Desde la encomienda de
Barcelona para esta nueva temporada vamos a investigar quién fue verdaderamente
la figura de la Magdalena
mencionada en los Evangelios. Lo hacemos de una manera muy especial, porque es
la patrona del Gran Priorato Templario de España – SMOTH-MIT, al cual
pertenecemos.
Pero este recorrido histórico
lo vamos a hacer con la ayuda del licenciado en teología por la Universidad
Pontificia Gregoriana de Roma, D. Lluís Busquets Grabulosa.
Para este primer capítulo hemos creído oportuno dar a conocer la posible faceta
intelectual que tuvo María Magdalena y su –también probable- influencia en la
comunidad cristiana.
Por ello hemos
seleccionado unos textos del libro del mencionado licenciado “Els evangelis
secrets de Maria i de la
Magdalena ”.
Desde Temple Barcelona
os invitamos a recorrer esta interesante cuestión.
¿María Magdalena llegó
a ser evangelista?
Lo
primero que debemos examinar es el hecho que ha salido recientemente a la
palestra sobre la posibilidad de que la Magdalena sea autora del cuarto Evangelio
atribuido al “Discípulo amado”, erróneamente identificado como el apóstol Juan,
y que para una mayoría de expertos sería de un seguidor anónimo.
El
promotor de esta hipótesis es el padre Ramon K. Jusino. La tesis es doble: a)
se debe identificar a la
Magdalena con el desconocido “Discípulo amado” del cuarto
evangelio en la tradición anterior de la comunidad del cuarto Evangelio; b) la Magdalena se postula,
por lo tanto, como fundadora y abanderada de lo que ha venido a llamarse
comunidad joánica.
Sus
teorías se apoyan en las investigaciones de Raymond E. Brown, en la evidencia
interna del texto y en las pruebas y vínculos externos, especialmente en la
relación con los hallazgos de la biblioteca gnóstica de Nag Hammadi. Hoy no hay
problema en admitir que la versión escrita de las tradiciones del cuarto
Evangelio formó parte de la trayectoria vital de la comunidad joánica
conformada por los seguidores del “Discípulo Amado”. Brown ofrece la hipótesis de una composición después de la
expulsión de los cristianos de las sinagogas. Y esboza tres fases: 1) una
versión precanónica, originada por el “Discípulo amado”; 2) la escritura del
Evangelio por parte del autor principal (el evangelista propiamente dicho); 3)
una redacción final después de la muerte del “Discípulo amado” que acabaría
constituyendo la versión canónica. Como para Brown el autor de un texto
evangélico es la persona a partir de cuyas ideas se origina el libro y no quien
las plasma en el papiro con un cálamo, Jusino afirma que la contribución de la Magdalena se produjo en
la primera fase; que después el Evangelio pasó por diferentes estadios de
modificación y que el resultado redaccional último fue, por motivos que desconocemos,
la supresión del nombre de Magdalena como líder de su propia comunidad y como
autora promotora del cuarto Evangelio. En esta evolución, Brown postula que la
comunidad joánica se dividió en dos antes de la redacción final del Evangelio
por un desacuerdo cristológico interno: la mayoría (Brown los denomina Secesionistas) acabaron en setas
gnósticas, en el docetismo y en el montanismo; la minoría (denominados Apostólicos) se habrían ido amalgamando
en la Iglesia
ortodoxa emergente. Jusino aduce que la versión precanónica del Evangelio, en
la época del cisma, identificaba a Magdalena como el “Discípulo amado”, la
fundadora de la comunidad, hasta que el redactor final procuraría ensombrecer y
hacer desaparecer esta escandalosa presencia femenina.
Ahora
bien, ¿consiguió el redactor final hacer desaparecer a Magdalena como Discípula
Amada? Convendrá analizar la coherencia interna del Evangelio en los momentos
en que hace referencia al Discípulo Amado.
El
análisis interno resiste, pues, la hipótesis. Desde el punto de vista externo,
admitido que el Evangelio nace en la comunidad joánica, hay que saber que a
continuación fue tan apreciado por cristianos gnósticos que el primer
comentario que se conoce de él es obra del gnóstico Heraclio (hacia el año 180).
