Desde la encomienda de
Barcelona, hoy once de septiembre, disfrutando en familia del día de la
festividad de Catalunya, queremos compartir más información con todos vosotros
acerca de la relación de los templarios con la Sábana Santa de Turín. Para
ello hemos vuelto a seleccionar un capítulo de la paleógrafa italiana Barbara
Frale, extraído de su libro “I templari e la sindone di Cristo”, donde nos relata
aspectos importantes para llegar a conocer qué se esconde detrás del misterioso
ídolo al que los templarios veneraron.
Desde Temple Barcelona
os invitamos a que conozcáis algunos detalles.
Ecce homo!(III)
3.La imagen de un hombre en una tela
El
interrogatorio que se realizó a los templarios presos en Carcassonne en el
invierno de 1307, o sea pocos meses después de su detención, ha sobrevivido
gracias a un único documento conservado en los Archivos Nacionales de París; se
trata de una copia en papel, escrita para enviar a Felipe el Hermoso. El
material está muy oscurecido y no se encuentra en buen estado de conservación,
pero resulta perfectamente legible para quien tenga familiaridad con las
fuentes del proceso contra la orden del Temple. A comienzos del siglo XX,
Heinrich Finke intentó publicarlo; sin embargo, en su edición de los documentos
del proceso a los templarios adoptó, después de mucho esfuerzo, la muy
discutible decisión de transcribir únicamente los escasos pasajes que había
entendido, fragmentos de frases acompañadas de una gran cantidad de puntos
suspensivos para indicar la multitud de cosas que no conseguía leer. Estos
breves pasajes en latín, insertos en un discurso esencialmente en alemán,
forman un extraño patchwork de
distintas lenguas, el conjunto de todo lo cual dista muchísimo de las normas
del historiador de nuestros días y, sinceramente, es capaz de desorientar a
cualquiera. Quizá sea precisamente éste el motivo por el cual los historiadores
han ignorado prácticamente la fuente hasta ahora. He presentado y analizado
esta fuente, junto con muchas otras, en mi tesis de doctorado en historia en la Universidad de Venecia
(1996-1999), en la que recogí todos los testimonios del proceso que han
sobrevivido, para realizar un análisis sistemático de los datos y compararlos
entre sí; de inmediato su contenido me pareció extraordinariamente interesante,
porque en asociación con muchos otros datos demuestra, creo, que el
fantasmagórico ídolo de los templarios era un objeto famosísimo y de identidad
precisa. Efectivamente, se trataba de un retrato, pero lo mínimo que se puede
decir es que no era un retrato cualquiera.
Al
fraile templario Guillaume Bos, recibido en 1297 en la encomienda templaria de
Perouse, cerca de Narbona, se le mostró un “ídolo” que tenía una forma muy
particular, una imagen muy distinta de las otras, que en su mayoría eran relicarios
en bajorrelieve. Se trataba de una especie de diseño monocromático, una imagen
oscura sobre fondo claro de un lienzo que a simple vista le parecía una tela de
algodón (Signum fustanium):
…e
inmediatamente fue llevado a aquel mismo lugar y se le mostró una especie de
dibujo sobre un trozo de tela de algodón. Interrogado sobre quién era la figura
que allí se representaba, contestó que estaba tan atónito por todo lo que le
hacían hacer, que a duras penas pudo verlo y no logró identificar qué persona
representaba aquel dibujo; no obstante, le parecía que era en blanco y negro, y
lo adoró.
El
mismo tipo de objeto vio Jean Taylafer, quien prestó declaración en París
durante la larga investigación de 1309-1311: también era una especie de dibujo
de forma muy indefinida, hecho con una tinta que le parecía rojiza, y pudo
distinguir sólo la imagen de un rostro con las dimensiones naturales de una
cabeza humana. Tampoco consiguió saber si era una pintura o no, pero incluso en
este caso, se trataba de un solo color. Otro templario llamado Arnaut
Sabbatier, en cambio, dijo explícitamente que se le había mostrado la figura
entera del cuerpo de un hombre sobre una tela de lino y que se le ordenó
adorarlo tres veces besándole los pies (quoddam
lineum habentem ymaginem hominis, quod adoravit ter pedes obsculando).
