consideran lógica la impopularidad
creciente del Temple en el curso del siglo XIII. Examinaremos esta cuestión en
otra parte, a partir de los textos de los contemporáneos. Ahora quiero simplemente
subrayar, al término de este largo análisis sobre la “retaguardia” de la orden,
el interés que tendría, para apreciar su impopularidad, destacar por una parte
el movimiento de las donaciones, por otra parte el de las vocaciones. Se
necesitaría para ello estudios comparativos sistemáticos (entre las regiones,
entre las órdenes religiosas). Me limitaré a dar algunos ejemplos, con el solo
objeto de poner las bases para una primera impresión.
El movimiento de las donaciones no es lineal.
Se producen en oleadas, 1130-1140, 1180-1190, 1210-1220. En la segunda mitad
del siglo XIII, se observa una clara regresión: ni siquiera diez donaciones en
cincuenta años en la encomienda de Provins; rarefacción en Beaune; la
implantación templaria en el Yorme termina hacia 1250; setenta y cuatro actas
de donación y de venta durante el siglo XIII en Rouergue, contra doscientas
diecinueve en el siglo XII; cuarenta y cuatro donaciones en Huesca hasta 1120,
y catorce de 1220 a 1274; veintitrés donaciones en Tortosa (Aragón) de 1160 a
1220, y una sola después. La causa parece vista.
Sin embargo, sigue habiendo donaciones. Un
señor del Barrois hace don de su feudo de doncourt-aux-Bois en 1306. Pero ¿cómo
juzgar ese frenado, esa extinción a veces del movimiento? A. J. Forey señala
que en Aragón se observa una disminución paralela de las compras (que se deben
a una elección deliberada de los templarios). En Tortosa y su región, se ha
observado que las donaciones a los establecimientos religiosos tradicionales
disminuyen en el curso del siglo XIII, pero esta disminución no aparece hasta
finales del mismo siglo en lo que se refiere al Temple y al Hospital. Por lo
tanto, para apreciar correctamente la curva de las donaciones, hay que tener en
cuenta otros factores: competencia de las nuevas órdenes mendicantes; evolución
general de la sociedad, con un control más estricto de los dones; presión del
poder real, que exige cada vez más dinero de sus súbditos; efectos de la crisis
de la idea de cruzada, que no se limitan únicamente al Temple. Antes que la
impopularidad del Temple, el movimiento de las donaciones invita a considerar
el problema de la impopularidad del conjunto de las casas religiosas.
Habría que considerar además otro aspecto. ¿Se
da también una crisis de vocaciones? A. J. Forey hace un paralelo entre la
disminución de las donaciones y las compras y la disminución de los contratos
de confraternidad. Es posible. Pero en vísperas de la detención de los
templarios, seguía habiendo novicios. Las medias de edad observadas entre los
hermanos de Lérida interrogados en 1310 son reveladoras: veintisiete años para
los dieciocho sargentos, menos de veinte años para los ocho caballeros. En
París, entre los templarios detenidos e interrogados en 1307, uno tiene
diecisiete años, otro ha recibido la capa el 16 de agosto de 1307.
Los ejemplos expuestos son demasiado
fragmentarios para sacar de ellos la menor conclusión, a excepción de la
siguiente: seamos prudentes antes de señalar con el dedo a los templarios. Que
son impopulares no suscita ninguna duda, pero no más que muchos otros.
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