Desde la
encomienda de Barcelona, quedaba pendiente tratar la segunda parte de la visión
que encierran los evangelios sobre la figura de María Magdalena. Hoy, día de
san Esteban, -mártir cristiano que fue lapidado ante los ojos de san Pablo-,
que tras su muerte el cristianismo dejó de ser considerado una secta del
judaísmo, para convertirse en religión universal. Hemos querido compartir con
todos vosotros en tan importante celebración,
los evangelios de Lucas y de Juan, extrayéndolos de la obra “Els
evangelis secrets de Maria i de la Magdalena. La història amagada” del teólogo
catalán Lluís Busquets.
Desde
Temple Barcelona, estamos seguros que el texto os gustará.
El Evangelio
de Lucas
Analicemos ahora Lucas, el último de los
sinópticos, para quien la Magdalena forma parte de las discípulas galileas (Lc
23, 49). El autor de éste parece tener una lista de mujeres diferente: la
Magdalena, Juana y la desconocida Susana, según Lc 8, 2-3, que ya hemos
mencionado, pues contiene la problemática mención de “María, la denominada
Magdalena, de la que salieron siete demonios” y sobre la cual tendremos que
volver a hablar. Lucas aporta otro lado interesante: la escena de dos hermanas,
Marta y María (Lc 10, 38ss), absolutamente paralela a la ya mencionada de Juan
(Jn 12, 2ss). Por lo que a los contextos de muerte y entierro se refiere, son
éstos:
Contexto de la crucifixión: Todos sus conocidos y las mujeres que le habían seguido desde Galilea
se mantenían a distancia, viendo estas cosas. (Lc 23, 49)
Conviene retener que, aquí, no cita ningún
nombre de discípula femenina y que Lucas sitúa a las mujeres atisbando la
crucifixión desde lejos (como debió de suceder en realidad, porque ni una
crucifixión era propia de mujeres –aparte de que la sangre y el tacto de un
cadáver contaminaban la pureza necesaria para la fiesta de la Pascua- ni, al
parecer, como ya hemos repetido, los romanos permitían séquitos de los
ejecutados).
Escenario del entierro: Había un hombre llamado José, miembro del Consejo, hombre bueno y justo
[…]. Era de Arimatea […]. Se presentó a Pilato, le pidió el cuerpo de Jesús y
después de descolgarlo, lo envolvió en una sábana y lo puso en un sepulcro
excavado en la roca en el que nadie había sido puesto todavía. Era el día de la
Preparación y apuntaba el sábado. Las mujeres que habían venido con él desde
Galilea fueron detrás y vieron el sepulcro y cómo era colocado su cuerpo. Luego
regresaron y prepararon aromas y mirta. Y el sábado descansaron según el
precepto. (Lc 23, 50-56)
Para Lucas, aunque no cite el nombre de las
mujeres piadosas y quien verdaderamente se ocupe del entierro sea José de
Arimatea como en Mc y Mt, los protagonistas del entierro son los mismos: ellas
y él.
Intención embalsamatoria, sepulcro vacío y
visión:
El primer día de la semana, muy de
mañana, fueron al sepulcro llevando los aromas que habían preparado. Pero
encontraron que la piedra había sido retirada del sepulcro. Entraron, pero no
hallaron el cuerpo del Señor Jesús. No sabían qué pensar de esto, cuando se
presentaron ante ellas dos hombres con vestidos resplandecientes. Asustadas,
inclinaron el rostro a tierra, pero les dijeron: ¿Por qué buscáis entre los
muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado. Recordad cómo os habló
cuando estaba todavía en Galilea […] Regresaron, pues, del sepulcro y
anunciaron todas estas cosas a los Once y a todos los demás. Las que referían
estas cosas a los apóstoles eran María Magdalena, Juana y María la de Santiago
y las demás que estaban con ellas. Pero a ellos todas aquellas palabras les
parecían desatinos y no les creían. Con todo, Pedro se levantó y corrió al
sepulcro. Se inclinó, pero sólo vio los lienzos y se volvió a su casa,
asombrado por lo sucedido. (Lc 24, 1-12)
El fragmento prosigue con la aparición a los
discípulos de Emaús (Lc 24, 34-35), la aparición en el cenáculo el mismo día
(Lc 24, 36-49) y, acto seguido, la Ascensión cerca de Betania (Lc 24, 50-52). A
diferencia de Mc y Mt, los apóstoles no se mueven de Jerusalén, puesto que el
Evangelio acaba diciendo que “estaban siempre en el Templo bendiciendo a Dios”
(Lc 24, 53). El libro de Hechos de los Apóstoles remacha el clavo, ya que
asegura que Jesús resucitado “les ordenó: No os vayáis de Jerusalén” (Hch 1,
4).
