Desde
la Encomienda de Barcelona, seguimos con la conmemoración del setecientos
aniversario de la ejecución del Gran Maestre templario, Jacques de Molay. Para ello,
retomamos la segunda parte sobre si la Orden del Temple fue inocente o
culpable, realizada por el historiador francés Alain Demurger de su obra: ‘Vie
et mort de l’ordre du Temple’, que nos da su punto de vista.
Desde
Temple Barcelona deseamos que os haya gustado.
Por Alain Demurger
Pero a finales de
siglo se produce una evolución. Un estudio reciente ha demostrado que la
herejía, pese a haber sido combatida vigorosamente durante sesenta años, no
sólo no había desaparecido por completo del Languedoc, sino que había ganado a
ciertas familias de la nobleza cruzada, las familias de barones del Norte
venidos con Simón de Montfort y que se habían aposentado en el Midi. Si hay
influencia cátara, más vale explicarla por el hecho de que el Temple encuentra
sobre todo sus reclutas entre la pequeña y la mediana nobleza, que, en el
Languedoc, fueron muy permeables al catarismo, lo cual pudo afectar al Temple. Pero
no únicamente a él. En este aspecto como en muchos otros, me niego a clasificar
aparte al Temple. En resumen, quizá se dieron casos aislados de herejía, pero
la orden en conjunto no era herética. Ni siquiera Clemente V lo pensaba así. Jacobo
de Molay, en su declaración del 28 de noviembre de 1309, tenía todo el derecho
de defender la ortodoxia de la orden y hacer una profesión de fe católica. Los errores
de los templarios en materia de fe se refieren a la conducta, no a la creencia.
Además, último argumento a este propósito, si el Temple se hubiera convertido
en una secta herética, se hubiera encontrado al menos un hermano que muriese
por su fe, como entre los cátaros o los dolcinistas. Tanto los cincuenta y
cuatro condenados a la hoguera en 1310 como Molay y Charney murieron por la fe
católica.
En cuanto a la
idolatría, la adoración de la cabeza, la breve historia siguiente debe
inducirnos a la desconfianza: Guillermo de Arrablay, antiguo limosnero real,
dio una descripción tan precisa de la cabeza que la comisión de investigación
pidió al guardián de los bienes del Temple de París que la buscase. Era una
cabeza-relicario de plata…
Quedan los contactos
con el islam, que sería vano negar. Dos siglos de combate contra el infiel en
Oriente dejan huellas. Los templarios empleaban mano de obra musulmana, con
frecuencia esclava, en sus dominios de Siria-Palestina y España. Negociaban treguas
por su propia cuenta y, por lo tanto, tenían que desarrollar una diplomacia
adaptada a las costumbres del mundo musulmán. Mantenían una red de agentes
secretos (Guillermo de Beaujeu). Tampoco en esto se singularizaron. Los hospitalarios
y los barones locales hacían lo mismo.
Ya he puesto de
manifiesto la incomprensión demostrada por los occidentales en cuanto a la
política oriental. Para ellos, los latinos de Tierra Santa son amigos de los
sarracenos. Un templario irlandés explicará la impopularidad de la orden por su
buen entendimiento con los musulmanes. El diálogo siguiente entre Nogaret y
Molay, el 28 de noviembre de 1309, resulta esclarecedor, Nogaret…
…dice al maestre que
se contaba en las crónicas de Saint-Denis que, en tiempos de Saladino, sudán de
Babilonia, el que entonces era maestre de la orden y otros dignatarios habían
rendido homenaje a Saladino y que éste, enterado de la gran desgracia que
habían sufrido entonces los templarios, había dicho públicamente que los
templarios la habían padecido porque estaban carcomidos por el vicio de sodomía
y porque habían faltado a su ley y a su fe; el susudicho maestre quedó en extremo
estupefacto y declaró que nunca hasta entonces lo había oído decir, pero que
sabía bien, sin embargo, que, encontrándose en ultramar en la época en que el
maestre de la susodicha orden era el hermano Guillermo de Beaujeu, él mismo,
Jacobo y muchos otros hermanos del convento de los susodichos templarios,
jóvenes deseosos de hacer la guerra, como es costumbre en los jóvenes
caballeros […], habían murmurado contra dicho maestre porque, durante la tregua
que el difunto rey de Inglaterra había establecido con los sarracenos, dicho
maestre se mostraba sumiso al sudán y conservaba su favor; pero que,
finalmente, el susodicho hermano Jacobo y otros del susodicho convento de los
templarios quedaron satisfechos, viendo que el susodicho maestre no podía obrar
de otra manera, porque en aquel tiempo su orden tenía bajo su mano y bajo su
guarda muchas ciudades y fortalezas de la tierra del susodicho sudán […] y no
hubiera podido guardarlas de otra forma…(pp. 169-171).
