Desde la encomienda de
Barcelona, volvemos a recobrar el apartado dedicado a indagar qué posibles
objetos pudieron venerar los templarios. Para discernir esa cuestión, hemos recogido
un nuevo texto escrito por la paleógrafa italiana Barbara Frale, de su libro “I
templari e la sindone di Cristo”, donde nos aclara distintos puntos
interesantes a tener en cuenta sobre el mandylion.
Desde Temple Barcelona
sabemos que su contenido lo encontraréis esclarecedor.
Ecce homo!(III)
8. Cuatro veces en dos: Iª parte
Aceptada
la nueva realidad, que tenía también valiosos repliegues políticos, quedaba
abierto el problema de no crear tensiones con la tradición: no se podía
desmentir la antigua historia del mandylion,
pero, por otro lado, tampoco se quería renunciar a las novedades recién
descubiertas. En el año 944, un intelectual anónimo residente en la corte de
Constantino VII, o tal vez el propio emperador, que era un literato sutil,
escribió una nueva versión de la leyenda de Abgar. Sen mantenía el relato
antiguo, pero ahora la formación milagrosa de la impronta se ambientaba
precisamente durante la Pasión :
ninguna maravilla, pues, si en el lino del mandylion
se veían grandes huellas de sangre. Según la nueva versión de la historia,
Abgar está gravemente enfermo y decide enviar a Jesús un mensajero llamado
Anania, que por casualidad es pintor; como Jesús no puede ir a Edesa, porque su
misión en Jerusalén ya está en vías de realización, permite que le hagan un
retrato que pueda llegar a manos del rey. Anania intenta desesperadamente
reproducir sus facciones, pero no lo consigue, porque aquel rostro parece
cambiar misteriosamente de un instante a otro; entonces Jesús, conmovido y
deseoso de ayudar al rey enfermo, coge un pañuelo y, camino del Gólgota, se lo
pasa por la cara y de esa manera sus rasgos quedan prodigiosamente impresos.
Hay una coincidencia muy interesante, tal vez no debida al azar: la de que una
espléndida miniatura bizantina del siglo XIV represente la llegada del mandylion a Constantinopla y que en ella
el emperador Constantino VII no reciba de Gregorio el Referendario una simple
toalla, sino una tela muy larga en la que se destaca la imagen del Santo
Rostro.
La
nueva versión de la leyenda de Abgar trataba de salvar de la mejor manera
posible las discrepancias entre la forma concreta del mandylion, que lleva la impronta de un hombre con el tórax herido
por un lanzazo, y la tradición más antigua, según la cual debía ser sólo una
pintura realista hecha con Jesús en vida. El resultado es muy ingenuo y poco
realista: Jesús camina trabajosamente hacia el Gólgota rodeado de soldados que
se burlan de él y no dejan acercarse a nadie; en tales circunstancias habría
pedido una toalla para poder dejar su retrato al enviado del rey. En ese
momento la imagen se habría formado por milagro, pero el lazazo visible en el mandylion lo recibió Jesús con
posterioridad, tras su muerte en la cruz. El hecho de que se considerara
aceptable semejante manipulación del relato tiene un importante significado
histórico por sí mismo: ¿cuál es el sentido de esta contradicción?
Ian
Wilson ha observado que ya en la doctrina de Addai se hacía referencia al mandylion con un curioso adjetivo, tetradiplon, que significa “plegado
cuatro veces en dos”. Es un adjetivo que, evidentemente, no tendría sentido si
el mandylion hubiese sido realmente
un trozo de lino del tamaño de un pañuelo o una toalla: de hecho, plegado ocho
veces resultaría tan pequeño que sería imposible ver nada en él. Cuando se lo
pliega en ocho partes, como las fuentes antiguas decían que estaba plegado el mandylion, la Sábana Santa de Turín adopta
exactamente la forma de una toalla y sólo se ve la impronta del rostro. Si se
lo mantiene por un cierto tiempo plegado de determinada manera, el lino
conserva marcas en forma de multitud de ligeras deformaciones, perfectamente
visibles a plena luz; el sudario conserva las señales de estas antiguas maneras
de plegarlo, entre las cuales hay una en ocho partes que, una vez finalizada,
permite ver únicamente el rostro, exactamente como aparece en las antiguas
representaciones del mandylion.
