Desde la encomienda de
Barcelona queremos resaltar una vez más un nuevo capítulo de la paleógrafa
italiana Barbara Frale, extraído de su libro “I templari e la sindone di
Cristo”, donde esta vez nos habla sobre la trama orquestada para intentar
demostrar que los templarios mantuvieron en secreto prácticas hechiceras y
adoraciones a ídolos extraños.
Desde Temple Barcelona
deseamos que su lectura os resulte interesante.
13. Muchas caras
Los
templarios que describen el ídolo como si fuese un retrato del diablo abundan
en detalles surrealistas: que si el monstruo tiene varias caras, que si está
asociado a un siniestro gato negro que aparece y desaparece de manera
misteriosa, que si es venerado en un aquelarre y en una oportunidad incluso
responde con la promesa de sustanciosas ventajas materiales al fraile que le
dirige sus ruegos…El historiador se siente de inmediato tentado de rechazar a
priori descripciones tan torpes, pensando que no son más que el triste producto
de la tortura; sin embargo, es preciso evitar juicios apresurados, porque la
experiencia demuestra que hasta las declaraciones más absurdas pueden a veces
ocultar en el fondo pequeñas dosis de verdad, hechos reales que es necesario
volver a iluminar depurándolos de la multitud de detalles tenebrosos que se les
ha ido agregando a causa de las torturas, la violencia psicológica y la
sugestión profunda que surge del clima del proceso.
Por
ejemplo, se sabe que la tradición cristiana medieval acostumbraba representar
el dogma de la Trinidad mediante tres Personas distintas pero idénticas, o bien
directamente una sola Persona con tres caras. Era el vutus trifons, el rostro de tres frentes, una disposición inventada
en el siglo XIII para poder expresar de alguna manera el complejísimo concepto
de Dios, que al mismo tiempo que era único se manifestaba en tres Personas
distintas. Durante el concilio de Trento (1545-1563), muchos aspectos de la
religiosidad popular, que en el pasado todo el mundo aceptaba, fueron
minuciosamente examinadas y cuestionadas. Entre esos aspectos se hallaba
también el rostro con tres caras: se ve que esta imagen sagrada se asemejaba
demasiado a ciertas representaciones antiguas de los dioses paganos, como, por
ejemplo, la romana Diana, a la que Virgilio llama “virgen de tres caras” (Eneida, IV, 511), o bien la griega
Hécate, diosa del averno, que se asociaba a la luna y que se representaba con
tres trozos para aludir a sus tres fases (creciente, llena, menguante).
Hécate
era la reina de ultratumba y en algunos textos mágicos paganos era invocada por
magos y brujos; en el imaginario romano y luego en el de los primeros
cristianos se le consideraba una encarnación del diablo, aun cuando
originariamente esta divinidad estuviera exenta de cualquier malignidad; y en
la tradición del arte medieval se encuentran a veces muestras demoníacas con
tres cabezas (como en la fachada de la iglesia románica de San Pedro, en
Tuscania). En 1628, el papa Urbano VIII prohibió seguir representando la Trinidad
con ese esquema de origen pagano y aspecto monstruoso; más tarde, en 1745,
Benedicto XIV impuso que las tres Personas fueran representadas únicamente en
consonancia con lo que se leía en las Sagradas Escrituras: el Padre como un
venerable anciano, es decir el “Anciano de días” que se describe en el libro
del profeta Daniel; el Hijo, como un hombre joven; y el Espíritu Santo bajo la
forma de una paloma. Sabemos que, en sus orígenes, a la orden del Temple se la
conocía como de la Trinidad, y que en el texto de la regla aprobada en Troyes
el fundador y sus primeros compañeros reciben precisamente el nombre de
“conmilitones pobres de la Santa Trinidad ”;
no hay que excluir en absoluto que en las iglesias de la orden se guardaran
ciertas esculturas de este tipo tan particular, raro en el arte gótico, pero
perfectamente lícito, que aún en el Renacimiento usa Donatello para adornar el
tabernáculo de Santo Tomás apóstol en Orsammichele, Florencia. En un bellísimo
manuscrito perteneciente a la Biblioteca
Vaticana , pintado en Nápoles por Mateo Planisio en 1362,
encontramos un ciclo de miniaturas que representan la creación del mundo. En
ellas, Dios aparece como las tres Personas de la Trinidad, es decir, un
venerable anciano que tiene una cabeza con dos caras, una de viejo (el Padre) y
otra de adolescente todavía imberbe (el Hijo), mientras que la paloma que
simboliza el Espíritu Santo está posada sobre su espalda. Si se excluye la
paloma, que no es claramente visible en todas las miniaturas, hay que admitir
que el Creador aparece como un extraño ser de una sola cabeza con dos rostros,
de los cuales el del muchacho, de líneas dulces e imberbe, parece en realidad
el de una mujer.
