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martes, 13 de abril de 2010

Símbolos cristianos: el agua


Desde la encomienda de Barcelona, queremos continuar con el apartado dedicado a los símbolos cristianos. Hoy le toca el turno al agua. Ese líquido elemento, que sustenta al mundo. Y que sin duda, tiene el poder de generar vida. Pero en este caso, desde el punto de vista del cristianismo, el agua toma otras connotaciones más profundas y espirituales.

Deseamos que su lectura sea de vuestro agrado.

Sin duda el agua no sólo es importante para la vida, sino que en los evangelios, toma un valor sobrenatural. Es un elemento indispensable para la purificación del cuerpo y también del alma. Desde que Jesús de Nazaret, fuese bautizado por su primo Juan (el Bautista), el agua siempre ha estado presente tanto en la vida como en la muerte de Jesús.

Observemos el siguiente texto sagrado, para entender mejor el significado que tiene aquí el agua.

“Al día siguiente, Juan vio acercarse a Jesús y dijo: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. A él me refería, cuando dije: Después de mí viene un hombre que me precede, porque existía antes que yo. Yo no lo conocía, pero he venido a bautizar con agua para que él fuera manifestado a Israel». Y Juan dio este testimonio: «He visto al Espíritu descender del cielo en forma de paloma y permanecer sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: "Aquel sobre el que veas descender el Espíritu y permanecer sobre él, ese es el que bautiza en el Espíritu Santo". Yo lo he visto y doy testimonio de que él es el Hijo de Dios». (Jn 1, 29-34)

Cuando Jesús, ayudado por Juan el Bautista, sumergiera su cuerpo en el río Jordán, para segundos después volver a emerger a la superficie; ese hecho simboliza el morir para luego renacer. Es una especie de metamorfosis mental, corporal y espiritual, que forma parte del Misterio de Dios Padre, que ayudado por el Espíritu Santo, es capaz de llegar a la transmutación de su Hijo.

Sigamos con otra alusión “al agua”, pero esta vez, tras la muerte del Salvador.

“Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús. Cuando llegaron a él, al ver que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua.” (Jn 19, 32-34)

Cuando Jesús es atravesado por la lanza del centurión Longinos, de su herida brota no sólo sangre, sino también agua. Esta agua, es la vida purificada de Jesús, un líquido que es independiente de la sangre (cuerpo), no se mezclan. Ambas fluyen por separado, aunque juntas. De igual forma que lo hacen un padre y su hijo, cuando caminan juntos.

De igual forma, concluye el Nuevo Testamento con el Apocalipsis o Libro de las Revelaciones, con una magnífica puesta en escena, sobre lo que está por venir. Su autor, Juan el Evangelista, resume la vida de Jesús en una bonita frase.

“¡Ya está! Yo soy el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin. Al que tiene sed, yo le daré de beber gratuitamente de la fuente del agua de la vida.” (Ap 21, 6)

Aquí queda reflejado, por si todavía quedaban dudas, la importancia que tiene el agua no sólo en vida, sino también en la muerte corporal. Si conseguimos beber del “agua de la vida”, no sólo seremos increíblemente felices, sino que también desaparecerá de nuestra mente el temor a la muerte. Porque la muerte no es eterna, sino un punto de inflexión en nuestra alma y en nuestro cuerpo.

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