Hoy queremos recoger un texto de nuestro buen amigo y escritor granadino-catalán, Jesús Ávila Granados. De su libro, con variado e interesante contenido, “La mitología templaria”, hemos extraído, el siguiente capítulo dedicado a las diferentes Veracruces, repartidas por la geografía española.
Desde la encomienda de Barcelona, deseamos que el texto sea de vuestro agrado.
Imagen de la cruz de Caravaca. La que fuera custodiada por el Temple.
Como lignum crucis – o Veracruz- se conocen los fragmentos astillados de la cruz de Cristo que, repartidos por la cuenca mediterránea, son venerados por los fieles de la Iglesia Católica, como parte del crucifijo donde murió Jesús. El mayor de estos fragmentos se encuentra en la Liébana (Cantabria), conservado en el interior del monasterio de Santo Toribio; se trata de un fragmento de 635 milímetros de largo, correspondiente al brazo izquierdo de la cruz. En aquellos tranquilos parajes de los Picos de Europa encontró la paz más profunda el santo del siglo VIII (Toribio), y la inspiración para escribir el Beato de Liébana, basado en sus Comentarios al Apocalipsis. Aquel fragmento de la cruz de Cristo sería protegido luego por los caballeros del Temple, y gracias a ellos hoy tenemos la dicha de contemplar esta Vera Cruz, la más valiosa reliquia para el cristianismo. En 1512, el pontífice de la Capilla Sixtina, Julio II, no dudó en conceder el jubileo para este santuario los años en que la festividad de Santo Toribio (16 de abril) coincida en domingo; y sólo en esa jornada, el acceso lateral del templo, conocido como la puerta del Perdón, se abre de par en par a los feligreses y peregrinos, al tiempo que éstos reciben la gracia jubilar.
Además del célebre lignum crucis de La Liébana, se conocen otras Vera Cruces repartidas por la geografía hispana. Como la de Ponferrada, conservada en el Museo Diocesano de la ciudad de Astorga, todo un relicario templario realizado en oro sobre soporte de plata dorada; en el centro de la cruz está incrustada una astilla de la verdadera cruz; los símbolos de los evangelistas aparecen grabados en el interior de medallones tetralobulados, en los extremos de los cuatro brazos; también figuran la Virgen y San Juan, uno de los santos predilectos del Temple, sobre el travesaño menor y, en el centro, el Cordero de Dios.
Recordemos que la cruz templaria de doble brazo fue la utilizada por la orden antes de que el pontífice Eugenio III le concediera el signo de la cruz pateada. Este singular crucifijo, que aparece en lugares de fuerte implantación templaria, está formado por una cruz griega, en su parte superior, y una tau, en la zona inferior, que, al unirse, forman la Vera Cruz, o cruz patriarcal. De aspecto más sencillo, también es una Vera Cruz el crucifijo de Bagá, al norte de la comarca barcelonesa del Berguedà, que guarda una estrecha relación con el legendario caballero catalán Galcerán de Pinós, considerado uno de los primeros templarios.
En Segovia, y relacionada con la conocida iglesia de la Vera Cruz, también hoy otra cruz patriarcal, cuyo culto está vinculado con la fiesta de la Presentación en el Templo, o Candelaria; una fiesta que, modificada sustancialmente con otros cultos paganos, se mantiene viva en las Alcaldesas. El origen de esta Vera Cruz se remonta al año 1224, según el documento Breve otorgado por el pontífice Honorio III, aunque la forma actual es mucho más reciente, porque, al igual que el lignum crucis de Ponferrada, es de comienzos del siglo XVI; está custodiada en un lugar secreto de la ciudad de Segovia, y, lamentablemente, no puede admirarse.
Pero la Vera Cruz más famosa, sin duda, es la de Caravaca, en Murcia, cuya llegada al santuario donde se encuentra está envuelta en una sobrecogedora leyenda. El mito templario ha sobrepasado a la historia oficial, y hoy, siete siglos después de su condena por la Iglesia, la orden más enigmática del mundo medieval sigue contando con una gran riqueza legendaria, que ha sido capaz de superar las barreras del tiempo y del espacio.
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