Desde la encomienda de Barcelona
proseguimos con el apartado destinado a conocer más a fondo a la figura de
Ntro. Salvador. Él, que ofreció su vida por todos nosotros, ha sido, es y
continuará siendo objeto de estudio. El teólogo J.R. Porter en su obra “Jesus
Christ” nos permite plantearnos una serie de cuestiones a cerca de si Jesús era
el Mesías que tanto ansiaba el pueblo judío, o bien le concedieron sus
discípulos –también judíos- tan extraordinario título.
Desde Temple Barcelona esperamos que
su contenido os sirva para entender mejor el paso de Jesús en la tierra.
Inscripción que reza en la cruz: IESVS NAZARENVS REX IVDAEORVM, que
significa “Jesús de Nazaret Rey de los Judíos”
El hecho de que Jesús fuera el Mesías, o Cristo, ha sido el dogma central de
la Iglesia
cristiana desde sus principios. Sin embargo, en ningún lugar de los evangelios
Jesús afirma “Yo soy el Mesías” o, como mínimo públicamente, acepta el título.
Por este motivo, los entendidos se han planteado con frecuencia si el concepto
de Mesías formaba parte de la manera como Jesús se veía o bien su origen se
encuentra en la fe de la
Iglesia primitiva.
Según Lucas, Jesús se percibía a sí mismo como alguien ungido por el
Espíritu Santo, tal y como estableció Isaías 61, 1-2, pasaje que Jesús leyó en
la sinagoga de Nazaret (Lc 4, 16-21). Las pruebas de Qumrán indican que en
tiempos de Jesús estos versículos se asociaban intensamente con el Mesías por
venir; así pues, al utilizar el pasaje, Jesús efectivamente estaba lanzando una
afirmación mesiánica. En Mateo, Jesús también alude a Isaías (Mt 11, 4-6) y el
evangelio se refiere explícitamente a sus hechos como los del Mesías (Mt 11,2).
No obstante, Jesús habló sólo sobre un aspecto de la expectación mesiánica
popular, el reino de la justicia y renovación que traería consigo el Mesías (Mt
19, 28; Lc 22,30). La idea del Mesías como una figura real y militar está
totalmente ausente de sus palabras, pero parece ser que sus seguidores pensaban
en él en estos términos (Act 1,6), y sus enemigos le llamaban “Mesías” con
sarcasmo, evidentemente pensando que Jesús había confirmado falsamente su
estatus (Mt 16,68; Mc 15, 32 y paralelos).
Al parecer, Jesús nunca rechazó de forma explícita el título de Mesías,
probablemente porque podría haberse entendido como una negación de que era una
especie de redentor. Pero tampoco alentó su uso y no intentó desalentar gran
parte de las expectativas asociadas a él. Así, se prohibió hablar a los
demonios que reconocieron a Jesús como el Mesías (Lc 4, 41), y una petición
para un lugar de honor en el “reino de Jesús” (Mt 20, 20-23; Mc 10, 35-40)
provocó el rechazo de Jesús del papel real (Mc 10, 41-45 y paralelos). Cuando algunas personas le preguntaron
directamente si era el Mesías, Jesús no reconoció que lo fuera, pero les
remitió al testimonio de sus milagros (Jn 10, 24-25). Cuando Pedro confesó su
creencia de que Jesús era el Mesías, Jesús no reconoció que lo fuera, pero les
remitió que sus seguidores le proclamaran como tal. Esto fue debido –tal y como
mínimo Lucas sugiere (Lc 9, 21-22) –a que el destino de Jesús como Mesías no
era conducir a Israel al triunfo real, sino someterse al sufrimiento y a la
muerte. Pedro no quiso aceptarlo y recibió una severa reprimenda.
Probablemente, la manera en que Jesús percibía su papel como Mesías se
entiende mejor a partir de los relatos de sus juicios. En Mateo y Lucas, Jesús
da una respuesta ambigua a la pregunta de si él es el Mesías (Mt 26, 64; Lc 22,
67-70). Seguramente esto es más auténtico que la versión de Marcos, donde se
dice que Jesús respondió “Yo soy” (Mc 14, 62), ya que para Jesús el admitir o
negar francamente su condición de Mesías le hubiera comportado serias
consecuencias: la ira de las autoridades o el rechazo de muchos seguidores.
Cuando Pilatos le pregunta si es el “rey de los judíos”, la afirmación
mesiánica que más preocupaba a los gobernantes gentiles- la respuesta de Jesús
es nuevamente ambigua (Mc 15, 2 y paralelos).
El Cuarto Evangelio representa a Jesús afirmando de forma explícita el
título mesiánico como mínimo en una ocasión (Jn 4, 25-26), aunque en una
conversación privada. En el relato de Juan del juicio, una vez más Jesús es
esquivo al aceptar la designación de “rey”. Reconoce que tiene un reino, pero
“no es de este mundo”; el suyo no debía conseguirse por la fuerza, tal y como
muchos judíos habían esperado del Mesías, y como Pilatos podría haber temido
(Jn 18, 33-37).
Probablemente la conclusión más lógica es que Jesús se considera como la
respuesta a la esperanza general entre los judíos de la llegada de un redentor
que anunciara una nueva era. Pero era consciente de que su comprensión de sí
mismo y su misión no se correspondían realmente con algunos de los conceptos
del Mesías entonces en boga, y evitaba el uso público del título de “Mesías”
debido a sus implicaciones nacionalistas y revolucionarias. En el clima
político de la Palestina
romana, era improbable que cualquier sospechoso de afirmar ser el Mesías
sobreviviera demasiado tiempo, tal y como se demostró en el caso de Jesús: la
inscripción fijada en la cruz, que los cuatro evangelios recogen, deja claro
que fue crucificado por ser un peligroso revolucionario mesiánico.
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