Desde la encomienda de
Barcelona retomamos nuevamente un nuevo texto del historiador francés Alain
Demurger de su libro “Vie et mort de l’ordre du Temple”. En este apartado nos describe
el entorno de la Jerusalén
que habitaron las diferentes órdenes fundadas tras la toma de la Ciudad Santa , y dónde fue
alojada la Orden
del Temple.
Desde Temple Barcelona
estamos seguros que disfrutaréis de su lectura..
Los
templarios deben su nombre a su “casa presbiterial” –su cuartel general- de Jerusalén,
el templo de Salomón. Al principio, se constituyeron como “milicia de los
pobres caballeros de Cristo”. La regla aprobada en Troyes les da otros
apelativos. El prólogo se dirige en primer lugar a aquellos “que se niegan a
seguir su propia voluntad y desean como un valor puro constituir la caballería
del Rey Soberano”, después, personalmente, al nuevo “caballero de Cristo”. La
expresión agradaba a san Bernardo. Las primeras donaciones, la de Raúl Le Gras
en Champaña, por ejemplo, se dirigen “a Cristo y a sus caballeros de la Ciudad Santa ”. Alrededor de dos
siglos más tarde, el rey de Portugal, Dionisio, que defendió al Temple y se
negó a entregar sus bienes portugueses al Hospital, obtuvo la creación de otra
orden destinada a prolongar la obra del Temple, la “orden de Cristo”.
Pero
ya los nombres familiares del Temple y templarios se habían impuesto. El
prólogo de la versión francesa puede terminar sin problemas con estas palabras:
“Aquí comienza la regla de la pobre caballería del Temple”. Las actas de
donación de esos años se dirigen con frecuencia: “a Dios y a los caballeros del
Templo de Salomón de Jerusalén”, “a Dios y a la santa milicia jerosolimitana
del Templo de Salomón”.
Según
Guillermo de Tiro, cuando Hugo de Payns y sus primeros compañeros se reunieron,
no tenían “ni iglesia ni domicilio seguro”. Hombre caritativo, el rey de
Jerusalén, Balduino II, les alojó en un ala de su palacio, “cerca del templo
del Señor”, escriben Guillermo de Tiro y Jacobo de Vitry. Más preciso, Ernoul
dice que los templarios no se atrevieron a habitar en el Sepulcro y eligieron
el templo de Salomón, “donde Dios fue ofrecido”. Todavía se confunden con
demasiada frecuencia el templo de Salomón, el templo del Señor y el Santo
Sepulcro, incluso en las historias recientes del Temple. Dado que tal confusión
no carece de consecuencias, sobre todo a propósito de la arquitectura religiosa
de los templarios, considero útil describir rápidamente “la ciudad santa de
Jerusalén, cuya tutela tienen y cuya defensa aseguran los hermanos combatientes
de la milicia”, nos dice, con cierta exageración el vizconde de Carcasona,
Roger de Béziers, en 1133.
La
ciudad que los cruzados descubrieron en 1099 se presenta como un burdo
paralelepípedo, rodeado de murallas y de torres. El plano del manuscrito de
Cambray, que data de hacia 1150, reduce el trazado de este recinto a casi un
rectángulo. La ciudad vieja actual corresponde a la Jerusalén medieval. Dos
vías casi perpendiculares la dividen en distritos; el eje norte-sur, cuya parte
central fue cubierta en 1152 por la reina Melisenda para albergar el mercado,
pasa entre dos colinas: al oeste, el Calvario, lugar santo para el
cristianismo; al este, la Moria , lugar sagrado
del Islam, donde se instalaron los templarios.
Del
conjunto cristiano del Calvario, surge en primer lugar, venerado entre todos,
el Santo Sepulcro, formado por una rotonda y una basílica. La rotonda, o
Anástasis, restaurada en 1048, alberga el sepulcro de Cristo, meta de los
peregrinos de Tierra Santa. A la rotonda se añadió una basílica, cuya
construcción emprendieron los cruzados y que fue consagrada el 15 de julio de
1149, quincuagésimo aniversario de la toma de la ciudad, al sur, en el antiguo forum romano, se construyeron tres
iglesias en el siglo XI: Santa María Latina, Santa María Magdalena y San Juan
Bautista. Hacia 1070, gracias al dinero de los mercaderes de Amalfi, se fundó
un hospital destinado a acoger a los peregrinos. Una vez ampliado, se convirtió
en el Hospital de San Juan de Jerusalén, cuyos ocupantes se constituyeron en
orden caritativa, reconocida por el papado en 1113. En el transcurso del siglo
XII, se transformó en orden militar, rival, pero también asociada, del Temple,
aunque conservando su misión primitiva.
Frente
a este barrio cristiano, la
Moria incluye al contrario un conjunto religioso e
intelectual enteramente musulmán, creado en la época de la dinastía de los
califas omeyas (661-750): el Haurán o “Casa de Dios”. En el centro de una vasta
explanada muy bien pavimentada (de ahí el nombre de “Pavimento” dado a veces a
este palacio despejado), se alza una de las joyas de la arquitectura musulmana,
la Cúpula de la Roca , llamada erróneamente
“mezquita de Omar”. Fue construida de 687 a 691, sobre un plano poligonal único en
tierra islamita. Está coronada por una espléndida cúpula dorada, que guarda la
roca en que Jacob tuvo la visión de la escala mientras dormía. Al sur de la
explanada, la mezquita Al-Aqsa, que fue edificada de 705 a 715. es la mezquita
“lejana”, en recuerdo del viaje nocturno del profeta Mahoma desde La
Meca. Se ajusta a un plano basilical.