Lucas, pues, difiere de Marcos y Mateo, no
sólo en el nombre de las mujeres (Lc cambia a Salomé por Juana, citada en 8,
2-3), sino en el mandato de no moverse de Jerusalén cuando los otros
evangelistas recogía la orden de ir a Galilea; por otro lado, vuelve a
documentar la intención embalsamatoria de Marcos. No obstante, la Magdalena
está presente en los tres, al menos en el entierro. A partir de Juan, su nombre
tendrá peso entre las apariciones del Crucificado.
El
evangelio de Juan
Si Lucas difiere de Marcos y Mateo, Juan
todavía diferirá más de los sinópticos. Habría que contextualizar estos textos
en relación con la revitalización de Lázaro (Jn 11, 1ss) y con la cena en casa
de los hermanos en Betania con la unción de María (Jn 12, 1-8), pero no podemos
tratar este Evangelio de manera diferente a los otros; analicemos, entonces,
los mismos marcos de los otros autores en el caso del Evangelio de Juan.
Contexto de la crucifixión: Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre,
María, mujer de Klopas, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a
ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo.
Luego dice al discípulo: Ahí tienes a tu madre. Y desde aquella hora el
discípulo la acogió en su casa. (Jn 19, 25)
Es decir, Juan corrige los sinópticos y
considera un error de éstos el no haber situado preeminentemente a la madre y
los familiares de Jesús cerca de la cruz y los incorpora. Ahora, además de la
Magdalena, última en la relación, hay dos/tres familiares de Jesús. Si
consideramos “mujer de Klopas” en yuxtaposición (y no en aposición) de “María”,
tendríamos a la madre, dos tías, la hermana de su madre y la mujer de Klopas
(posiblemente su tío, hermano de José). Desaparecen, claro está, las mujeres
citadas por otros evangelistas, esto es, Salomé, Juana y María, la madre de
Santiago el Menor, pero sigue estando muy presente María Magdalena. Y aparece
el hecho de confiar su madre al desconocido “Discípulo amado”… ¿Quién es este
Discípulo amado? No se trata del apóstol Juan, el hermano de Santiago el Mayor
e hijo de Zebadeo, sino de un personaje influyente (¡conseguirá la entrada de
Pedro en casa de Caifás!), lo cual explica dos cosas: primera, que Jesús,
desconocedor de la reacción de sus hermanos y de su localización si ponían
tierra de por medio tras la crucifixión, le confiara a su madre; segunda, que
quizá lo siguiera en su periplo hasta Éfeso, ya que cuando los romanos
arrasaron Jerusalén, a este Juan, como personaje influyente, seguro que le tocó
emprender el camino del exilio.
Escenario del entierro con embalsamamiento
incluido:
Después de esto, José de Arimatea, que
era discípulo de Jesús, aunque en secreto por miedo a los judíos, pidió a
Pilato autorización para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se lo concedió.
Fueron, pues, y retiraron su cuerpo. Fue también Nicodemo –aquel que
anteriormente había ido a verle de noche- con una mezcla de mirra y áloe de
unas cien libras. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en lienzos con
los aromas. Conforme a la costumbre judía de sepultar. En el lugar donde había
dio crucificado había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el que
nadie todavía había sido depositado. Allí, pues, porque era el día de la
Preparación de los judíos y el sepulcro estaba cerca, pusieron a Jesús. (Jn
19, 38-42)
Tres anotaciones antes de continuar. En primer
lugar, sólo el Evangelio de Juan menciona a Nicodemo en el marco del entierro
de Jesús. En realidad, le ha hecho aparecer antes en 3, 1ss y 7, 50ss. ¿Se trata
de un simple dato redaccional? En segundo lugar: ¿Quiénes eran José de Arimatea
y este Nicodemo? Según diferentes fuentes judías, José de Arimatea no era
miembro del Sanedrín (¿no habría avisado a Jesús de que iban a por él, dándole
tiempo a escabullirse y poner tierra de por medio?), sino que pertenecía a un
Beth Din (Tribunal inferior), entre diversos que existían en Jerusalén. Incluso
se ha interpretado el término “Arimatea” como “harin mathais” (el lugar de los
muertos), de manera que, según Alonso, José del lugar de los muertos
(¿cementerio?) habría tenido la misión de asegurar que los cadáveres de los
ajusticiados pudiesen recibir sepultura de acuerdo con las normas rituales de
la pureza judía, ya que la costumbre romana era dejar los cuerpos de los
crucificados a merced de perros, carroñeros y alimañas. Nicodemo sería, pues,
una suerte de funcionario municipal que acompañaba a José. En tercer lugar, las
“cien libras de mirra y áloe”, como medida de capacidad romana equivaldría a
quince litros de especias (el cadáver habría quedado macerado en perfume
líquido) o a cuarenta kilos (para cubrir todo el cadáver de perfume seco).