Un texto apasionante,
ya que se ve en él el foso que separa a los latinos de Oriente de los cruzados,
un foso que aparece en el seno del propio Temple. Se observa también la
renovación constante del mismo. De todos modos, adviértase la mala fe de
Nogaret. En las Crónicas de Saint-Dionis no
se hace ninguna alusión a lo que él cuenta.
Se comprende muy bien
cómo pudo servirse la acusación de la impopularidad de estas prácticas para
sugerir un lazo todavía más fuerte con el islam, cuando no una conversión
secreta. ¡Cuántas especulaciones azarosas se han hecho a este respecto! Ya me
he referido al problema a propósito de las relaciones con la secta de los
asesinos y, más en general, a propósito de las relaciones entre cristianos y
musulmanes. Sólo vuelvo sobre ello para precisar que todas las elucubraciones
sobre una pretendida “ósmosis dogmática” entre templarios y musulmanes carecen
de fundamento. Por lo demás, la reacción de Molay ante las invenciones de
Nogaret confirma lo que ya se sabía: la renovación de los hombres en el Temple
es demasiado rápida para permitir la menos ósmosis. Esteban de Troyes, que
profesó en el Temple en 1297, indica en su declaración que asistió a un
capítulo en París (probablemente en 1300). “En ese capítulo, se decidió enviar
trescientos hermanos a ultramar”.
Si hubiesen tenido
lazos privilegiados en el islam. ¿se puede creer que Saladino, Baibars, Qalawun
y al-Ashraf, hubieran matado sistemáticamente a sus prisioneros templarios u
hospitalarios? No, los templarios constituyen el duro núcleo de la ofensiva
cristiana contra el islam, no el caballo de Troya del islam en el mundo
cristiano.
La acusación no era
nueva. Paradójicamente, uno de los primeros en formularla fue el emperador
Federico II, bien conocido por sus relaciones amistosas contra el cristianismo
cuando visitó el Sepulcro de Cristo. Mathieu Paris se apresuró, claro está, a
propagar la acusación de traición formulada por Federico II con ocasión de la
derrota de Gaza, en 1240. Nogaret no tuvo que buscar muy lejos para encontrar
sus argumentos.
¿Culpable o no
culpable?
Tomadas una por una,
ninguna de las acusaciones presentadas contra el Temple es falsa. Siempre se
encontraría un templario sodomita, un templario avaro, un templario violento,
un templario que, en un día de gran cólera, hablase imprudentemente sobre la fe
(recordemos a Ricaut Bonomel). Por lo demás, numerosos artículos de la regla
están dedicados a la represión de esas faltas y delitos, prueba de que existen.
Los acusadores del Temple echan abajo una puerta abierta, que hubieran podido
derribar, de la misma manera en cualquier otra casa religiosa.
Se comprueba además
que, cuanto más se retrasa el proceso, más se recargan las tintas. En 1307, los
acusados confiesan los besos obscenos en la boca, el ombligo, la parte inferior
de la espina dorsal: en 1311 se añaden al ano, la entrepierna, el sexo. Se entera
uno también de que, desde hace veinte años, si no más, todos conocen las
pequeñas manías del Temple. Un franciscano, Esteban de Néry, cuenta que, en
1291, cuando uno de sus parientes se preparaba para entrar en el Temple, sus
parientes y amigos le embromaban: “¿Así que mañana vas a besar el ano del
comendador?” Ni siquiera la comisión pontificia se lo cree ya.
Por consiguiente,
consideradas una a una las acusaciones no significan nada. Para que se
conviertan en operatorias, se precisa que una voluntad política las reúna en un
sistema coherente, ajustándose a la opinión corriente a fuerza de
deformaciones, de añadidos, de mentiras. Tal es la obra de Guillermo de Nogaret
y sus adjuntos, que trabajan por cuenta de la realeza francesa. Sólo elucidando
los motivos del rey se llega a una explicación racional de la cuestión del
Temple.
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