Mucho se ha escrito y se ha especulado sobre el Tesoro de los Templarios, por esa misma razón hemos encontrado interesante publicar la teoría a la cual ha llegado el escritor e historiador español José Luis Corral basándose en acontecimientos históricos. Deseamos desde la encomienda de Barcelona que os guste.
El Tesoro del Temple.
Es indudable que una de las causas del proceso que se desarrolló contra el Temple fue el deseo de Felipe IV de Francia de apoderarse de los bienes de la Orden para paliar sus deudas. Hacía tiempo que corría el rumor de que los templarios poseían un fabuloso tesoro que habían trasladado desde San Juan de Acre a París cuando se vieron obligados a abandonar Tierra Santa.
El presunto enorme tesoro se habría configurado a partir de los objetos preciosos encontrados en las excavaciones que realizaron en Jerusalén en el solar del Templo de Salomón, de las riquezas logradas en Tierra Santa, de las rentas de sus encomiendas en Europa, de los préstamos concedidos como banqueros y de otro tipo de fuentes más extrañas; se ha afirmado, sin prueba alguna, que pusieron en explotación las abandonadas minas romanas de Las Médulas, en la comarca leonesa de El Bierzo, y las de Coume-Souerde, en la localidad francesa de Rennes-le-Chateau. Y también que sus naves viajaron hasta América en el siglo XIII para regresar cargadas de enormes cantidades de plata.
Una leyenda apócrifa cuenta que dos días antes de la detención general, es decir, el 11 de octubre de 1307, una carreta cargada de heno tirada por bueyes salió de la casa del Temple en París con rumbo desconocido; claro que es de suponer que, en un complejo como el del Temple parisino, saldrían y entrarían cada día varios carros. ¿Qué llevaba esta carreta especial, además del visible heno? Para los amantes del esoterismo templario no cabe duda, allí iba escondido el tesoro de la Orden, que, sabedora de la inmediata detención e incautación, lo ponía así lejos del alcance del rey Felipe IV. Si hubiera sido cierto este episodio, el tesoro sería más bien escaso, pues una de esas carretas del siglo XIV apenas podía transportar más allá de cuatrocientos kilos; por otro lado, si sabían que el rey iba a intervenir, ¿por qué no se pusieron ellos a salvo?
Esa misteriosa carreta iba escoltada por unos caballeros dirigidos por un templario llamado Aumont, el cual se habría dirigido a Escocia para refugiarse allí del acoso del rey de Francia, a la vez que entraba en contacto con un grupo de albañiles en la localidad de Kilwinning. Bien, ya están todos los elementos reunidos: el tesoro a salvo, los albañiles que reciben las enseñanzas del Temple y el origen de un gremio de constructores de catedrales ligado al Temple en el cual tendría su origen la masonería.
¿Pero poseían realmente tan extraordinario tesoro los templarios? Desde luego, la Orden era rica, pero esa riqueza se había destinado sobre todo a equipar y mantener sus castillos, sus encomiendas y su ejército en Tierra Santa. No hay que olvidar que sostener de manera permanente y renovada a unos mil caballeros y diez mil hombres más entre sargentos, turcopoles, escuderos y criados, además de no menos de seis mil caballos, una flota de navíos y varios castillos y fortalezas durante casi dos siglos supuso para el Temple un gasto desorbitado.
Las rentas de sus encomiendas en Europa, los intereses de sus préstamos y las donaciones que recibían apenas eran suficientes para cubrir los inmensos gastos que todo ese complejo mecanismo militar conllevaba.
¿Quedó algo en 1307 para poder ser considerado como un gran tesoro? Probablemente no. No obstante, Marigny se apoderó de él y lo administró hasta que fue transferido a los hospitalarios.
Es curioso que en los interrogatorios del proceso el asunto del tesoro no adquiera apenas relevancia; desde luego, de haber existido semejantes riquezas, o de haber tenido alguna sospecha de ellas, los inquisidores se hubieran empleado a fondo en la cuestión, pues ése era el objetivo principal de la incautación.
