Desde la encomienda de Barcelona, continuamos con el apartado de su autor Will Durant, "Los diez pensadores más grandes de todos los tiempos", publicado en su libro "Las ideas y las mentes más grandes de todos los tiempos".
Esta vez le toca el turno a Copérnico; que con sus teorías, cambió la visión de la humanidad, sobre el Universo.
Deseamos que su lectura sea de vuestro agrado.
Retrato de Copérnico.
Y luego, desde Polonia llegó una voz que decía que esta Tierra, escabel de Dios y sede de su peregrinaje redentor, era un satélite menor de un sol menor. Parecía una cosa muy sencilla de decir; ahora no podemos sentir miedo o extrañeza por ello; damos por hecho que esta Tierra sobre la que estamos es algo pasajero, un conjunto transitorio de elementos que se desintegrarán y que no dejarán tras de sí ni un resto. Pero para el mundo medieval, cuya filosofía había descansado totalmente en la cercanía de vecinos de la Tierra y de Dios, en la constante solicitud moral de la deidad hacia el hombre, esta nueva astronomía era una blasfemia atea, un golpe cruel y despiadado que parecía hacer caer la escalera de Jacob que la fe había construido entre los ángeles y los hombres.
El libro de Copérnico, Sobre las revoluciones de las obras celestes, había sido bien titulado, ya que ningún libro en la historia ha creado una mayor revolución. Este pío monje polaco que se sentaba pacientemente ante las estrellas desconcertantes, no tenía intención alguna de hacer daño; no sospechaba el valor que su pensamiento tendría sobre el futuro de la fe; se había perdido en la búsqueda del conocimiento y estaba seguro de que toda verdad debe ser buena y hermosa, y de que haría libres a los hombres.
Y así, por la magia de sus matemáticas, transformó un Universo geocéntrico y antropocéntrico –un mundo que giraba en torno a la Tierra parecía no ser más que la precipitación de un momento de una nebulosa flotante. Todo había cambiado, las distancias, los significados, los destinos… Y Dios, que había estado más cerca que las manos y los pies, que había parecido que habitaba en las nubes amigables y flotantes, desapareció en la lejanía de un espacio sin límites.
Era como si las paredes de la casa de un hombre hubieran sido demolidas por algún viento ciego y furioso, dejándole sin refugio en la oscuridad de lo infinito.
No sabemos cómo era de profundo un pensador como Copérnico, excepto a través de la influencia inconmensurable de su obra. Con él empezó la modernidad. Con él empezó el laicismo. Con él, la razón hizo su Revolución Francesa contra una fe entronizada desde tiempos inmemoriales, y el hombre empezó su largo esfuerzo para reconstruir, por medio del pensamiento, el destrozado palacio de sus sueños. El Cielo se vuelve mero cielo, espacio y nada, o desciende sobre la Tierra y crea visiones de utopía en los hambrientos corazones de unos hombres que una vez habían esperado conseguir el Paraíso. Era como en la fábula que contó Platón, de los dioses que habían cuidado al hombre hasta que fue mayor de edad y luego habían desaparecido, dejándole en manos de su propia inteligencia. Era como en los antiguos días salvajes, cuando el Viejo de la tribu mandaba a los hombres jóvenes a que buscaran otra tierra y allí construyeran sus propios hogares y su propia felicidad. Con la revolución de Copérnico, el hombre fue obligado a ser mayor de edad.
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