Desde la encomienda de Barcelona, queremos compartir un texto del escritor e investigador español, Javier Sierra de su libro “En busca de la Edad de Oro”, donde trata sobre un tema siempre sugerente para los amantes del Temple: El Templo de Salomón. O mejor dicho, sus subterráneos.
Deseamos que su lectura sea de vuestro agrado.
Imagen del túnel de los Asmoneos
Jerusalén
Los domingos son días extraños en Jerusalén, y aquel 28 de noviembre de 1993 no fue una excepción.
Mientras los cristianos celebran su fiesta religiosa semanal, para judíos y musulmanes se trata de una jornada laborable cualquiera. Por eso, cuando poco antes de las nueve de la mañana de aquel día crucé la amplia explanada que bordea el Muro de las Lamentaciones, ese sector de la ciudad bullía en actividad.
A esas horas el muro apenas daba cobijo a unos pocos ortodoxos que inclinaban su cabeza sobre las milenarias piedras, mientras pocos metros por detrás de ellos un destacamento de hombres de negocios acudían deprisa a sus despachos. Así era –y es- Jerusalén. Ciudad de eternos contrastes.
A mano izquierda del muro, muy cerca de la embocadura del llamado Túnel de los Asmodeos, me esperaba el doctor Dan Bahat en su reducida oficina. Desde 1985 él es el máximo responsable de las excavaciones arqueológicas realizadas junto a la pared más famosa de todo Israel. De aspecto menudo y casi calvo, por sus gestos pude deducir que estaba ante un hombre hiperactivo y muy cordial.
Y para mi sorpresa, hablaba perfectamente español.
-El Muro de las Lamentaciones, que hoy es lugar de oración y que usted acaba de rodear, tiene tan sólo 57 metros de largo –comienza a explicarme nada más estrechar mi mano-, pero si sumamos toda su extensión hasta el punto más al norte que vamos a visitar, suma una distancia de 488 metros de largo. Se dice que este sector del muro, es sin embargo, únicamente una novena parte del perímetro total que tenía el templo.
Bahat –me quedó claro de inmediato- era un hombre meticuloso. Sin mediar demasiados preámbulos, nos cubrimos la cabeza con sendos kipás y tras cruzar parte del sector de oración del muro, nos adentramos en unas excavaciones que en esas fechas aún estaban cerradas al turismo.
-Para el tipo de investigación que usted realiza, seguramente le gustará ver con sus propios ojos una de las cosas más misteriosas que hemos encontrado durante nuestros trabajos de limpieza del túnel.
Asentí sorprendido.
-Acompáñeme.
Seguir a Bahat en su territorio, y en la penumbra de aquella galería, no fue fácil. Tras atravesar una gran bóveda de cañón supuestamente construida por los cruzados durante la Edad Media y admirar brevemente una maqueta que reproducía el aspecto del templo de Salomón de hace dos milenios, el doctor Bahat me invitó a recorrer un estrecho pasadizo que discurría a lo largo del muro original del antiguo templo.
-Aquí está la piedra más grande tallada jamás en Israel. Está incrustada en uno de los sectores del templo más antiguos- afirmó sonriendo satisfecho al llegar.
-¿De qué se trata?
-Estamos ante un bloque que tiene una longitud de 13,60 metros. Su peso estimado es de 600 toneladas…y sólo piedras talladas en Egipto y en Baalbek, en pleno Líbano, la superan.
Crucé una mirada de complicidad con el doctor Bahat. Pesa a que no habíamos tenido oportunidad de hablar de mi pasión por los enigmas arqueológicos y de mi certeza de que muchas culturas de nuestro pasado contaron con medios tecnológicos superiores, en ocasiones, a los actuales, sus acertados comentarios despertaron en mí un vivo interés.
Efectivamente, el Egipto se movieron piedras de más de 1000 toneladas de peso, y las de Baalbek, a las que se refería Bahat, llegaron a alcanzar las 1100 toneladas en una sola pieza. Ningún ingeniero podría hoy mover una masa así con medios mecánicos, ni manejarla con la precisión con que lo hicieron nuestros predecesores.
-¿Y cómo cree usted que fue trasladado este bloque colosal hasta aquí?
-No lo sabemos.
-¿Y se sabe a cuál de los templos perteneció?
-Eso sí. Sin duda, al segundo. Aquí no hay nada del primer templo, ya que el Muro de las Lamentaciones actual es de la época de Herodes. Los restos más antiguos habría que buscarlos en el interior, dentro de la colina del templo. Según nuestras escrituras más antiguas, recogidas en la Midrash, cuando Herodes el Grande se planteó reconstruir el templo, la colina de Moriah le pareció pequeña y decidió agrandarla enterrando para siempre las ruinas del primer templo.
Las tradiciones judías sobre la casa de Dios son muy ricas. Construida para albergar el arca de la alianza en tiempos de Salomón, y tras el Éxodo, esa edificación fue todo un símbolo para el antiguo Israel. Algunas de esas tradiciones, examinadas a fondo, contienen elementos que podrían arrojar cierta luz sobre ese misterioso monolito del muro oeste.
De hecho, una de las singularidades que han puesto de relieve los trabajos de Bahat y de la Western Wall Heritage Foundation que financia sus excavaciones, es la existencia de los que los arqueólogos judíos llaman la “Vía Maestra”. Se trata de una hilera grande de piedras particularmente pesadas, situadas cerca de la base del muro y entre las que está incrustado el colosal bloque de 600 toneladas que me mostró Bahat. Su altura supera en todos los casos los tres metros y su peso medio ronda las 370 toneladas por pieza.
Pues bien, durante la construcción del primer templo –levantado por Salomón hacia el siglo X a.C. –parece que los arquitectos dispusieron de una herramienta secreta llamada el “Shamir mágico”.
Según fuentes talmúdico-midráshicas, este Shamir era la “piedra que parte rocas”. Esto es, un elemento capaz de fundir vetas de mineral y metales sin fricción ni calor, en total silencio, y que incluso poseía la notable propiedad de tallar diamante.
Las mismas tradiciones refieren que este Shamir, una vez concluidos los trabajos del templo, se ocultó en el interior de las dos columnas gigantes que custodiaban el sanctasanctórum.
¿No es ésta una clara alusión a alguna clase de herramienta de “alta tecnología”?
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