Queremos compartir desde la encomienda de Barcelona un texto del historiador francés Michel Lamy, de su libro “La otra historia de los templarios”.
Esperamos que sea de vuestro agrado.
La Orden se había organizado de forma que no tuviera que depender de nadie e incluso de manera que fueran los demás quienes no pudieran prescindir de ella. De nada habría servido todo ello, sin embargo, si los templarios hubieran estado a merced de unos armadores para transportar mercancías y gentes por mar. Además, el transporte marítimo presentaba un aspecto estratégico importante en razón del tráfico intenso que las cruzadas provocaban entre Oriente y Occidente.
La Orden del Temple no podía desinteresarse de este aspecto. Se hizo, pues, armador, se aseguró su independencia en los mares y practicó el transporte de hombres y de mercancías por cuenta de terceros. Se dotó de una flota capaz de rivalizar con la de la República de Venecia e intentó incluso hacerse con el monopolio del comercio en el Mediterráneo. No lo consiguió, sin embargo, pero lo que sí hizo fue asegurarse una gran parte del mercado en los sectores más diversos.
A parte de las mercaderías, una gran parte del tráfico procedía del transporte de peregrinos. Sólo a partir de Marsella, los templarios embarcaban de tres a cuatro mil por año. Antes de embarcarles, les daban albergue en sus casas tales como las de Biot, Bari, Arles, Saint-Gilles, Brindisi, Marsella o Barletta. En Toulon habían hecho construir muy especialmente dos alberguerías en el barrio de la carriero del Templo, al lado de las murallas que protegían la ciudad de eventuales incursiones de berberiscos. Habían hecho incluso abrir una poterna especial en la muralla para circular libre y discretamente.
Los peregrinos tenían confianza en el Temple, pues, tal como señala Demurger, no sólo los navíos de la Orden eran escoltados, sino que ellos no tenían costumbre de vender a sus pasajeros como esclavos a los musulmanes, práctica por desgracia harto frecuente de los pisanos y de los genoveses.
Se han conservado algunos nombres de navíos templarios: La Rosa del Temple, La Bendita, La Buena Aventura, El Halcón del Temple. Los había de todos los tamaños y para todas las especialidades. Algunos, los huissiers (abastecedores), estaban especialmente equipados para el transporte de caballos. Había que construirlos de manera muy especial, poniendo sumo cuidado en las junturas. Joinville escribía a este respecto:
“Se hizo abrir la puerta de la embarcación e introdujeron a todos nuestros caballos que debíamos llevar a ultramar. Luego la puerta fue cerrada, se taponó bien, igual como se llena con estopa un tonel, porque, cuando el navío se halla en alta mar, la puerta entera se ve sumergida en el agua.”
Durante el transporte, los caballos estaban trabados de modo tal que no podían prácticamente moverse. En cuanto a su salida del barco, se efectuaba poco más o menos de acuerdo a la técnica de las barcazas de desembarco actuales, que permite acercarse lo más posible a la orilla. Cada navío de abastecimiento no podía transportar más que entre cuarenta y sesenta caballos. Es fácil imaginar la importancia del tráfico permanente necesario para surtir al ejército de los cruzados de cabalgaduras.
A fin de acompañar y de proteger a estas naves meridionales un tanto ventrudas, pero con una capacidad de transporte importante, habían adaptado, en el Mediterráneo, unos navíos más rápidos que los que lo atravesaban habitualmente.
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