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lunes, 8 de junio de 2009

La Tercera Cruzada: IIIª Parte.


Además, la llegada de Ricardo I y de Felipe II constituyó un motivo de esperanza; eran pocos los que dudaban que Saladino no podría resistir a la fuerza combinada de estos dos soberanos, conocidos con los apelativos de Corazón de León y de Augusto respectivamente.

El maestre Sablé ordenó a los templarios que redoblaran sus esfuerzos ante Acre: los dos reyes cristianos llegaron ante la ciudad, sitiada desde hacía casi dos años, mediado 1191. La acumulación de tropas ante Acre fue tal que la ciudad se rindió el 11 de julio de ese mismo año. Ricardo eliminó a todos los musulmanes y Saladino respondió negándose a entregar la Vera Cruz, que reclamaban los cristianos. El éxito pudo haber calmado los ánimos entre los cristianos, pero se despertaron demasiados celos entre los caudillos. Felipe de Francia, enfermo y sin ganas de seguir adelante, consideró que había cumplido sus votos de cruzado y a los pocos días de la conquista de Acre retiró sus tropas, las embarcó en el puerto de Tiro y regresó a Francia. Apenas había comenzado la cruzada y de los tres soberanos que la iniciaron uno había muerto, otro la había abandonado y el tercero dudaba entre marcharse o seguir adelante en solitario.

Ricardo Corazón de León.

No obstante, la euforia se extendió por el bando cristiano y algunos creyeron que la reconquista de Jerusalén estaba próxima. Pero, en contra de lo que suponían, Ricardo no se dirigió hacia Jerusalén. Aliado con los templarios, con los que tenía una concordancia absoluta y con los que participaría en todas las batallas, avanzó por la costa en dirección sur, hacia Jaffa. El 20 de agosto Ricardo cometió un acto deshonroso; en Ayyadiah asesinó indiscriminadamente a una multitud de cautivos musulmanes, muchos de ellos capturados en Acre, entre los que había mujeres y niños.

Saladino se indignó y fue contra Ricardo. Se enfrentaron el 7 de septiembre de 1191 en Arsuf; venció el rey de Inglaterra, que cabalgaba siempre al lado de sus aliados templarios. La ruta hacia Jerusalén parecía abierta, pero el invierno se echó encima con frío y lluvias torrenciales, y además las noticias que llegaban de Inglaterra no eran nada halagüeñas. De vez en cuando se recibían mensajes sobre la actitud del príncipe Juan, el hermano menor de Ricardo, y de sus ambiciones de ocupar el trono del ausente.


Ricardo comenzó a sentirse incómodo. Saladino era un rival formidable y su reino quedaba demasiado lejos de allí. Él era un guerrero, pero probablemente echara también de menos las cortes de amor de Aquitania y la vida caballeresca en la que lo había iniciado su madre, la reina Leonor.

Por fin, pasado el invierno, Ricardo decidió arremeter contra Jerusalén. Las dos grandes fuerzas estaban muy parejas y hubo entrevistas secretas y propuestas de pactos por ambas partes durante toda la primavera de 1192, Saladino estaba seguro de que Ricardo acabaría intentando ocupar Jerusalén. Entretanto, Ricardo consiguió reorganizar los territorios cristianos, absolutamente desvertebrados desde 1187. Logró convencer al rey Guido de Lusignan para que renunciara a la corona de Jerusalén y se convirtiera en rey de Chipre al comprar la isla a los templarios; el nuevo monarca, Conrado de Montserrat, fue asesinado por un miembro de la secta de los “Asesinos”, y la corona pasó entonces al noble Enrique de Champaña, sobrino de Ricardo, a quien casaron con la princesa Isabel, viuda de Conrado.

En la imagen el sultán Saladino.

Resuelto el problema de la sucesión en Chipre y en el reino de Jerusalén, el rey de Inglaterra avanzó hacia la Ciudad Santa, acampando a unos veinte kilómetros de allí a finales de la primavera de 1192. Una tradición relata que llegó a taparse los ojos con su escudo al ver a lo lejos el resplandor de sus tejados. Jerusalén estaba al alcance de su mano, apenas a dos horas de marcha a caballo, pero Saladino cortó el acceso al agua y, ante la duda, Ricardo se retiró a la costa. Hubo varias escaramuzas durante todo el verano hasta que ambas partes comprendieron que la derrota del adversario iba a ser muy difícil, por lo que decidieron negociar. Saladino y Ricardo llegaron a un acuerdo en Jaffa en septiembre de 1192, y pactaron una tregua de cinco años, de la que los templarios serían garantes por el lado cristiano. El rey de Inglaterra, cada vez más preocupado por la ambición de su hermano Juan, que se estaba convirtiendo en el verdadero soberano de su reino, declaró solemnemente que deseaba regresar a su tierra. El orgulloso soldado no había visto a Saladino en persona ni había puesto un pie en Jerusalén, pero sus acciones, gracias a una eficaz campaña de propaganda mediante canciones y poemas, lo convirtieron en un rey de leyenda, en el gran caballero de la cristiandad.

Los templarios habían estado a punto de regresar a su solar del Templo, de donde salieron en 1187. Cuando Ricardo decidió volver a Inglaterra, el maestre del Temple le proporcionó una escolta formada por cuatro caballeros de la Orden y le entregaron al rey inglés un hábito de caballero para camuflarlo entre ellos. Ricardo partió de Acre el 9 de noviembre de 1192, y su regreso fue muy accidentado; al pasar por Austria fue identificado, capturado y preso en un castillo durante casi dos años. Su madre, la reina Leonor, tuvo que hacer un gran esfuerzo hasta que logró reunir el dinero suficiente para comprar su libertad. Corazón de León fue liberado en febrero de 1194.

El maestre Robert Sablé había ayudado y aconsejado a Ricardo Corazón de León en todo cuanto pudo, no en vano había logrado el puesto gracias a su recomendación. El rey de Inglaterra había sido el gran valedor de los templarios en unas circunstancias bien difíciles para los caballeros de la cruz, y nunca dejaron de agradecerle su apoyo.

Tras la conquista de Acre y la venta de Chipre, el Temple ubicó allí su sede principal, en un enorme edificio conocido precisamente con ese nombre, “El Temple”. Robert Sablé murió el 13 de enero de 1193, el mismo año que Saladino, y poco después, a comienzos de 1194, fue elegido, al fin, Gilbert de Erail, el provenzal cuya candidatura había estado encima de la mesa del Consejo desde hacía varios años.

Escudo del décimosegundo maestre, Gilbert de Erail.

La Tercera Cruzada logró recuperar algunas plazas costeras, como Acre, pero fracasó en el gran objetivo que se había planteado en 1188: la reconquista de Jerusalén. La muerte de Saladino vino a dar un respiro a los cristianos, sobre todo cuando su imperio se desmembró entre sus tres hijos, que gobernaron Alepo, Damasco y Egipto. Ante esta circunstancia, muy pronto el ejército cristiano, se animaría en volver a intentar recuperar la Ciudad Santa.

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