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Sin duda las ceremonias secretas regidas por una Regla secreta existieron, y para practicarlas convenía utilizar lugares apropiados y protegidos. Louis Charpentier asocia su secreto al término “espina” y a sus derivados. Para él, los lugares que presentan tales características toponímicas correspondían a unos parajes llamados la Épine, Épinay, Pinay, Épinac, etc. Y precisa:
En la actualidad, puede ser el nombre de un campo, de una casa, de una aldehuela, incluso de una ciudad tal como Épinay-sur-Orge, pero se puede estar bien seguro de que las encomiendas no andan muy lejos. Las que designa el término Épinay-sur-Orge existían en Ris y en Viry. A veces el nombre se ha extendido, sobretodo cuando se trata de bosques, tal como el bosque de Courbépine, en Othe, cerca de la bailía de Coulours.
Y Louis Charpentier no anda equivocado; cuando se mira de cerca, la frecuencia de las “espinas” (épine) cerca de las encomiendas no parece deber gran cosa a las leyes de la casualidad. Tomemos algunos ejemplos entre cientos: en la región de Cognac, un pueblo de Épine está situado a medio camino de las encomiendas de Cherves y de Richemont. Otro tanto ocurre en Vienne, donde la capilla de la encomienda de Béruges se encontraba en el lugar llamado el Épinay, cerca del bosque de la Épine. En las Deux-Sèvres, encontramos la Épine cerca de Saint-Maixent-l’École, allí donde se ubicaba una encomienda templaria. En Indre, estaba la encomienda de Lespinaz o de l’Épinat. Y sería el cuento de nunca acabar si tuviéramos que citar todos los lugares templarios asociados con espinas.
¿Por qué la elección de este topónimo? Simbólicamente, la espina ha desempeñado siempre un papel de protector contra los intrusos, el medio de preservar otro mundo más secreto, pero también el papel iniciático de la barrera que debe saber franquear el valiente para llegar al término de su búsqueda. ¿No era el espino albar, antepasado de la rosa, o “corona de espinas” el que impedía el acercarse al castillo de la Bella Durmiente? Algunos templarios dijeron a propósito de su baphomet que hacía florecer los árboles y germinar la tierra. Ahora bien, en el libro de los Jueces podemos leer:
Y dijeron todos los árboles a la zarza espinosa: Ven tú y reina sobre nosotros. Y dijo la zarza espinosa a los árboles: Si en verdad queréis ungirme por rey vuestro, venid y poneos a mi sombra, y si no, que salga fuego de la zarza espinosa y devore a los cedros del Líbano.
La espina aparece así como el rey de los árboles y no fue otra que ella la que sirvió de corona al hijo de Dios en la Pasión. Pero ¿no debe pensarse también en la Virgen, tan amada de los templarios y que era llamada Lilium inter spinas, (lis entre espinas)
La espina aparecería, entonces, como la indicación del lugar que había que franquear, de la barrera simbólica más allá de la cual se encuentra el secreto buscado. La luz estaría más allá de la espina y en este sentido este topónimo podría indicar la entrada de unos pasadizos secretos que permitían el acceso a las encomiendas a través de unos subterráneos. Acaso conviene también pensar en la tradición que afirma que el Arca de la Alianza estaba hecha de madera de espino, más exactamente de la spina-cristi, variedad resinosa que no se parece a nuestro espino.
Otro elemento frecuente cerca de las encomiendas es la presencia de estanques. Servían para la piscicultura, al ser el pescado necesario para las comidas de los monjes los días de vigilia. Pero estos estanques podían servir igualmente de redes de protección que volvían determinados lugares más difícilmente accesibles a quien no los conocía bien. Así, la encomienda de Blizon, en Brenne, cerca de Loches, estaba situada al borde de una red que comprendía una veintena de estanques. Entre ellos se encontraban unos edificios que pertenecían a la encomienda, en los lugares llamados Le Temple y Lépinière. ¿Escondían el acceso a unas criptas misteriosas e inundables en caso de peligro?
Es preciso recordar a este respecto el Bosque de Oriente, en Aube, uno de los lugares más fascinantes para quien esté interesado por la Orden del Temple. También allí las casas de la Orden estaban protegidas por una verdadera red de estanques y de riachuelos. A este respecto. Louis Charpentier habla de escondites bajo estos estanques y no es una observación gratuita. Quince años antes que él, León Mizelles había puesto ya de manifiesto este sistema descubriendo un escondite en el vivero de la encomienda de Coulours, inundable en caso de necesidad. Por lo que se refiere al Bosque de Oriente, las investigaciones se han vuelto imposibles, al haber sido la mayor parte de los parajes templarios sumergidos bajo un lago artificial cuyas aguas sirven para el enfriamiento de una central nuclear.
Hablar de lugares protegidos y de accesos secretos significa que había algo que proteger, pero ¿qué? Sin duda unos lugares subterráneos más idóneos que otros para el desarrollo de determinadas ceremonias. Tampoco en este caso hablamos a la ligera. Para convencerse de ello, basta con referirse a la Bove des Chavaliers que nos describe Michel-Vital Le Bossé en una interesantísima obra.
El lugar se encuentra en Orne, en el valle de la Touque. Está situado exactamente en el bosque de la Jaunière, cerca de un lugar llamado La Chevalerie. La toponimia de los alrededores es interesante, desde la Prévotière hasta Babylone, pasando por la Porte-Lancière, la Croix-Rouge, les Rouges-Terres, le Nouveau-Monde, el Pont-Percé y el Pont de Vie. La bove en cuestión no es más que uno de los numerosos subterráneos debidos a la Orden del Temple en esta región, pero su plano es cuando menos curioso, parece evocar la posibilidad de ceremonias secretas con su sala en forma de cruz celta, su pequeña estancia redonda de siete oquedades, el paso del rectángulo al cuadrado y al círculo. ¿Debe verse en él un prototipo de lugares secretos de los templarios? Es difícil decirlo, pero lo que es cierto es que tales lugares no estaban construidos así de forma gratuita.
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