Naturalmente,
los cruzados modificaron por completo la Moria. La
mezquita Al-Aqsa fue en cierto modo secularizada y se convirtió en residencia
real cuando, en 1104, Balduino I abandonó la Torre de David, que dominaba la muralla
occidental, al suroeste del Sepulcro. En 1118, el rey Balduino II acogió en
ella a Hugo de Payns y sus caballeros de Cristo. En el mismo año, dejó esta
residencia para ocupar el nuevo palacio real, establecido cerca de la Torre de David, dejando el
conjunto de Al-Aqsa a la nueva milicia. Los cruzados habían identificado muy
pronto Al-Aqsa con el “templo de Salomón”, cuyas subestructuras subsisten, y
los “pobres caballeros de Cristo” tomaron muy pronto su nombre.
Gracias
a las donaciones sucesivas tanto del rey como de los canónigos del Santo
Sepulcro, los templarios recuperan toda la explanada, en particular la Cúpula de la Roca , a la que llaman el
“templo del Señor”, y hacen de ella su iglesia, consagrada en 1142. Sobre este
verdadero “monte del Temple”, reservado para su uso y enteramente rodeado de
muros, los caballeros emprenden diversos trabajos: dividen la gran sala de
oración de la ex mezquita en habitaciones, construyen al oeste nuevos
edificios, para instalar en ellos la bodega, el silo, el refectorio…El cronista
Teodorico señala que el tejado en pendiente de este nuevo edifico no se acomoda
con los techos en terraza de la ciudad. En el subsuelo, las inmensas salas
abovedadas de los “establos de Salomón” albergan los caballos de la orden.
En
el templo del Señor, los templarios recubren la roca de mármol y alzan un altar
en su centro, encajándolo en un cierre de hierro forjado; en las paredes, hay
mosaicos que relatan episodios del Antiguo Testamento; por último, colocan en
la cima de la cúpula una inmensa cruz de oro. Cerca de la Cúpula de la roca, la
pequeña Cúpula de la Cadena
se convierte en la iglesia de Santiago el Menor. Una de las siete puertas de la
ciudad, la Puerta
de Oro, da acceso a la explanada. Cerrada en permanencia, sólo se abre el
domingo de Ramos y el día de la
Exaltación de la Santa
Cruz.
Además
de esta ciudad dentro de la ciudad, en los años prósperos del reino de
Jerusalén, entre 1150 y 1180, la orden adquiere edificios y comercios en los
barrios más poblados.
Así
aparece, pues, en el siglo XII el cuartel general del Temple. Pero el
“Pavimento” es también un barrio de la ciudad, que se anima durante las
manifestaciones importantes, con ocasión, por ejemplo, de la coronación del
rey. El cronista Emoul relata la de Balduino V, en noviembre de 1183. Balduino
no tiene más que seis años. El patriarca le ha entregado la corona en el
Sepulcro. Después, se forma un cortejo y, en procesión, se dirigen a la
explanada del Temple. El rey niño es conducido al templo del Señor, donde,
“según la costumbre de los reyes francos de Jerusalén, nacida de la tradición
judía, el rey entrega su corona a la iglesia y la rescata después”. El cortejo
se dirige a continuación al templo de Salomón, donde los burgueses de la ciudad
ofrecen un banquete al rey y su corte.
Si
el templo de Salomón es la casa matriz de la orden, Nuestra Señora es su
patrona, y no hay necesidad de ser adivino para ver en esta elección la
influencia de san Bernardo. Ese culto a la Virgen explica que las donaciones a la orden
vayan en primer lugar dirigidas a Nuestra Señora. La regla se establece en su
honor, y la mitad de las oraciones que deben rezar los hermanos le están
destinadas. Una de las primeras y principales plazas fuertes confiadas a los
templarios fue Tortosa, en el condado de Trípoli, ciudad célebre por su
peregrinación de la Virgen. Según
la tradición cristiana, san Pedro, que se dirigía a Antioquía, hizo alto en
Tortosa para consagrar el santuario más antiguo elevado en honor de la madre de
Cristo.
La
orden del Temple comprendía caballeros, sargentos y capellanes. Los primeros
eran poco numerosos, sobre todo en Occidente. Los clérigos y los laicos de
Europa, que en la mayoría de los casos sólo tenían que entendérselas con los
sargentos, tomaron la costumbre de dirigirse indistintamente a los “hermanos”
de la milicia del Temple. Las autoridades, como el rey de Inglaterra Enrique
II, distinguían entre “los hermanos del Hospital de Jerusalén y los caballeros
del Templo de Salomón”. El obispo de Carcasona, que es una autoridad en la
materia, pero que sabe también cómo hablan sus ovejas, arbitra en 1183 entre
“los hermanos de la milicia y los hermanos del Hospital de los pobres de
Carcasona”. Los hombres del siglo XII marcaron bien la diferencia entre la
vocación militar del Temple y la vocación caritativa del Hospital, a pesar de
la transformación de este último. La diferencia entre la vocación militar del
Temple y la vocación caritativa del Hospital, a pesar de la transformación de
este último. La diferencia se atenuará en el siglo siguiente, sin desaparecer.
Habrá que recordarlo en el momento del proceso del Temple, ya que dicha
diferencia se aprovechó en contra suya.
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