El
documento es auténtico y el pasaje, pese a su mal estado de conservación, se
lee claramente. A menos que se quiera manipular la realidad de la fuente
histórica, ésta demuestra que a algunos templarios del sur de Francia les
mostraron un “ídolo” idéntico a la Sábana
Santa de Turín, que no es otra ocsa que una tela donde se ve
la figura de un hombre. No hay tampoco dudas acerca de que la figura contenía
el cuerpo entero y no sólo la cabeza; efectivamente, el testimonio dice
expresamente que los templarios lo adoraban besándole los pies. No se puede
negar que el sudario, si lo ve por primera vez alguien que no lo conoce en
absoluto ni tiene idea de la tradición que lo rodea, aparece justamente como
una especie de estampación o de gran mancha indefinida sobre una tela larga de
lino, una impronta muy clara y sin contornos, que revela los rasgos de un
hombre. La imagen presenta la característica de hacerse visible o invisible de
acuerdo con la distancia a la que se encuentra la persona que la mira, y trae
de inmediato a la mente los testimonios de los templarios, quienes recordaban
precisamente que el ídolo “aparecía” y “desaparecía” de improviso. Son
verdaderamente muchos los indicios que hacen pensar que varias de las
descripciones del ídolo templario no son otra cosa que una descripción de la Sábana Santa de Turín realizada
de manera fragmentaria e imprecisa por personas que tuvieron pocas
oportunidades de verla y en la mayor parte de los casos plegada en un relicario
que sólo dejaba ver la cabeza; no debemos olvidar que las ceremonias de los
templarios tenían lugar en las primeras horas de la mañana, ante de la salida
del sol, por lo que estos objetos se veían prácticamente en habitaciones
oscuras y sobre todo sin tener la más remota idea de qué era lo que se veía. El
testimonio de Arnatu Sabbatier describe, en cambio, de manera explícita una
exhibición del sudario propiamente dicho, con tela completamente desplegada
para que se viera la imagen del cuerpo entero. Y describe también una precisa
liturgia de adoración que prevé el triple beso en la impronta de los pies:
curiosamente, es le mismo gesto que harán con gran devoción San Carlos Borromeo
y su séquito de sacerdotes durante su famosa peregrinación a la Sábana Santa , a pie de Milán a
Turín, en octubre de 1578.
El
jesuita Francesco Adorno, que acompañó a San Carlos y escribió el relato del
acontecimiento, sabía perfectamente qué era lo que iba a ver, y sin embargo
declaró haber quedado absolutamente atónito y como trastornado ante la tela, el
mismo tipo de emoción que tantos templarios habían descrito en el proceso. En
efecto, el jesuita había visto una bella copia idéntica, que había mandado
ejecutar el duque Emanuele Filiberto de Saboya, pero el original era
completamente otra cosa: en la tela de Turín, la imagen daba la impresión de
ser un hombre vivo y sufriente que emite su último aliento. Los templarios
adoraban al sudario de la misma manera en que lo adoró San Carlos Borromeo
cerca de tres siglos después, o al menos como lo hicieron los que tuvieron el
privilegio de contemplar la reliquia original y no una de las tantas copias
distribuidas en las encomiendas de la orden. Según Adorno, San Carlos y unos
pocos más besaron también la herida del costado, además de las de los pies, y
por el tono de lamentación que se percibe en sus palabras, parece ser que a él
le tocó ese gran privilegio. Hasta ahora no sabemos si los templarios
acostumbraban a besar también el costado: el fraile que nos ha dejado el
testimonio de este culto ocupaba un lugar modesto en la jerarquía de la orden y
todo me lleva a creer que el privilegio de besar el costado estuviera
exclusivamente reservado, si acaso, a los dignatarios principales.