Ian
Wilson opina, por tanto, que en Edesa se guardó la tela doblada en ocho, oculta
en un sagrario de madera revestido de un tejido labrado con una abertura en la
parte delantera que sólo dejaba ver la cabeza. Era un relicario, pero al mismo
tiempo una especie de máscara estudiada para mostrar únicamente lo
indispensable y, sobre todo, para disimular las manchas de sangre más visibles,
que de esa manera quedaban íntegramente en el interior. Podemos hacernos una
idea bastante clara de las características de este sagrario, que llevaba
decoraciones semejantes a las que se usaban en la vestimenta de la realeza de la Turquía antigua; según Ian
Wilson, fue precisamente Abgar V, o uno de sus descendientes, quien preparó
este relicario, voluntariamente dispuesto para ocultar la verdadera naturaleza
del objeto y darle la apariencia de una toalla.
Probablemente
este “escamoteo” fue ideado porque en la región de Edesa predominaban las ideas
monofisitas y se tendía a considerar a Jesús como un ser dotado únicamente de
naturaleza divina: una imagen que lo representaba muerto y lleno de heridas
habría parecido indecorosa, y acaso corría el riesgo de terminar destruida. Una
entre las más bellas representaciones del mandylion
se encuentra en el manuscrito Rossiano griego 251 de la Biblioteca Apostólica
y, curiosamente, lo muestra dos veces de manera especular como si se tratara de
una impronta en negativo obtenida a partir de otro objeto en positivo. El
suntuoso códice fue confeccionado en Constantinopla en el siglo XII, época en
que la teología del icono imperaba desde hacía mucho tiempo, pero una mano
vandálica acuchilló la espléndida miniatura bizantina. Todo esto es muy
elocuente acerca de la supervivencia de ciertas acérrimas hostilidades contra
el culto de las imágenes.
Una
vez recolocado triunfalmente en la colección imperial de las reliquias como su
pieza más valiosa, el mandylion no
era tocado ni siquiera por el emperador y sólo se lo exhibía en ocasiones muy
especiales. El sagrario de la capilla de Faro era un lugar inviolable
custodiado por un impresionante servicio de vigilancia. En efecto, la
experiencia enseñaba que era necesario protegerlo, tanto de la avidez de los
potenciales ladrones, como del fanatismo de los fieles. Cuando Elena, madre de
Constantino, recuperó los trozos de la cruz de Jerusalén, estas reliquias
fueron libremente expuestas a los fieles, que podían tocarlas y besarlas sin
medidas de protección; pero muy pronto hubo que poner límites a esa libertad,
porque un peregrino, fingiendo dar un beso, consiguió arrancar de un mordisco
un fragmento de madera. A veces, durante ceremonias particularmente solemnes,
el emperador podía conocer a algunos huéspedes ilustres, como embajadores o
jefes de Estado, el máximo honor de visitar la capilla de Faro; en 1171, tal
privilegio le tocó a Amaury, rey de Jerusalén, cuando visitó al emperador
Manuel I Comneno, como narra la crónica de Guillermo de Tiro, mientras que un
escritor árabe llamado Abu Nasr Yahya había podido ver el mandylion en 1058 en Santa Sofía, donde se lo exponía con ocasión
de una procesión solemne.
Como
parecen demostrar una multitud de reproducciones, probablemente el sagrario
original confeccionado en Edesa se conservara, pero es posible que en un
momento determinado los emperadores prefirieran mandar hacer una copia idéntica
del rostro del sudario para poner en este relicario antiguo y poder exponer la Sábana Santa totalmente
desplegada, con el fin de contemplar la imagen completa del cuerpo; de hecho,
muchos autores antiguos describen, por una parte, un sudario que recuerda mucho
el de Turín y, por otra parte, el mandylion,
como dos objetos distintos de la colección imperial de Constantinopla.
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