Desde la encomienda de Barcelona queremos compartir con
todos vosotros la reflexión y meditación del evangelio dominical de ayer 2 de
septiembre, Día del Señor. Pero esta vez lo haremos acompañados de la palabra
del papa Benedicto XVI, el cual agudizó en la peligrosidad que tiene desviarse
del camino de la religión para centrarse en otros fines mucho más mundanos.
Para ello hemos seleccionado un nuevo texto que hemos
recibido del Servicio de Información Vaticana (VIS), para que podáis ser
vosotros también partícipes del dictamen del Santo Padre.
Ciudad del Vaticano, 2 de septiembre
(VIS).-La Ley de
Dios que encuentra su cumplimento pleno en el amor fue el tema de la meditación
de Benedicto XVI antes de rezar el ángelus con los fieles reunidos en el patio
del palacio apostólico de Castel Gandolfo.
Comentando el Evangelio de San Marcos
en que los fariseos reprochan a los discípulos de Jesús que no siguen los
preceptos higiénicos de la ley mosaica, el Papa explicó que la Ley de Dios “es su Palabra que
guía al ser humano por el camino de la vida, lo aleja de la esclavitud del
egoísmo y lo lleva a la 'tierra' de la libertad y de la vida verdaderas. Por
eso, en la Biblia, la Ley
no se considera ni un peso ni una limitación opresora, sino el don más precioso
del Señor (...) de su voluntad de estar cerca de su pueblo, de ser su aliado”.
Pero el problema, cuando el pueblo se
establece en la tierra prometida y es depositario de la ley, es la tentación de
“poner su seguridad y su alegría en algo que ya no es la Palabra del Señor: son los
bienes, el poder, otras 'divinidades' que en realidad son vanas, son ídolos.
Sí, sigue habiendo una Ley de Dios, pero ya no es lo más importante, ya no es
la regla de vida; se convierte más bien en un envoltorio, en una cobertura,
mientras que la vida sigue otros caminos, otras reglas, otros intereses, a
menudo egoístas. De ese modo, la religión pierde su sentido auténtico (...) y
se reduce a la práctica de usanzas secundarias, que satisfacen, más bien, el
deseo humano de 'cumplir' con Dios”.
“Este- advirtió el Santo Padre- es un
grave peligro de todas las religiones, y con el que Jesús se encontró en su
tiempo, pero que puede ocurrir, desgraciadamente, también en la cristiandad.
Por eso, las palabras que Jesús dirige en el Evangelio de hoy a los escribas y
fariseos también deben hacer que reflexionemos nosotros. Jesús hace suyas las
palabras del profeta Isaías: “Este pueblo me honra con los labios, pero su
corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto, enseñando doctrinas que son
preceptos de los hombres. (...) También el apóstol Santiago, en su carta,
alerta del peligro de una religiosidad falsa”.
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