Desde la encomienda de
Barcelona, deseamos compartir con todos vosotros el apartado dedicado a entender
de forma amena la vida de Nuestro Señor Jesucristo y su legado doctrinario. Por
ello, os reflejamos los textos del teólogo protestante J.R. Porter, donde hemos
recogido un capítulo de su obra “Jesus Christ”, el cual intenta identificar e
indicarnos qué aspectos son diferentes en el mensaje cristiano a los judíos y a
los gentiles.
Desde Temple Barcelona
os encomendamos encarecidamente su lectura.
Fotografía de la antigua Pella, hoy Jordania, donde se cree que los
cristianos judíos se trasladaron tras la destrucción de Jerusalén en el 70 d.C.
El
cristianismo empezó como un movimiento entre las muchas corrientes existentes
en el judaísmo del silgo I. Los primeros cristinos acudían regularmente a los
servicios del Templo (Act 2, 45) y algunos fariseos que se unieron a la Iglesia continuaron
observando las normas de la ley judía (Act 15, 5). Los primeros sermones de
Pedro iban dirigidos a los judíos (Act 2, 14; 3, 12). Lo que distinguía a los
cristianos del resto de judíos era su convicción de que Jesús era el Mesías
esperado (Act 2, 36; 3, 20) y que había cumplido las profecías mesiánicas
dirigidas a Israel en las Escrituras hebreas (Act 3, 22-26).
Dentro
de la comunidad cristiana, la
Iglesia de Jerusalén –liderada por Jacobo, el hermano de
Jesús- gozaba de especial preeminencia y autoridad. Pero pronto aparecieron
tensiones, y emergió un grupo distinto de “helenistas” (Act 6, 1), cristianos
que hablaban griego y que probablemente empezaron como miembros de una sinagoga
para judíos de la diáspora (Act 6, 9). Un miembro de este grupo, Esteban, fue
ejecutado por lapidación por hablar en contra del Templo y de la ley judía (Act
6, 14; 7, 44-50), y su punto de vista provocó una oleada de persecuciones por
parte de las autoridades del Templo. Al parecer, éstas afectaron sólo a los
helenistas, a los cuales se expulsó de Jerusalén. Parece ser que no se molestó
a los apóstoles ni a otros cristianos de habla aramea (Act 8, 1),
presumiblemente porque se les seguía considerando dentro del judaísmo.
La
dispersión de los helenistas llevó la misión cristiana más allá de las
fronteras de Israel, y empezó con la prédica de Felipe a los samaritanos (Act
8, 4). Pero la verdadera crisis se produjo por la extensa y exitosa
evangelización de gentiles a manos de Pablo, el cual empezó como fariseo (Act
23, 6, 26, 5) y un celoso perseguidor de los cristianos (Act 8, 1-3). Pablo sostenía
que sus nuevos conversos no tenían por qué observar toda la ley judía
–especialmente en lo referente a la circuncisión- y su doctrina de la salvación
universal a través de la muerte y resurrección de Jesús representó un
desarrollo marcadamente nuevo del evangelio cristiano.
El
Nuevo Testamento indica que la escisión entre cristianos judíos y cristianos
gentiles, como defendía Pablo, quedó formalizada por un pacto por el que la Iglesia de Jerusalén
tomaba la responsabilidad de evangelizar a los judíos, mientras que Pablo se
encargaba de convertir a los gentiles (Gál 2, 9). Bajo este acuerdo, según los
Hechos de los Apóstoles 15, los gentiles conversos debían obedecer sólo las
“leyes noeidas”, los siete mandamientos básicos que se dice que Dios dio a Noé
después del diluvio. Los judíos debían obedecer la totalidad de la Torá.
Los
entendidos no se ponen de acuerdo sobre si esta división era real. En cualquier
caso, no está clara la cuestión de la relación entre los cristianos judíos y
gentiles. Incluso dentro de la
Iglesia de Jerusalén, algunos miembros estaban preparados
para comprometerse, mientras que otros insistían en que los gentiles “es
menester circuncidarlos y mandarles que guarden la ley de Moisés” (Act 15, 5).
El eventual dominio de los cristianos gentiles –y esto no debe considerarse
simplemente como un sinónimo para las enseñanzas de Pablo- fue básicamente el
resultado de factores externos más que de las luchas internas. El movimiento
cristiano, como un todo, preservó en sus escritos, varios textos con un claro
carácter judeocristiano, como el Evangelio según Mateo, la epístola de Santiago
y el Apocalipsis.
Sectas cristianojudías
La
destrucción de Jerusalén por parte de los romanos en el año 70 d.C., fue la
principal causa del declive del cristianismo judío y determinó que, en
adelante, la Iglesia
quedara predominantemente en manos de los gentiles. Una fuente recoge el hecho
de que los cristianos de Jerusalén emigraron a Pella, en Transjordania, y a
partir de entonces el cristianismo judío quedó cada vez más marginal y
fragmentado. Varias sectas sobrevivieron como mínimo hasta el año 300 d.C. en
diferentes partes de Oriente Próximo. Lo poco que se sabe de ellas proviene de
referencias en las obras de los Padres de la Iglesia. En ocasiones se remiten
a los evangelios judeocristianos, muchos de los cuales se basaban en el
Evangelio según Mateo, el más “judío” de los evangelios canónicos. Los padres
de la Iglesia
consideraban a la mayor parte de estos grupos como herejes, de manera que su
información no siempre es completamente fiable. Pero coinciden en una imagen
razonable de tres grupos.
El
grupo judeocristiano más conocido, los ebionitas, vivía en Transjordania, y su
nombre probablemente significa “los pobres”. Su evangelio griego era una revisión
del evangelio de Mateo, pero omitía los relatos de la Natividad y la infancia
porque los ebionitas rechazaban el nacimiento virginal. Eran “adopcionistas” y
creían que Jesús se convirtió en el Mesías y el Hijo de Dios sólo en el momento
en que el Espíritu Santo penetró en él durante su bautismo.
El
grupo que creó el evangelio de los hebreos parece haberse originado en Egipto a
principios del siglo II. El evangelio que les caracteriza reproduce ideas
gnósticas y su núcleo es el Espíritu Santo, una figura femenina como la Sofía gnóstica
(“Sabiduría”). De nuevo, el bautismo es el momento clave de la vida de Jesús.
Los
nazarenos, con sede en Aleppo, Siria, no eran considerados herejes. Su
evangelio, escrito en arameo en el siglo II d.C., también se basaba en el
Evangelio según Mateo.
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