Queremos compartir un texto del historiador francés Michel Lamy de su libro “La otra historia de los templarios”, donde habla de la mística Orden de los Asesinos.
Deseamos sea de su agrado.
Los “Asesinos” estaban vinculados a la secta de los ismaelíes. Éstos se negaban, pues, a creer en la muerte de Ismael, una manera para ellos de mantenerse aparte de la tradición dimanante de Mahoma. El ismaelismo había reunido a numerosos partidarios, particularmente en Irán, donde el hecho de apartarse un poco del mundo árabe no se veía con malos ojos. No se había olvidado allí las viejas creencias zoroastrianas que los árabes habían rechazado.
Un personaje iba a utilizar este recuerdo de la religión mazdeísta para asentar un formidable poder: Hassan-Ibn-Sabbah, el Viejo de la Montaña. En su juventud, se tropezó un día con unos caballeros y les preguntó adónde se dirigían. Su respuesta, que se conoce por las memorias del propio Hassan-Ibn-Sabbah, no carece de interés:
Venimos de una tierra que ha dejado de existir y nos dirigimos hacia un país que va a nacer. Tú, el solitario, sigue caminando. Mira al sol y a las grutas secretas. La hora décimo segunda está próxima. ¡Ve a recibir el mensaje que te espera!
Un mensaje que habría apasionado sin duda a Gérard de Nerval.
Hassan fue conducido a continuación hacia la luz espiritual por unos “guías” que le sometieron a unas pruebas iniciáticas muy largas. Su iniciación tenía más de un punto en común con la de la francmasonería. Aprendió allí a ver detrás del velo de las religiones. El Maestro desconocido de la Montaña le entregó el hábito blanco y el cinto rojo y Hassan partió hacia el cumplimiento de su destino. Sabía que para ello no iba a tener que dudar a veces en hacer uso de las fuerzas oscuras, pues a sus ojos el fin justificaba los medios.
Hassan-Ibn-Sabbah prosiguió su formación en la Casa de las Ciencias de El Cairo, y fue allí donde conoció por primera vez los poderes del hachís, “la hierba de la seguridad”, que permitía ser totalmente indiferente al sufrimiento y a la muerte. El hachís acentuaba los sabores, servía de afrodisíaco para el ser sensual, aumentaba la intensidad de los colores, proporcionaba más riqueza a las impresiones del gusto y del tacto, pero sobretodo hacía olvidar toda prudencia y todo elemento moral.
Hassan-Ibn-Sabbah decidió hacer de Irán el centro del ismaelismo, y fundó allí una Orden a la vez religiosa y militar, compuesta de hombres entregados en cuerpo y alma a ella. Corría el año de 1081, año I del ismaelismo reformado, nacimiento de la secta de los Asesinos de Alamut. En un primer momento. Hassan-Ibn-Sabbah reclutó fieles, lo que no dejó de causarle algunos problemas con los jefes políticos y religiosos de la época. Un día, al atravesar la región iraní de Rudbar, vio en un paisaje desolador, una muralla que dominaba un precipicio: la fortaleza de Alamut, el “nido de águilas”. Supo entonces que había encontrado el lugar de donde se expandería su poder.
El gobernador de Alamut, el Alide Mahdi, era contrario al ismaelismo y fiel a Melik-Shah. Hassan pasó de largo, por el momento. Necesitaba encontrar un abra para sus fieles, algunos de los cuales le seguían desde hacía…nueve años. He aquí algo que nos recuerda a los templarios. Había entre ellos algunos francos que afirmaban haberle visto obrar milagros: durante una tempestad. Hassan había aplacado los elementos y salvado su nave. Desde entonces, estaban dispuestos a seguirle al fin del mundo si era preciso.
Algunos meses después de su primer paso por estos parajes, algunos de su hombres entraron en Alamut y comenzaron a hacer propaganda entre la población. Hablaban sin cesar de un personaje misterioso que meditaba horas sentado sobre una piedra, ataviado con un hábito blanco y ceñido con un cinto rojo. Se decía que no comía ni dormía jamás. La población fue poco a poco ganada, en gran parte por la curiosidad. Una noche, uno de sus hombres hizo entrar a Hassan-Ibn-Sabbah en Alamut. No tardó en adquirir una gran importancia. Un día en que Alide Mahdi quería ir de caza, todos sus servidores se negaron a seguirle, habiéndoselo prohibido el Dih-Khoda (el jefe o guía). Inquieto, Mahdi entró en sus habitaciones del torreón. No tenía ya ningún poder en su propia fortaleza. Un día, Hassan vino a verle y le dijo que su lugar estaba en otra parte. Mahdi no tuvo ya más remedio que partir. Hassan le hizo entregar algo de dinero y le dijo que avisara a los hombres del sultán de que en lo sucesivo habría un señor en Alamut, que había fundado una Orden de monjes soldados, que se llamaba Hassan-Ibn-Sabbah, apodado “Sheykh al-Djebbal”, el Señor de la Montaña.
En poquísimo tiempo, Hassan tomó posesión de casi todas las ciudadelas de la región del Rudbar. Un poco por todas partes, las poblaciones del lugar veían en él la resurrección de las doctrinas ancestrales del viejo Irán. Un impulso nacionalista acompañaba su conversión al ismaelismo, cuyo aspecto mesiánico les fanatizaba. Meli Shah trató de enviar unos ejércitos para desalojar a Hassan, pero tuvieron que renunciar ante la resistencia de la población. A veces incluso, los hombres del sultán se pasaron al bando del Señor de la Montaña.
Alamut se mofaba del Islam ortodoxo. La roca, que se asemejaba a un león echado sobre las rodillas, con la cabeza apoyada en tierra, parecía lanzar una advertencia. Hassan no tardaría en despertar unas fuerzas terribles. ¿Qué hacer para desalojarle? No existía más que un paso accesible, y para llegar a él era preciso escalar una parte de la montaña gracias a unos agujeros practicados en la roca. El castillo podía soportar un asedio. Era capaz de abrigar una guarnición muy importante. Su punto flaco era el abastecimiento de agua y de víveres en caso de un cerco de larga duración. No se podía contar en absoluto, de todos modos, con una complicidad en el interior para sorprender a Hassan-Ibn-Sabbah. Éste había tomado la precaución de expulsar a todos los que hubieran podido mostrase desfavorables a él, así como a los hombres enclenques, viejos y a los músicos, a fin de que no propagasen disipación.
De todas partes se dirigían ismaelíes a Alamut para recibir las enseñanzas de Hassan. El Señor de la Montaña conservaba a su lado a los más fuertes y a los más abnegados a ellos.
Hassan pasaba largas horas en su biblioteca, desde cuya ventana veíase un paisaje árido y grandioso. Redactaba sus memorias y meditaba. La vida en Alamut era de una gran austeridad. Estaba prohibido beber vino so pena de muerte. Las mujeres tenían derecho a habitar en la aldea resguardada tras las murallas, pero su presencia estaba prohibida en el castillo. Todo cuanto pudiera ablandar o distraer los espíritus estaba vedado.
Los fieles pasaban su tiempo entre ejercicios físicos, el adiestramiento en el manejo de las armas, los ejercicios de piedad y el estudio de lenguas. Iban ataviados como Hassan, con unos hábitos blancos y cintos rojos. Todos se sentían privilegiados, pues eran contados aquellos a quienes Hassan aceptaba como huéspedes de la fortaleza, escogidos con sumo cuidado, élite de sus tropas.
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