El
arte medieval tiene estas fuerzas particulares, no considera importante
representar las cosas de manera realista, sino que prefiere poner de relieve
los significados simbólicos y espirituales. No cabe duda de que imágenes de
este tipo debían de parecer decididamente monstruosas a quienes las veían sin
que se les diera una explicación adecuada de ellas.
Es
difícil decir a qué correspondían precisamente estas imágenes con dos, tres o
incluso cuatro caras que describen algunos templarios durante el proceso, no
hay duda de que determinados testimonios se referían a objetos verdaderos,
enseres sagrados que se utilizaban para el culto y la liturgia, mientras que
otros sólo eran el parto monstruoso del miedo y la violencia. A este respecto
puede ser muy útil prestar atención al área geográfica en la que tuvieron lugar
los diversos interrogatorios. El proceso se desarrolló prácticamente en toda la
cristiandad, con indagatorias en Francia, Inglaterra y Escocia, Italia,
Alemania, la Península Ibérica ,
Chipre; sin embargo, estos testimonios tan escabrosos se concentran en Francia,
sobre todo en la región histórica del Midi, que era el cuartel general de la
temible Inquisición. A esta área pertenece un documento, desgraciadamente
fragmentario, que por el momento sólo se puede etiquetar como “investigación
del Languedoc”, porque se carece de toda referencia al lugar y a la fecha en
que se produjo el interrogatorio; pero muchos indicios invitan a pensar que al
menos la fase de instrucción contó con la participación directa del famosos
inquisidor Bernardo Gui. Este documento es una verdadera cantera en le proceso
y permite entender cómo estudiosos como Nicolai o Hammer-Purgstall, pero
también otros autores, pudieron hacerse una idea tan oscura de las ceremonias
que tenían lugar en el seno del Temple.
Ya
en la primera deposición que se adjunta íntegramente a la investigación del
Languedoc, el fraile interrogado, un sargento llamado Guillaume Collier,
originario de Buis-les-Baronnies (Drôme), contó que fue recibido con una
ceremonia normal, pero que inmediatamente después el preceptor negó algunos
dogmas fundamentales del cristianismo, como la divinidad de Jesús y su
nacimiento de madre virgen, y que luego abrió una ventana secreta en una pared
de la iglesia donde se guardaba un ídolo de plata que tenía directamente tres
caras. Le dijeron que aquel ídolo representaba un poderoso protector de la
orden, capaz de otorgarles cualquier gracia del cielo; luego, de repente, vio
aparecer junto al ídolo a un misterioso gato rojo: enseguida el preceptor y
todos los presentes se descubrieron la cabeza y rindieron homenaje al ídolo,
cuyo nombre era Mahoma (Magometum).
Se
advierte un verdadero cliché que guía el desarrollo de la confesión y que se
repite en los distintos testimonios; pero a medida que los templarios hablan,
el cliché se enriquece con detalles cada vez más escandalosos en una especie de
horrible crescendo. Según el fraile que fue interrogado inmediatamente después,
otro sargento llamado Ponce de Alundo, oriundo de Montélimar (también en la Drôme ), el ídolo también
tiene cuernos, no es ya una simple imagen, sino que se convierte en un demonio
real que vive y habla: el candidato dialoga con él como si se tratara de una
persona, le pide favores materiales y él le promete su ayuda. Esta vez, el gato
misterioso que aparece junto al ídolo es negro, más parecido, por tanto, al
animal que en el imaginario de la época acompañaba a las brujas; por orden del
preceptor, había que adorar al gato diabólico y besarlo en el ano. Si se
continúa la lectura del resto de los testimonios, se advierte que el detalle
del beso obsceno al gato es constante, e incluso que el color del animal tiende
a ser casi siempre negro, pero se agregan dos detalles seguramente
“escenográficos”: el mágico felino desaparece prodigiosamente apenas r3ecibe el
homenaje del nuevo fraile, y alguno argumenta que se trata efectivamente de un
diablo que aparece en forma de gato.