El Tesoro del Temple.
Es indudable que una de las causas del proceso que se desarrolló contra el Temple fue el deseo de Felipe IV de Francia de apoderarse de los bienes de la Orden para paliar sus deudas. Hacía tiempo que corría el rumor de que los templarios poseían un fabuloso tesoro que habían trasladado desde San Juan de Acre a París cuando se vieron obligados a abandonar Tierra Santa.
El presunto enorme tesoro se habría configurado a partir de los objetos preciosos encontrados en las excavaciones que realizaron en Jerusalén en el solar del Templo de Salomón, de las riquezas logradas en Tierra Santa, de las rentas de sus encomiendas en Europa, de los préstamos concedidos como banqueros y de otro tipo de fuentes más extrañas; se ha afirmado, sin prueba alguna, que pusieron en explotación las abandonadas minas romanas de Las Médulas, en la comarca leonesa de El Bierzo, y las de Coume-Souerde, en la localidad francesa de Rennes-le-Chateau. Y también que sus naves viajaron hasta América en el siglo XIII para regresar cargadas de enormes cantidades de plata.
Una leyenda apócrifa cuenta que dos días antes de la detención general, es decir, el 11 de octubre de 1307, una carreta cargada de heno tirada por bueyes salió de la casa del Temple en París con rumbo desconocido; claro que es de suponer que, en un complejo como el del Temple parisino, saldrían y entrarían cada día varios carros. ¿Qué llevaba esta carreta especial, además del visible heno? Para los amantes del esoterismo templario no cabe duda, allí iba escondido el tesoro de la Orden, que, sabedora de la inmediata detención e incautación, lo ponía así lejos del alcance del rey Felipe IV. Si hubiera sido cierto este episodio, el tesoro sería más bien escaso, pues una de esas carretas del siglo XIV apenas podía transportar más allá de cuatrocientos kilos; por otro lado, si sabían que el rey iba a intervenir, ¿por qué no se pusieron ellos a salvo?
Esa misteriosa carreta iba escoltada por unos caballeros dirigidos por un templario llamado Aumont, el cual se habría dirigido a Escocia para refugiarse allí del acoso del rey de Francia, a la vez que entraba en contacto con un grupo de albañiles en la localidad de Kilwinning. Bien, ya están todos los elementos reunidos: el tesoro a salvo, los albañiles que reciben las enseñanzas del Temple y el origen de un gremio de constructores de catedrales ligado al Temple en el cual tendría su origen la masonería.
¿Pero poseían realmente tan extraordinario tesoro los templarios? Desde luego, la Orden era rica, pero esa riqueza se había destinado sobre todo a equipar y mantener sus castillos, sus encomiendas y su ejército en Tierra Santa. No hay que olvidar que sostener de manera permanente y renovada a unos mil caballeros y diez mil hombres más entre sargentos, turcopoles, escuderos y criados, además de no menos de seis mil caballos, una flota de navíos y varios castillos y fortalezas durante casi dos siglos supuso para el Temple un gasto desorbitado.
Las rentas de sus encomiendas en Europa, los intereses de sus préstamos y las donaciones que recibían apenas eran suficientes para cubrir los inmensos gastos que todo ese complejo mecanismo militar conllevaba.
¿Quedó algo en 1307 para poder ser considerado como un gran tesoro? Probablemente no. No obstante, Marigny se apoderó de él y lo administró hasta que fue transferido a los hospitalarios.
Es curioso que en los interrogatorios del proceso el asunto del tesoro no adquiera apenas relevancia; desde luego, de haber existido semejantes riquezas, o de haber tenido alguna sospecha de ellas, los inquisidores se hubieran empleado a fondo en la cuestión, pues ése era el objetivo principal de la incautación.
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