Desde la
encomienda de Barcelona queremos volver a compartir con todos vosotros la
meditación del evangelio dominical de ayer 14 de octubre. Continuamos con el
tiempo destinado al evangelista San Marcos, donde nos habla del rico que quiere
entrar en el Cielo.
Desde
Temple Barcelona os invitamos a su madurada reflexión.
‘Cuando se puso en camino, un hombre
corrió hacia él y, arrodillándose, le preguntó: "Maestro bueno, ¿qué debo
hacer para heredar la Vida
eterna?".
Jesús le dijo: "¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno.
Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre".
El hombre le respondió: "Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud".
Jesús lo miró con amor y le dijo: "Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme".
El, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes.
Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: "¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!".
Los discípulos se sorprendieron por estas palabras, pero Jesús continuó diciendo: "Hijos míos, ¡Qué difícil es entrar en el Reino de Dios!.
Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios".
Los discípulos se asombraron aún más y se preguntaban unos a otros: "Entonces, ¿quién podrá salvarse?".
Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: "Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para él todo es posible".
Pedro le dijo: "Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido".
Jesús respondió: "Les aseguro que el que haya dejado casa, hermanos y hermanas, madre y padre, hijos o campos por mí y por la Buena Noticia,
desde ahora, en este mundo, recibirá el ciento por uno en casas, hermanos y hermanas, madres, hijos y, campos, en medio de las persecuciones; y en el mundo futuro recibirála Vida eterna’. (Mc 10, 17-30)
Jesús le dijo: "¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno.
Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre".
El hombre le respondió: "Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud".
Jesús lo miró con amor y le dijo: "Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme".
El, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes.
Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: "¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!".
Los discípulos se sorprendieron por estas palabras, pero Jesús continuó diciendo: "Hijos míos, ¡Qué difícil es entrar en el Reino de Dios!.
Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios".
Los discípulos se asombraron aún más y se preguntaban unos a otros: "Entonces, ¿quién podrá salvarse?".
Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: "Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para él todo es posible".
Pedro le dijo: "Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido".
Jesús respondió: "Les aseguro que el que haya dejado casa, hermanos y hermanas, madre y padre, hijos o campos por mí y por la Buena Noticia,
desde ahora, en este mundo, recibirá el ciento por uno en casas, hermanos y hermanas, madres, hijos y, campos, en medio de las persecuciones; y en el mundo futuro recibirá
Reflexión:
Jesús nos habla de lo
complicado que es para los hombres entrar en el Reino de Dios; sobretodo para
las personas que en la tierra gozan de bienes y no quieren deshacerse de ellos.
Conocemos lo que estamos viviendo en este mundo, desconociendo lo que nos
tocará vivir cuando el alma abandone nuestro cuerpo. Precisamente ello nos
frena a aventurarnos a repartir lo que tenemos con los que no tienen cosas
terrenales que ofrecer. Tenemos miedo de hacer el ridículo, de arruinarnos, de
sentirnos rechazados por nuestros semejantes, de perder nuestras influencias,
de sentirnos solos; en definitiva, miedo a dejar de ser como somos.
Miedo, esa es la
palabra que atenaza nuestras obras. Sólo cuando el miedo desaparezca de nuestra
mente, será cuando nuestro cuerpo se libere.
Plegaria:
¡Señor! Dame valor
para continuar por tu senda, no dejes nunca que tenga miedo de ser tu siervo.
Recuérdame lo fundamental que es el servicio a Dios y nuestra ayuda al prójimo
para poder arribar a Tu Reino.
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