En la fase de la caza, la civilización era imposible; exigía un hábitat permanente; una manera de vida establecida. Llegó con el hogar y la escuela, y éstos no pudieron existir hasta que los productos del campo reemplazaron a los animales del bosque o a la manada como alimento del hombre. El cazador encontraba a su presa cada vez con mayor dificultad, mientras que la mujer, a quien dejaba en casa, cuidaba de su suelo que cada vez daba más fruto. Esta paciente agricultura de la esposa amenazaba hacerla independiente del macho y, por el bien de su propio señorío, se obligó, por fin, a la prosa de la labranza. No hay duda de que se tardó siglos en hacer la mayor de todas las transiciones en la historia humana, pero cuando, por fin, se consiguió, empezó la civilización. Meredith decía que la mujer será la última criatura en ser civilizada por el hombre. Estaba tan equivocado como es posible estarlo en los límites de una frase. Porque la civilización llegó propiamente a través de dos cosas: el hogar, que desarrolló esas disposiciones sociales que forman el cemento psicológico de la sociedad, y la agricultura, que sacó al hombre de su vida errante como cazador, pastor y asesino, y le estableció durante el tiempo suficiente en un lugar para permitirle construir casas, escuelas, iglesias, colegios, universidades y civilización. Pero fue la mujer la que dio la agricultura y el hogar al hombre; ella domesticó al hombre tal como lo hacía con los animales de granja. El hombre es el último animal doméstico de la mujer, y puede que sea la última criatura que será civilizada por ella.
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