Desde la encomienda de
Barcelona retomamos el nuevo apartado dedicado a dar a conocer a todos los
lectores de esta humilde página, quién fue el Padre Pío de Pietrelcina.
Para ello hemos
seleccionado un texto de D. José Mª Zavala de su obra “Padre Pío: Los milagros
desconocidos del santo de los estigmas, donde de manera casi increíble, nos
explica las enormes gracias que hizo este santo a todos aquéllos que acudían a
verle.
Desde Temple
Barcelona, estamos convencidos que su lectura os sorprenderá.
¿Quién
fue el Padre Pío sino otro corderito preparado desde niño para el sacrificio,
como el mismo Jesús?
En
una carta del 15 de agosto de 1916, comentaba sobre él:
“¿Qué
os voy a decir de mí? ¡Soy un misterio para mí mismo!...A esta autoridad (la de
Dios) me confío como el niño a los brazos de su madre”…Igual que el pequeño
Joaquín.
En
Tarento, ciudad al sur de Italia, en la zona costera de Apulia, a orillas del
Mediterráneo, visité a monseñor Pierino Galeone en mayo de 2010.
Galeone
fundó, en 1957, el instituto Siervos del Sufrimiento por expreso deseo del
Padre Pío. ¿Su misión? Extender por el mundo el gran valor de la penitencia
corporal y espiritual en beneficio de las almas. Personas abnegadas que ofrecen
diariamente sus sacrificios, grandes y pequeños, por la conversión y los
pecados de los demás. El Cielo debe ser un inmenso rebaño de esas almas.
Los
siervos del Sufrimiento están presentes hoy también en Alemania, Suiza,
Austria, Polonia, Hungría, República Checa, Eslovaquia, Liechtenstein, Camerún,
Benín y Togo. Una encomiable labor de apostolado que lleva individualmente a
cada miembro a prorrumpir, con el Padre Pío, “¡estoy crucificado de amor!”.
Galeone
vivió muchos años junto al fraile de Pietrelcina. Pocos como él supieron captar
la verdadera dimensión del gigante: “Su espiritualidad era la de Jesús”,
resume, certero, este sacerdote octogenario con fama de santo.
“El
Padre Pío –añade- ha vivido plenamente a Cristo crucificado y al Cristo
resucitado lo ha hecho revivir a sus hijos: ayudando a los pobres, sanando a
los enfermos y, de forma muy especial, convirtiendo a los pecadores…Él era el
gran alivio para los sufrimientos humanos”.
Galeone
sintió en propia carne ese mismo “alivio del sufrimiento”:
“Conmigo
hizo un milagro –explica-. En la Segunda
Guerra Mundial no tenía yo qué comer. Había crecido mucho y
la desnutrición hizo que acabase enfermando de tuberculosis. Todos los días
tosía sangre. Para que cicatrizara la herida del pulmón y éste no se moviese,
bombeaban aire en su interior. Acabada la guerra, en 1945, los periódicos se
hicieron eco de los milagros del Padre Pío. Dos años después, el juez del
pueblo nos llevó a mi madre y a mí a San Giovanni Rotondo. Al verle por primera
vez, no le dije nada. Yo era seminarista; estudiaba primero de Teología.
Entonces, inesperadamente, él me pasó las yemas de los dedos por el pecho.
Pensé que estaba acariciándome. Pero me dijo: “¡Podrás morirte de lo que sea,
menos de aquí!” Y así fue: quedé curado enseguida”.
Su
testimonio fue incorporado luego a la causa de canonización del Padre Pío.
La
capacidad de sufrimiento del santo de Pietrelcina no tenía límites. Galeone
recuerda que un periodista le dijo una vez, apiadándose de él:
-¡Cuánto
sufre usted. Padre!...¿Por qué no me da un poquito de su sufrimiento?
Él,
muy seguro, contestó:
-Si
te diera una pizca de lo que sufro, morirías.
Cleonice
Morcaldi, una de sus hijas predilectas, contó a Galeone que en el último año de
vida del Padre Pío, postrado ya en silla de ruedas, un día le imploró:
-Padre,
¿Por qué no me hace ver a Jesús?
-¡Pero
hija mía! –se extrañó él-, ¿todavía no has entendido que viéndome a mí, ves a
Jesús?
¿Quién
era realmente el Padre Pío?¿Otro Cristo sobre la Tierra?
A
fin de cuentas, él hizo lo mismo que Jesús, como advertía Galeone: consoló a
los pobres, sanó a los enfermos, convirtió a los pecadores…Predicó la doctrina
de Dios, haciéndola suya; obró milagros, se aferró con infinito Amor a la Cruz para salvar también a la Humanidad …
“He
visto a Dios en un hombre”, dijo un célebre abogado de París tras conocer en
persona a Juan María Vianney, el santo cura de Ars.
¿No
podía decirse acaso lo mismo de San Pío de Pietrelcina?
Anita
Unia compuso una entrañable biografía de Lucía Fiorentino, alma excepcional que
tuvo frecuentes fenómenos místicos, entre ellos el de las locuciones con Jesús.
En su diario, fechado en San Giovanni Rotondo, Lucía anotó el 19 de agosto de
1923 lo siguiente:
“Jesús
me ha dicho: ¿Te acuerdas de cuanto te manifesté en 1906, durante tu enfermedad?
Sí, lo recuerdo –le he contestado. Jesús me había anunciado entonces que
vendría de lejos un sacerdote simbolizado por un gran árbol que se
desarrollaría en aquel convento: árbol tan grande y arraigado que su sombra
cubriría todo el mundo. Quien con fe se refugie bajo él, obtendrá la verdadera
salvación. Por el contrario, quien se burle o lo desprecie será castigado.
Ahora comprendo que este árbol es el Padre Pío, que tiene una importante
función que cumplir para la salvación de la Humanidad ”.
El
Padre Pío, naturalmente, también hablaba con Jesús:
“Él
me quiere mucho –aseguraba el padre Agostino de San Marco in Lamis, el 21 de
marzo de 1912- y me aprieta cada vez más contra su pecho. Ha olvidado mis
pecados y hasta se diría que solamente se acuerda de su misericordia…Todas las
mañanas viene a mí y vuelca en mi pobre
corazón las efusiones de su bondad…Este Jesús casi siempre me pide amor. Y mi
corazón, más que mi boca, le responde: “¡Oh, Jesús mío!, quisiera…” Y no puedo
continuar. Pero al final exclamo: “Sí, Jesús, te amo! En este momento me parece
amarte y siento la necesidad de quererte más aún pero, Jesús, no tengo ya más
amor en el corazón. Tú sabes que te lo he dado todo a Ti. Si quieres más amor
toma mi corazón, llénalo de tu Amor y luego mándame amarte, que no rehusaré; al
contrario, te ruego que lo hagas, yo lo deseo”.
Durante
la oración, y especialmente en la Sagrada
Comunión , el Padre Pío derramaba tantas lágrimas que llegaba
a formar en el suelo un “pocito”, en expresión de su entonces preceptor Antonio
de San Giovanni Rotondo.
Al
preguntarle éste por el don de lágrimas, su discípulo se limitó a responder:
“Lloro mis pecados y los de todos los hombres”.
¿El
Padre Pío, corredentor?
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