El padre frey Roberto Muñiz (1739-1803) dedica varios volúmenes de su magna obra “Médula Histórica Cisterciense” (8 vols., Imprenta de Thomas de Santander, Valladolid, 1781-1791) a las órdenes militares, su historia y los personajes que destacaron en ellas.
Este cisterciense de la congregación de Castilla fue abad de los monasterios de Rioseco, Sacramentia y San Martín de Castañeda, examinador sinodal del arzobispado de Sevilla y confesor en el de Santa María la Real de las Huelgas, en Burgos.
En la “Biblioteca Cisterciense Española” (Joseph de Navas, Burgos, 1793), Muñiz reseña la vida y obras de excelentes caballeros de las órdenes militares de Alcántara, Avis, Calatrava, Christo y Montesa. Cabe reseñar la inmensa producción literaria de estos hombres, entre cuyas obras destacan no pocas del arte militar, de profunda cultura en diversos terrenos de las letras y de acendrada espiritualidad.
En los siglos XIX y XX, las órdenes militares españolas sufrieron también, como la Iglesia, distintas persecuciones que condujeron a la expoliación de sus bienes y derechos, y a otras graves dificultades que afectaron a su vida como comunidad religiosa, e incluso pusieron en peligro su existencia.
El Rey Juan Carlos I, Gran Maestre. En 1875 se crea el Priorato de las Órdenes Militares, que tiene como consecuencia inmediata una modificación profunda de la atención pastoral a la comunidad religiosa que formaban, y que, en 1980, sería suprimido y sustituido por el nuevo obispado de Ciudad Real, que constituye una diócesis ordinaria, cuyo prelado conservará, “por razones históricas” y por disposición pontificia, el título honorífico de prior (capellán) de las órdenes militares, pero sin función pastoral asignada sobre ellas. El cargo de gran maestre lo ocupa actualmente S.M. el Rey Don Juan Carlos I de España y el de presidente del Real Consejo de las Órdenes Militares recae en SAR Don Carlos de Borbón y Dos Sicilias, duque de Calabria.
Don Carlos de Borbón, Presidente del Real Consejo. A partir de 1982 se reanuda el ingreso de nuevos caballeros en las órdenes militares españolas, que desde 1931, por razones políticas, había tenido que interrumpirse.
No son pocos los intentos de restauración de la Orden del Temple que conocemos, algunos de ellos con innegable valor de autenticidad y deseo de seguir el espíritu de los caballeros templarios al servicio de la sociedad y de la cristiandad; otras iniciativas quizás se enmarcan más bien en deseos de un cierto restauracionismo político clasista. No faltan personas, sociedades y publicaciones que inciden sobre todo en lo folclórico, anecdótico y esotérico del Temple, según oportunidades y conveniencias de todo tipo. Pero para evitarlo se realizan estudios serios y documentados, para redescubrir la verdad de la Historia y hacer justicia a sus protagonistas. El lector avisado hará bien en dejarse orientar y aconsejar para no perder la dirección correcta.
Los estudios sobre el Temple, al menos en Europa, gozan hoy de una excelente actualidad y profundidad, la suficiente para que haya una gran unanimidad entre estudiosos de altura y reconocida fiabilidad, y son las fuentes documentales del Temple lo suficientemente asequibles para llegar a un conocimiento auténtico y cabal de sus ideales y su historia.
La espiritualidad del Temple sigue atrayendo por su nobleza, porque la aventura histórica que desarrollaron y completaron merece un continuo reconocimiento y está en la base de la cultura que une a los pueblos de Europa y de la cristiandad de Occidente.
Es posible que los tiempos hayan cambiado, pero los ideales permanecen, y el hombre sigue siendo víctima de la guerra. Si es cierto que, según la previsión evangélica, “pobres y guerras habrá hasta el fin del mundo”, es de esperar que no falten defensores y laboradores de la paz, defensores de la justicia y del entendimiento entre los pueblos como fueron los caballeros templarios.
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