Crossan escribe: “Obviamente, Juan pretende subrayar que Jesús recibió un
entierro no sólo real, sino divino”. Sea como fuere, debemos percatarnos de que
Juan, después del entierro, las mujeres no están presentes para nada como si lo
están en los sinópticos; es más, el embalsamamiento no se produce después de la
fiesta, sino antes de la sepultura.
Sepulcro vacío y apariciones: El primer día de la semana va María Magdalena de madrugada al sepulcro
cuando todavía estaba oscuro, y ve la piedra quitada del sepulcro. Echa a
correr y llega a Simón Pedro y al otro discípulo a quien Jesús quería, y les
dice: Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde le ha puesto.
Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro. Corrían los
dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro, y
llegó primero. Se inclinó y vio los lienzos en el suelo; pero no entró. Llega
también Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve los lienzos en el
suelo, y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a los lienzos, sino plegado
en un lugar aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había
llegado el primero al sepulcro; vio y creyó, pues hasta entonces no habían
comprendido que según la Escritura Jesús resucitaría de entre los muertos. Los
discípulos, entonces, volvieron a casa. (Jn 20, 1-10)
Por lo tanto, en el caso de Juan sólo María
Magdalena acude al sepulcro –se convierte en la discípula por antonomasia de
todas las discípulas seguidoras de Jesús-, antes del alba. Ella avisa a Pedro y
al Discípulo amado, que acuden al sepulcro. El segundo, viendo que el cuerpo de
Jesús ha desaparecido, cree que ha resucitado. Se trata ya de una elaboración
literaria de la fe en la resurrección.
A continuación, el Evangelio sigue con la
aparición a María Magdalena:
Estaba
María junto al sepulcro fuera llorando. Y mientras lloraba se inclinó hacia el
sepulcro, y ve dos ángeles de blanco, sentados donde había estado el cuerpo de
Jesús, uno a la cabecera y otro a los pies. Dícenle ellos: Mujer, ¿por qué
lloras? Ella les respondió: Porque se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le
han puesto. Dicho esto, se volvió y vio a Jesús, de pie, pero no sabía que era
Jesús. Le dice Jesús: Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas? Ella, pensando
que era el encargado del huerto, le dice: Señor, si tú lo has llevado, dime
dónde lo has puesto, y yo me lo llevaré. Jesús le dice: María. Ella se vuelve y
le dice en hebreo: Rabbuní –que quiere decir ‘Maestro’-. Dícele Jesús: Deja de
tocarme, que todavía no he subido al Padre. Peor vete a mis hermanos y diles:
Subió a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios. Fue María Magdalena
y dijo a los discípulos: He visto al Señor, y que había dicho estas palabras. (Jn 20, 11-18)
Cuatro comentarios breves a esta perícopa, la
única en la que se basan quienes consideran que hubo algún tipo de relación
íntima –amorosa o matrimonial- entre Jesús y María Magdalena. En primer lugar,
la Magdalena se lamenta porque piensa que se han llevado a su Señor (“Señor” en
el sentido de Kyriós, de modo divinizado) y no sabe dónde buscarlo. Por eso
pide al hortelano que le diga dónde está, porque ella se hará cargo del
cadáver, lo cual –el argumento es de los que suponen alguna relación
sentimental entre la Magdalena y Jesús- sólo podía hacer una mujer si existía
algún tipo de relación íntima o parental con el muerto. Éstos, evidentemente,
aducen que trata igualmente de “Señor” al hortelano y a su
“amigo/amante/marido”, y por ello restan importancia al trato de Jesús como
“Señor”, en el sentido de divinidad-realeza, que le otorgaron las comunidades
paganorromanas convertidas al cristianismo.
