Desde la encomienda de
Barcelona continuamos con el apartado destinado a indagar sobre la vida de
nuestra bella patrona, María Magdalena. Para ello hemos recuperado un nuevo
texto del teólogo catalán Lluís Busquets de su obra “Els evangelis secrets de
Maria i de la Magdalena. La
història amagada”, donde esta vez trata de desentrañar el simbolismo de los posibles
“demonios” de la Magdalena.
Desde Temple Barcelona
os recomendamos su atenta lectura.
El problema de los
demonios de la Magdalena
Ya
conocemos la cita de Lc 8, 1-3: “Recorrió a continuación ciudades y pueblos,
proclamando y anunciando la buena nueva del Reino de Dios; le acompañaban los
Doce, y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades:
María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana,
mujer de Cusa, una administrador de Herodes, Susana y otras muchas que les
servían con sus bienes”.
Aunque
el primer versículo lo encontramos en paralelo en Marcos (Mc 6, 8b) y Mateo (Mt
9, 35), que añade que enseña en las sinagogas, Lucas nos agrega al fragmento la
presencia de los “Doce” y la mención a las mujeres, que sólo es suya. En Lucas,
las mujeres constituyen el segundo grupo de seguidores de Jesús, siempre
después de los hombres, ya sean los “Doce” o los “apóstoles”. Un dato
ciertamente sorprendente, dado que esta mención de las mujeres choca con los
lectores grecorromanos de Lucas, como ya resultaba chocante para los
contemporáneos judíos de Jesús. Según B. Witherington, “era normal que las
mujeres ayudaran a los rabinos y a sus discípulos con dinero, propiedades y
alimentos, pero que dejaran su hogar para viajar con un rabino no sólo era
inaudito, sino incluso escandaloso”. Y se ha dicho que habría que leer Lc 8, 1-3
en relación con Lc 23, 49ss, esto es, en el contexto de la crucifixión y el
entierro, para entender que en la palabra “discípulos” (Lc 8, 9 y pp) deben
incluirse siempre las mujeres. Unas mujeres en cuyo grupo, y parece que las
comunidades primitivas de los evangelistas pugne por dejarlo muy claro, aparece
siempre una abanderada: la Magdalena. John
P. Meier, en su monumental obra sobre Jesús Un
judío marginal, admitiendo que “un acompañamiento de mujeres sin marido […]
no hacía sino aumentar los recelos”, el escándalo que Jesús había de afrontar
en una sociedad campesina tradicional, asegura que “ciertos pasajes evangélicos
parecen presentar a las mujeres seguidoras de Jesús desarrollando un papel
sumamente parecido al de los hombres discípulos”.
No
repetiremos lo que ya hemos dicho antes: a) desconocemos quién era Susana, pero
no la mujer de Cusa, administrador de Herodes Antipas, el único personaje al
que Jesús insulta; b) los expertos de hoy nos demuestran que las mujeres
sufragadotas económicamente del movimiento de Jesús existieron en las
comunidades tardías de Pablo y Lucas, pero no en la actividad inicial de
Galilea; c) reducir a las mujeres a un mero papel asistencial –y si provienen
del agradecimiento de una curación mejor- es muy propio de Lucas; d) el hecho
de que los “Doce”, que después de la desaparición de Judas Iscariote son
“Once”, es una concepción tardía ligada a la de gobernantes de las tribus de
Israel, a la cual Lucas tiene en alta estima (Hch 1, 6.26), pero que pronto se
esfumó de las tradiciones evangélicas. No dedicaremos más espacio a estos
puntos. Nos interesa aquí el problema de los demonios en la Magdalena , una tradición
que debía de circular pronto, pues, según todos los expertos, está presente en
el añadido final de Marcos originado por el texto lucano que analizamos (Mc 16,
9).
De
entrada, el número “siete” ya nos resulta sospechoso. “Siete” es el número de
días de la creación, el número de veces que hay que perdonar, el número de
diáconos, el número de mil cosas, porque
en la Biblia, las referencias numéricas son simbólicas. El número “siete”
significa “totalidad”, “perfección”. En nuestro caso significa que el texto
otorga gran importancia a la Magdalena. Y
como endemoniamiento y pecado iban de la mano (se consideraba la posesión
diabólica una consecuencia del pecado), significaría que la Magdalena había sido una
gran pecadora. Ya tenemos al personaje endemoniado y pecador. Para algunas
tradiciones orientales esto se habría producido porque la muchacha tuvo un
prometido que se habría ido con el grupo de Jesús. Entonces, por despecho, se
habría lanzado a la mala vida. (Como sabemos, todavía algunas tradiciones
identifican a este prometido con el apóstol Juan.) Falta un paso: si era una
pecadora de tal envergadura, no podía ser una pecadora común (Lc 7, 37); tenía
que ser una prostituta. Ya tenemos a la Magdalena convertida en prostituta, porque un
versículo de Lucas dice que habían salido de ella siete demonios.
