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viernes, 13 de noviembre de 2009

En contacto con dos mundos


Queremos desde la encomienda de Barcelona compartir un texto del escritor e historiador francés Michel Lamy, en su libro “La otra historia de los templarios”. Deseamos que os guste.

Los templarios fueron acusados a menudo de haberse convertido al Islam. Hemos visto que el término baphomet había sido relacionado con el nombre del profeta. Y sin embargo la Orden fue sin duda virgen de toda traición a este respecto. Ello no es óbice para que la actitud de los templarios con respecto a sus enemigos –de aquellos que se consideraban a los cristianos como infieles, de esos musulmanes cuya misión consistía en combatir- no fuera siempre comprendida. Se les reprochó confraternizar con el adversario.

Al entrar en Jerusalén, los cruzados habían causado una inmensa masacre de infieles. Los templarios no aplicaron jamás tales métodos. Entrar en un país por la fuerza es una cosa, mantenerse en él otra muy distinta y no cabe en absoluto esperar un resultado feliz de una ocupación que se hace en medio del desprecio de las poblaciones locales. Desde el comienzo, la Orden lo había comprendido perfectamente. Hay que decir que, contrariamente a buen número de cruzados que venían para una campaña militar y luego volvían a partir bastante rápidamente, ellos se quedaban en el lugar. Además, se interesaron mucho por la civilización que se encontraron en Oriente. Trataron de comprenderla, de asimilar su esencia. No fueron los únicos, pues todos los occidentales que se quedaron el suficiente tiempo en el lugar sufrieron más o menos la influencia de Oriente. El clima les llevó a unas formas de vida distintas. Se acuñaron monedas bilingües con una cara en árabe a fin de facilitar los intercambios. Por ejemplo, los venecianos acuñaron en San Juan de Acre un besante de oro que llevaba concretamente el nombre de Mahoma y el año musulmán. Ello era suficiente para provocar un gran escándalo en Occidente. Numerosos cristianos estudiaron árabe y armenio. Fue especialmente el caso de la mayor parte de los Grandes Maestres de la Orden del Temple, que optaron igualmente por tener secretarios musulmanes.

Del mismo modo, en el plano jurídico, los usos del derecho musulmán sustituyeron al juicio de Dios muy practicado aún en Occidente. Se prestaba juramento sobre los diferentes libros sagrados cristianos propios de los latinos, griegos, maronitas, nestorianos o jacobitas, y sobre los textos sagrados musulmanes o judíos.

Muchos cruzados sucumbieron a los encantos de Oriente hasta el punto de casarse con musulmanas. Sus hijos, cada vez más numerosos, terminaron incluso por constituir una verdadera comunidad cuyos miembros eran designados con el nombre de poulain.

Los templarios no manifestaron ninguna animosidad a priori contra las gentes del Islam, incluso cuando combatieron contra ellas. Tuvieron, además, en sus propias tropas, auxiliares musulmanes en gran número a los que dieron el nombre de turcópolos.

Sin duda supieron apreciar también los conocimientos científicos de los árabes. La astronomía babilónica estaba mucho más adelantada que todas las demás. La Universidad de El Cairo superaba ampliamente a las de Occidente. Las más grandes y ricas bibliotecas eran islámicas. La civilización creada en el sur de España por las dinastías musulmanas convertía comparativamente en burdos a los barones francos del norte. Fue en contacto con sabios, pensadores, juristas y médicos del Islam como iba a formarse la élite intelectual de Occidente. Era allí adonde iba la gente a perfeccionarse en matemáticas, en física, en astronomía, en agronomía, en filosofía. El inventor del álgebra era árabe (Khwarezmi), así como Al Tusi, que inventó la trigonometría. Sabios como Rhazes o Avicena eran conocidos en toda Europa. Esto no podía sino despertar el respeto y la admiración de los cruzados más conscientes y en particular de los templarios, que entraron en contacto con esta civilización tanto en España como en Oriente, mientras que en Occidente no todos los clérigos sabía escribir.

Es cierto que el respeto manifestado por los templarios hacia sus enemigos no era siempre comprendido por los toscos caballeros recién llegados de Europa.

Un día el emir Usama y el capitán turco Unur fueron a hacerle una visita a Foulques de Anjou, en Jerusalén. Usama sintió deseos de recogerse. A continuación contó lo que sucedió:

Entré en la mezquita de El-Aqsa, que estaba ocupada por mis amigos los templarios. Al lado había una pequeña mezquita que los francos habían convertido en iglesia. Los templarios me asignaron esta pequeña mezquita para hacer mis oraciones (…) Un día entré en ella, glorifiqué a Alá. Estaba recogido en mis oraciones cuando uno de los francos se abalanzó sobre mí, me agarró y volvió mi cara hacia Oriente diciendo: “¡Es así como se reza!” Un grupo de templarios se precipitó sobre él, le aferraron y le expulsaron (…) Se excusaron conmigo diciendo: “Es un extranjero que ha llegado estos últimos días del país de los francos. Jamás ha visto orar a nadie que no esté de cara a Oriente”. Yo respondí: “Ya he orado bastante por hoy”. Salí, asombrado de lo descompuesto que tenía aquel demonio el rostro, de cómo temblaba, y de qué impresión había sentido de ver a alguien rezar vuelto hacia la Kaaba.

Compresión, tolerancia, respeto mutuo, formaban parte de la filosofía de los templarios, pero de ahí a ver en ello una conversión no había más que un paso que muchos dieron demasiado deprisa. Y más teniendo en cuenta que nada de todo esto impidió a los monjes soldados estar en todos los combates, comportarse valerosamente en ellos y pagar un oneroso tributo a los guerreros de Oriente. ¡Cuántos barones francos debieron no ser vencidos gracias a la intervención providencial de los templarios que hicieron cambiar las tornas de la batalla! ¡Cuántas veces debieron de morderse los puños los cruzados por no haber querido hacerles caso!

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