Y en algunos de sus escritos, como ya veremos, se mantiene la rivalidad entre
Pablo y el “Amado”, como aparece al final del canónico, de lo cual se infiere
algún tipo de relación entre el cuarto Evangelio y los textos de la biblioteca
gnóstica de Nag Hammadi.
En
definitiva, debemos permanecer abiertos a la participación de Magdalena en la
denominada comunidad joánica y en la elaboración, en fases iniciales, del
cuarto Evangelio.
La imposición del
machismo jerárquico
Los
testimonios gnósticos nos demuestran que los primeros cristianos debatieron
intensamente problemas tan básicos como el significado de las enseñanzas de
Jesús, la naturaleza de la salvación, el valor de la autoridad profética, el
rol de las mujeres y los esclavos en las primeras comunidades y otros temas
afines. El “relato dominante” fue producto de disputas – a veces,
lamentablemente, de imposiciones- y no un punto de partida. Tenemos buen
ejemplo de ello en los fragmentos recuperados de algunas epístolas atribuidas a
Pablo (que nunca debieron salir de su
mano), cuando, con tufo a misoginia, niega cualquier papel activo de las
mujeres en la liturgia: 1Co 11, 6-12; 1Tm 2, 11-14. Había, claro, otros
problemas. ¿Podían considerarse cristianos los grupos que no pensaban que la
muerte de Jesús supusiera algún valor salvífico y que no esperaban su retorno
como los que originaron el ya mencionado Evangelio
de Tomás, nuestro propio Evangelio de
María o el Evangelio de la Verdad ? Los dos últimos
coinciden en que no hace falta ser salvado de pecado alguno, sino del error, la
angustia y el terror. La crucifixión de Jesús no es la salvación en sí misma;
somos redimidos del sufrimiento, no por el sufrimiento.
En
la antigüedad cristiana, “María Magdalena sería considerada y valorada como la mujer gnóstica por excelencia”, escribe
el jesuita padre Alcalá. Decir eso supone, como siempre se ha afirmado, que el Evangelio de María es gnóstico (y la
prueba de ello, por anacrónica que hoy nos resulte, es el cuadro trazado por
los intelectuales más polemistas frente a la herejía, como Ireno de Lyón). Sin
embargo, esta concepción da por descontados dos puntos de llegada: el primero,
que el conflicto estaba presente, es decir, que había tensiones entre los
cristianos del grupo de la
Magdalena y los que podríamos denominar protoortodoxos
(Pedro, en el Evangelio de María, representará esta postura). Todo lo cual, en
este sentido, supone aceptar la discusión y el debate entre las primeras
comunidades, un debate en que el papel de la mujer es centro de discusión en
tiempo de los paulinos- los sucesores de Pablo- y la Didajé. Basta con tener
presentes los textos que acabamos de tildar como misóginos de 1Co 11, 6-9 y 1Tm
2, 9-14 –donde se impone que las mujeres renuncien a hablar y enseñar
públicamente en las comunidades- para darse cuenta de que, desde los orígenes,
existió una lucha sorda para imponer el liderazgo patriarcal masculino en la
jerarquía eclesial frente al femenino; nuestro Evangelio, como veremos,
constituirá un desafío directo a esta autoridad jerárquica masculina.
El
segundo punto de llegada se deduce del anterior: la Magdalena y el grupo que
ella encabezaba salieron perdedores ante la imposición machista jerárquica. No
se trata de un simple problema de género (ya suficientemente escandaloso entre
los seguidores de un Jesús que nunca hizo discriminaciones entre hombres y
mujeres), sino de una intelección de Jesús, impuesta con expurgación de textos,
manipulaciones, amaños, desconfianzas, intimidades, exigencias sobre maneras de
hacer, tradiciones, liturgias, en definitiva, con todo tipo de coerciones para
acabar imponiendo un relato dominante triunfador y, por tanto, como el único
ortodoxo. Un relato que todavía hoy se asienta como tal. Basta ver con qué
argumentos tan débiles impide la jerarquía actual el acceso de la mujer a los
ministerios sacerdotales.
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