A
continuación el interrogatorio registra un verdadero golpe escénico: un
caballero llamado Geoffroy de Pierrevert, preceptor de la residencia de Rué, en
el departamento de Var, cuenta que ha asistido a una ceremonia de ingreso
durante la cual la presencia demoníaca se manifestó también, aparte del ídolo
con cuatro caras y el gato diabólico, en unas mujeres cubiertas por un manto
negro que se materializaron de pronto en la habitación aun cuando las puertas
estaban completamente atrancadas. De acuerdo con su declaración, estas extrañas
mujeres no tuvieron relaciones carnales con los frailes presentes en la
ceremonia, lo que seguramente fue una gran decepción para los inquisidores; no
obstante, se recuperaron rápidamente a fray Garnier de Luglet, de la diócesis
de Langres, que en su ceremonia de ingreso, además del ídolo y del gato
diabólico, las brujas presentes habían pedio pervertir a los frailes para
desaparecer enseguida, tras haberlos arrastrado al pecado mortal.
En
resumen, las preguntas están planeadas de acuerdo con un esquema tendente a
excavar por estratos sucesivos: primero se interroga al imputado acerca de la
presencia del ídolo, luego se pasa a preguntarle si apareció también un gato;
si la respuesta es positiva, se procede a indagar qué papel tenía el animal en
la ceremonia y cuál era su verdadera naturaleza. A quienes se muestran
dispuestos a responder positivamente a este crescendo se los empuja más allá,
primero preguntándoles por la aparición de las brujas y luego inquiriendo una y
otra vez sobre la celebración de la orgía demoníaca. El procedimiento
desarrollado en el Languedoc tiene características únicas en el ámbito del
proceso. Creo, por supuesto, que es el que representa los testimonios más
contaminados por la intervención de los inquisidores: aquí los golpes que se
asestan a los frailes son mucho más graves que los que había concebido Felipe
el Hermoso en su orden de arresto, pese a que ésta apuntaba a lograr la condena
de los templarios en el menor tiempo posible. Las propias actas de la
investigación lo dicen expresamente: los testigos eran cuidadosamente
preparados con las pertinentes torturas, luego se les dejaba muchos días para
que reflexionaran (¿o para que volvieran a estar en condiciones de hablar?), y
por fin se los interrogaba nuevamente. El tiempo que duran las actuaciones son
muy elocuentes acerca de su gestión: durante la investigación realizada en
Poitiers del 28 de junio al 2 de julio de 1308, Clemente V, con la colaboración
de los cardenales que lo asistían, examinó a 72 templarios en el término de
cinco días; el mismo Felipe el Hermoso y el inquisidor de Francia, Guillaume de
París, habían interrogado a 138 frailes inmediatamente después de su detención
en el Temple de París en el lapso de apenas un mes, del 19 de octubre al 24 de
noviembre de 1307. En cambio, los inquisidores que se ocuparon de la indagación
del Languedoc emplearon dos meses enteros para interrogar sólo a 25 personas:
la dureza de la “preparación” debió de ser impresionante.
Una
carta escrita por el inquisidor de Francia, Guillaume de París, a Bernardo Gui,
el inquisidor más famoso del siglo XIV, le confía algunas operaciones del
proceso contra los templarios y da lugar a la legítima sospecha de que en la
investigación del Languedoc, cuartel general de Bernardo Gui, no se siguió el
teorema de Guillaume de Nogaret, sino otro, confeccionando precisamente por el
temible inquisidor según sus modalidades acostumbradas, un programa enteramente
dirigido a la brujería y a la invocación de los demonios.
En
el acta de acusación escrita en París por los juristas de la realeza, el ídolo
es en realidad un detalle muy marginal y del diablo no hay ni traza; en cambio,
en las confesiones que los templarios realizaron en el Languedoc, el extraño
ídolo fue una sola cosa con el diablo en forma de gato y de brujas, y la
descripción de estos siniestros rituales ocupaban una parte notable del texto.
En
el norte de Francia, por el contrario, se pone particularmente de relieve la
acusación de sodomía, como si fuese algo capaz de difamar irremediablemente a
la orden, y se encuentra un muchacho dispuesto a confesar que Jacques de Molay
(ya con más de setenta años de edad) había abusado de él por lo menos tres
veces en una sola noche. En cambio, en el sur no se habla de la sodomía en
absoluto: tal vez la mentalidad común es más tolerante, o bien simplemente se
prefiere apuntar a algo mucho más “explosivo”. En cierto sentido, el ídolo
tenía en realidad varias caras: eran rostros distintos, a veces incluso
incompatibles entre sí, que la acusación mostraba u ocultaba de acuerdo con los
gustos y la sensibilidad del público al que había que impresionar.
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