Aquí tenemos a dos hombres que se disputan: uno derriba al otro de un golpe, le mata y luego llega a la conclusión que él, que es quien está vivo, debía tener razón y que el que está muerto debía estar equivocado. Una manera de demostración que todavía se acepta en las disputas internacionales. Aquí tenemos a otros dos hombres que se pelean: uno le dice al otro: “No nos peleemos, puede morir cualquiera de los dos; llevemos nuestras diferencias ante cualquier anciano de la tribu y sometámonos a su decisión”. ¡Fue un momento crucial en la historia humana! Si la respuesta era “No”, el barbarismo continuaba, si era “Sí”, la civilización colocaba otra raíz en la memoria del hombre: de la sustitución del caos por el orden, de la brutalidad por el juicio, de la violencia por la ley. Aquí también hay un regalo que no notamos porque nacemos dentro del círculo encantado de su protección y nunca sabemos lo que vale hasta que vagamos por las regiones sin orden o solitarias de la Tierra. Dios sabe que nuestros congresos y nuestros parlamentos son inventos dudosos, la mediocridad destilada de la tierra, pero a pesar de ellos nos la arreglamos para disfrutar de una seguridad de vida y propiedad que apreciaremos más cálidamente cuando la guerra civil o la revolución nos reduce a unas condiciones primitivas. Compare la seguridad actual del viaje con los caminos infestados de ladrones de la Europa medieval. Nunca antes en la historia ha habido tanto orden y libertad como existe hoy. Sin embargo, no debemos excitarnos demasiado por la corrupción política o la mala gestión democrática: la política no es la vida, sino únicamente un injerto sobre la vida; bajo su vulgar melodrama, persiste calladamente el orden tradicional de la sociedad en la familia, en la escuela, en el millar de influencias tortuosas que cambian nuestra nativa ilegalidad en cierta medida de cooperación y buena voluntad. Sin tener conciencia de ello, tomamos parte en un patrimonio lujoso de orden social acumulado para nosotros por un centenar de generaciones de prueba y error, conocimientos acumulados y riqueza transmitida. Siempre nos quedará el consuelo de que en una sociedad libre, nuestro voto, sirva para quitar a los corruptos del poder, aunque no de nuestra sociedad.
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