Para
los cristianos, el costado perforado de Cristo, aquel del que según el
Evangelio de Juan brotara sangre y agua, había sido particularmente conmovedor
desde los tiempos más antiguos. Estaban convencidos del enorme valor que tenía
y de que, de alguna manera, era la señal de la divinidad misma de Jesús: según
algunos estudiosos, el mismo evangelista, al tiempo que relata el hecho, le
confiere un fuerte significado teológico, dado que en su cultura el agua es
símbolo del Espíritu Santo. De acuerdo con la tradición cristiana, precisamente
de aquella herida había nacido la
Iglesia , de la misma manera en que un hijo nace del dolor y
el amor de la madre. La mayoría de los frailes eran ignorantes, pero entre los
dignatarios seguramente había personas muy instruidas; como ejemplo, podemos
mencionar al poeta Ricaut Bonomel, quien escribió un famoso poema lírico sobre
la derrota de los cristianos en Tierra Santa, o el capellán Pietro de Bolonia,
talentoso jurista que trató de defender a su orden durante el proceso. En todo
caso, no se necesitaba ser un gran intelectual para entender que aquella herida
en el costado era la fuente de la
Eucaristía , que el sacerdote celebraba en el altar
precisamente mezclando vino y agua en recuerdo de aquel pasaje evangélico.
Por
una serie de motivos que más adelante expondré ampliamente, los templarios
estaban profundamente fascinados por aquella herida en el costado, que a sus
ojos revestía un valor incomparable: tal vez la consideraban demasiado sagrada
como para que alguien se atreviera a tocarla, o al menos alguien tan modesto
como el hombre que ha dejado este testimonio en la indagación de Carcassone.
Como
es evidente, la noticia de que los templarios veneraban la imagen de un hombre
impresa en una tela se difundió y terminó por despertar la curiosidad de la
gente común, tal vez de un modo mucho más amplio del que hoy las fuentes
permiten pensar; en realidad, la noticia fue registrada en la Crónica de Saint-Denis, el
gran libro de memorias redactado por la abadía parisina, particularmente
relacionada con la corona de Francia. Para los monjes de Saint-Denís, el ídolo
de los templarios no era una imagen del diablo ni un retrato de Mahoma; por el
contrario, lo describían esencialmente de estas dos maneras:
Y
poco después comenzaron a venerar un falso ídolo. Según algunos de ellos, ese
ídolo estaba hecho de una piel humana muy antigua, que parecía embalsamada (une
vielle peau ainsi comme toute embasmeé), o bien en forma de tela pulida (toile
polie); en eso depositan los templarios toda su vilísima fe y en eso creen
ciegamente.
En
resumen, la cuestión del denostado ídolo que veneraban los templarios fue un
verdadero fiasco para la acusación, en especial cuando se intentó teñir ese
objeto con los sombríos colores de la brujería. Es lo que Nogaret había intuido
desde el primer momento: durante el primer interrogatorio realizado en París
por el inquisidor de Francia se había probado el terreno, pero los templarios
que sabían algo al respecto eran demasiado pocos y sus descripciones demasiado
confusas, por lo que los juristas de la realeza habían escogido pasar de
puntillas sobre esta cuestión y apuntar en cambio a las acusaciones que casi
todos los frailes estaban dispuestos a admitir. Los inquisidores del sur de
Francia, auténticos profesionales de los proceso por brujería, atribuyeron al
ídolo de los templarios las connotaciones del mal encarnado de acuerdo con su
particular mentalidad: puede que actuaran totalmente de mala fe o puede que
quedaran ellos mismo sugestionados por su triste profesión, prisioneros en
cierto modo de los espectros que su propia mente creaba mientras escuchaban las
confesiones de los desventurados. En todo caso, en su condición de imagen del
diablo o de retrato de Mahoma, el ídolo no fue mucho más allá de la
investigación del Languedoc, sin duda la más sanguinaria de todo el proceso.
Más tarde, cuando, después del verano de 1308, el papa Clemente V consiguió
confiar los interrogatorios a comisiones de obispos locales, la índole del
ídolo se fue precisando y cada vez resultó más clara la naturaleza exacta de dos
objetos que se utilizaban en la liturgia: el primero era un relicario en
bajorrelieve que contenía los restos de algún santo; el segundo, un extrañísimo
lienzo de lino que llevaba impresa la figura entera de un hombre, a modo de un
dibujo monocromático, una especie de estampación de rasgos indefinidos.
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