Con todo, sin querer aplicar aquí el
denominado argumento de posterioridad (la Magdalena no sabe que el hortelano es
Jesús, pero el escriba que redacta/copia el Evangelio sí, y de ahí el
tratamiento de “Señor”), toda esta argumentación cae por su propio peso si tenemos
en cuenta la elipsis que se da en el versículo 16. María Magdalena ha
reconocido a Jesús una vez que la ha llamado por su nombre en tono afectivo,
como pueden hacer dos enamorados, es cierto; pero ella no le replica con
ninguna interjección cariñosa (“¡Querido!”, “¡Amor!”…), sino con una plabra en
hebreo que le ensalza por encima de los hombres normales: “¡Maestro!”. Y,
diciéndoselo, cae a sus pies y le adora. (¡A un marido se le quiere, pero no se
le adora tomándole por una divinidad!) Esta elipsis vale su peso en oro. Jesús
todavía ha de reprender a la Magdalena y decirle: “Deja de tocarme, que todavía
no he subido al Padre” Todo el evangelio de Juan supone un descenso de Jesús de
los cielos y un retorno al Padre, y aquí nos encontramos en el centro de su
punto de inflexión. Se da todavía una chispa residual de pureza judaica (la
Magdalena no puede besar los pies de Jesús y adorarlo –cosa que sí hace en Mt
28, 9-, ya que, de la misma manera que un muerto contamina a un vivo, un vivo
puede contaminar un cuerpo resucitado o contaminarse él), pero resulta más que
evidente que este Jesús ya no es, en la elaboración literaria, ningún
amante/marido de la mujer. Cuando, por otra parte, poco después, en clara
oposición a lo dicho, Jesús exigirá a Tomás que le toque para comprobar sus
llagas: (Jn 20, 27), no está hablando con alguien vivo en su fe capaz de
contaminarlo, sino con un incrédulo sin vida.
Queda, en tercer lugar, la constatación de que
el ascenso de Jesús Padre, su entrada con cuerpo resucitado en la gloria, se
produce el mismo día de la resurrección, hecho que parece entrar en
contradicción con la perícopa de la Ascensión de Lucas (Hch 1, 3ss). En
realidad debemos concluir que la Resurrección, Ascensión y Pentecostés son tres
plasmaciones de un mismo acontecimiento, como refleja la propia Bíblia de Montserrat. No en vano, hemos
indicado que Gaudí, en la fachada de la Pasión -¡y no la de la Gloria!- del
Templo de la Sagrada Familia de Barcelona, plasma la Ascensión y el descenso
del Espíritu Santo en forma de paloma junto a la crucifixión. ¡Para él,
crucifixión, resurrección, ascensión y Pentecostés también son lo mismo!.
Finalmente, no podemos dejar de constatar que
la Magdalena, en Juan, constituye el eslabón de la cadena que relaciona la
resurrección de Jesús, experimentada y “percibida” por ella de manera
particular –y “percibir” no es ver físicamente- junto con los apóstoles Pedro y
el otro, el incógnito “Discípulo amado”. Lo cual tienen una importancia
capital. Ella se convierte en la discípula de Jesús por antonomasia por ser
testigo de su resurrección; ella es el eslabón de cadena de la testificación de
la resurrección, ya que es ella quien anuncia a los discípulos: “He visto al
Señor”. De ella dependemos todavía los creyentes de hoy. En el futuro, cuando
las historias sobre Jesús diverjan y se busque una “norma” para acercarse a la
verdad, los discípulos cualificados procurarán mantener en la medida de lo
posible que sólo se puede denominar “apóstoles” a aquellos que hubieran seguido
a Jesús, lo hubiesen visto después de la muerte y hubiesen recibido una misión
del galileo. La Magdalena cumple estos requisitos incluso mejor que Pablo, que
se considerará el abortivo de los apóstoles (1Co 15, 8), gracias a la visión
del Resucitado camino de Damasco.
La Magdalena se convierte, por tanto, en una
verdadera “apóstol” de Jesús. ¿Quizá por eso, desde un cierto machismo
jerárquico dominante, poco después no se quiso considerar que una mujer
alcanzara este alto grado de trato con el Nazareno y fue degradada al papel de
endemoniada y de prostituta arrepentida?
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