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viernes, 16 de abril de 2010

El comercio marítimo del Temple


Desde la encomienda de Barcelona, no queremos llamar a la polémica; ya que el tema que hoy queremos abordar no está exento de acalorados e inacabables debates. Diferentes historiadores de distintos países, han venido cuestionando que el descubrimiento de América, por parte del almirante Cristóbal Colón, fuese provocado accidentalmente, creyendo que se podía llegar a las Indias por otro camino –tal y como se nos ha contado en la versión oficial del “Descubrimiento”-.

Algunos detalles,-que no pruebas- hacen pensar en la hipótesis, de que la flota salida del puerto de Palos (Huelva), atravesando el Atlántico, no fuese la primera tripulación de Occidente en pisar las tierras, de lo que hoy conocemos como América.

Una vez más el Temple se encuentra en medio de tan interesante cuestión. Desde la encomienda de Barcelona, no queremos posicionarnos en ninguna de las dos teorías, -la oficial o la hipotética-, sino en divulgar los diferentes trabajos de los historiadores, que vinculan a la Orden del Temple, como los precursores de la explotación de los recursos minerales de América.

Para ello, hemos seleccionado el texto del escritor y periodista español, Jesús Ávila Granados, de su libro “La mitología templaria”, donde defiende la hipótesis templaria, por encima de la versión oficial recogida en los libros de historia.

Deseamos que su lectura, sea de vuestro agrado.

Los templarios no dudaron en pactar con cualquier grupo de poder, practicaron la diplomacia y anticiparon al actual concepto de globalización, al tener la convicción de que la religión como modelo de orden moral y la economía como forma de poder estaban por encima de cualquier frontera. Ahí es donde intentaron basar toda su fuerza y tal vez sea lo más sustancial de su legado. Ellos, gracias a sus profundos conocimientos, a sus inmensos recursos y a la diplomacia que supieron desarrollar, no sólo controlaron muchas fuentes de la economía de su época, como los bancos de bacalao y arenque, en el Atlántico, las salinas del Levante hispano, los peajes de las grandes vías de peregrinaje (Camino de Santiago), financiando a reyes, papas y nobles…; también pueden haber sido los primeros exploradores que, con carácter científico, alcanzaron el Nuevo Mundo a través del mar de las Tinieblas (océano Atlántico), como se desprende de diferentes informaciones que analizaremos a continuación.

Entre 1272 y 1294, los templarios, que en Portugal tomarían el nombre de Orden de los Caballeros de Cristo, buscaron refugio en este país ibérico, tras la orden de persecución dictada por el monarca francés, que contaba con la bendición del Papa; los templarios redactaron en este país unos documentos que recogen su llegada a América.

En Francia, los templarios disponían de tres bases marítimas de operaciones: el puerto de la Rochelle, en la costa atlántica, y Saint-Raphaël y Colliure, en el litoral mediterráneo de Provenza y Cataluña, respectivamente. Pero era la primera, La Rochelle, la que albergaba la flota de navíos templarios más importante; el objetivo de sus navegaciones, como confirma Juan de la Varende, sigue siendo uno de los innumerables enigmas de la Orden del Temple. Este escrupuloso historiador asegura que los caballeros iban con regularidad al Nuevo Mundo, desde donde traían los barcos llenos de plata; a causa de los cual el pueblo francés afirmaba qu’ils avaient de l’argent (que tenían plata), una expresión que se ha mantenido, en su significado a disponer de mucha riqueza. Podemos deducir, no sin sagacidad, que desde los puertos franceses de Colliure, Marsella y Saint-Raphaël, los templarios navegaban hacia Tierra Santa, y también desde La Rochelle, se aventuraban a travesías por el mar Océano, en busca de las minas de plata…, como asegura el historiador francés Louis Charpentier. Igualmente, utilizaron los puertos hispanos de Denia, Palma de Mallorca y Caldes d’Estrac, para lo primero, y los de Bilbao, Avilés, Faro y Huelva, para travesías hacia el Nuevo Mundo, como veremos a continuación.

Debemos destacar algunas ideas que, a modo de pistas, confirmarían, aunque no se cuenta con pruebas, como sucede en todo el misterio del Temple, que los templarios arribaron a América dos siglos antes que Cristóbal Colón. Entre ellas, cabría señalar: la importante flota de la que disponían en La Rochelle; que al frente de cada embarcación debía de haber expertos navegantes, muchos de ellos, seguramente normandos, descendientes de aquellos vikingos que, en tiempos de Eric el Rojo, arribaron a las costas atlánticas de Norteamérica; y también bretones, famosos por su pericia en el conocimiento de las estrellas y su estrecha relación con la navegación en alta mar; que entre los templarios tendría que haber personas que conocieran muy bien la redondez del globo terráqueo, como ya lo sabía Silvestre II, el Papa benedictino del tenebroso año 1000, formado en el Scriptorium de Ripoll (Cataluña), y también el maestro de la catedral de Chartres –lo recuerdan el laberinto y el compás, demostración de la exactitud de las proporciones de nuestro planeta-; que los caballeros del Temple, por su estrecha relación con los pueblos y culturas de Palestina, habían consultado los documentos conservados en el Líbano de los fenicios, los grandes navegantes de la Antigüedad; el extraño mapa del turco Piri Reis, de unos siglos después, por otra parte, es un testimonio harto elocuente; que, tras la disolución de la orden, los templarios de la península Ibérica optaron por dispersarse, ingresando en otras órdenes militares: Calatrava, Montesa, etcétera, en España, y en la de Cristo, en Portugal. Ante todo ello, no resultaría nada extraño que los templarios hubieran llegado a América, y, concretamente, a la península mexicana del Yucatán, región especialmente rica en minas de plata.

Es preciso añadir, con respecto a la plata, que este mineral era muy escaso en el mundo Occidental de la Alta Edad Media; las acuñaciones de monedas eran fundamentalmente en oro y en bronce. En cambio, en Oriente (Tierra Santa) la plata tenía más valor que el oro. Sin embargo, en el otoño medieval, la moneda de plata –el blanco- era de uso corriente en la mayoría de países de Europa.

Hay una cuestión que a todos nos ha llamado la atención, de dónde vino el dinero que hizo posible la construcción, desde mediados del siglo XII hasta comienzos del XIV, de tantas monumentales catedrales góticas, porque Occidente era pobre, un continente cuyos recursos aún no se habían comenzado a explotar, y las epidemias, el hambre, la penuria y los desequilibrios sociales frenaban cualquier apogeo. Ante todo ello, no es difícil llegar a la conclusión de que sólo un “milagro” pudo cambiar tales limitaciones, y ese milagro muy bien podría haber sido la importancia de la plata de América por parte de los templarios.

Se dice que Cristóbal Colón consultó unos valiosos documentos cuando, antes de venir a Castilla a pedir ayuda a los Reyes Católicos, pasó por Portugal. El Almirante se mostró sumamente interesado por el contenido de tales pergaminos, atribuidos a los calatravos, herederos del Temple. La lectura de esos documentos probablemente animó aún más a Colón a emprender la aventura del viaje hacia las Indias, a través de la ruta de Occidente; tras partir de Palos de Moguer (Huelva), y recalar en las Islas Afortunadas, a pesar de los amotinamientos que soportó por parte de las tripulaciones, no cambiaría en absoluto la travesía –lo que es sospechoso-, cuya ruta fue escrupulosamente fijada de antemano por el Almirante siguiendo el paralelo 28, para aprovechar mejor los vientos alíseos, hasta alcanzar la primera isla. Al regreso a la Península, prefirió, en cambio, ascender al norte, para aprovechar las corrientes cálidas del golfo de México. De no haber conocido antes la existencia de estos documentos, leídos en Portugal y atribuidos a los templarios, muy difícilmente Colón habría establecido con tanta exactitud los trayectos, de ida y regreso, al Nuevo Mundo, sin necesitar en absoluto la consulta de ningún mapa. No es una casualidad, por lo tanto, que en las velas del Almirante campeara la cruz pateada, en justo homenaje a los caballeros del Temple. Por otra parte, el Almirante firmó con los Reyes Católicos un documento por el cual este navegante tomaría posesión de todas aquellas islas y demás territorios que descubriera a lo largo de su travesía; y no para encontrar una ruta más corta que le llevara a la conquista de las Indias, como se dijo oficialmente.

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