Nos
interesan, entonces, estos demonios. No decimos nada nuevo exponiendo que las
posesiones diabólicas ocultan, para los científicos de hoy, problemas de
índole: enfermedades psicosomáticas, psicológicas o socioantropológicas. De
epilepsias e histerias. Y de problemas de matriz: una menstruante era impura
por excelencia (por eso una mujer no podía relacionarse con lo sagrado que
solicitaba pureza total: Lv 15, 19-30). La enfermedad, el mal, está por debajo
de la afección. Jesús y los suyos no alivian afecciones como una vacuna
destruye un virus o un medicamento una bacteria; enseñando a resistir la
opresión y la explotación material, deseando crear un Reino de los Cielos
opuesto al Reino del emperador de Roma, estableciendo un mundo nuevo que hace
tabla rasa de las debilidades del viejo, se cura la enfermedad, el mal que radica
bajo las dolencias.
Las
etiquetas sociales son importantes para el autor de Lucas. Para él, una
pecadora no es una prostituta ni una endemoniada (que otros lo piensen no es
problema suyo); ahora bien, otorga tal importancia a las curaciones y los exorcismos
que en el anuncio programático de la misión de Jesús en Nazaret, como hemos
visto, hace que se presente en una sinagoga inexistente como profeta sanador y
el escritor subrayará a más no poder estas praxis: Lc 4, 40-41; 5, 17; 6, 18;
7, 21.22-23; 8, 2-3; 9, 1-2.10-11; 10, 9.17-20; 13, 32; Hch 5, 15-16; 8, 6-7;
10, 38; 19, 11-12. La profesora Carmen Bernabé, al presentar Lc 8, 1-3 en
función catequética, ejemplificadora e identitaria, se plantea dos preguntas
cruciales: “¿Eran aquellas primeras discípulas de Jesús mujeres curadas de
enfermedades o malos espíritus, o más bien remite a las mujeres de la comunidad
de Lucas? ¿Se trata de una situación simplemente personal o de una dimensión
comunitaria, social y, por lo tanto, política?. Antes nos ha explicado cómo se
entendían en la antigüedad las posesiones: fuerzas extrañas y poderosas
identificadas con demonios que podían apoderarse de los seres humanos,
enajenándolos del control personal e infligiéndoles males. Pero las ciencias
actuales, empezando por la antropología y acabando por la medicina, nos definen
la posesión demoníaca como la explicación cultural de ciertos trastornos de
conciencia que pueden llegar a ser expresiones estratégicas de una protesta
íntima o una rebelión interior. Un ejemplo: la afección (neurastenia=posesión)
y el mal (la causa que provocaría la neurastenia=no sentirse valorada para
nada). Las mujeres en situación de inferioridad y desprecio en comunidades en
las que los varones monopolizan las posesiones de poder son proclives a posesiones
de este tipo y a cuadros de histeria. La posesión, pues, como la brujería –pero
no es éste el lugar para hablar de ella- se convierte en un síntoma de
problemas socioculturales, la expresión de la afección de males más profundos y
endémicos. Un hecho comunitario y político. Y salir de este callejón sin salida
es la curación.
Además
de esta interpretación sociocomunitaria de la sanación, todavía existen otras
lecturas sobre los demonios de la Magdalena.
Hay quien cree que la subordinada relativa “de la que habían
salido siete demonios” es una simple interpolación posterior para poder
degradar a uno de los personajes más queridos por Jesús, capaz incluso de
desvelar suspicacias y celos por parte de los discípulos varones, como ya
veremos. En tercer lugar, hay quien piensa que la liberación de los siete
demonios significaría que el alma de la Magdalena como ha hecho cierta tradición.
Concebirla como posesa a causa del pecado de la lujuria, del cual se habría
arrepentido el resto de su vida, es hacer el juego a quien quiso oponerla a
María madre de Jesús, ya en los albores de la Iglesia , para hacer
aparecer a esta segunda como virgen e inmaculada a costa de la demonización y
el pecado de la otra, como ya veremos.
Y
es el autor de Lucas quien inicia este filón. En efecto, en los versículos que
comentamos, funde el seguimiento a Jesús por parte de las mujeres con la
sanación y el servicio, y este solo dato parte de las mujeres con la sanación y
el servicio, y este solo dato ya lo convierte en sospechoso absoluto de
restringir la misión de predicar a los “Doce”. A la mujer siempre la reduce a
funciones asistenciales. ¿Por qué su interés en relacionar mujer y enfermedad?
Para la profesora Bernabé, “se puede afirmar que la enfermedad en Lucas no
indica una simple disfunción orgánica, sino algo más global que afecta a la
posición y la relación del individuo, en este caso, de las mujeres, con su
grupo familiar y social”. La curación significaría, por lo tanto, restablecer
amónicamente a la enferma en el papel del que se siente excluida, haciéndola
superar su propio horizonte porque, si el lugar ocupado originalmente era la
causa de la enfermedad, retornarla allí no habría solucionado nada. En el caso
de Susana, Juana o la
Magdalena , jesús no las ha devuelto a su antigua vida ni a su
núcleo familiar, sino que las ha agraciado con el horizonte de una nueva
familia donde pueden sentirse bien y pueden ejercer el papel de predicar la
buena nueva, es decir, colaborar en la posibilidad de un mundo nuevo, aunque
Lucas nos reduzca estas actividades al mero rol de mecenazgo. Marcos, en
cambio, nos dice que las galileas le “seguían y le servían” (Mc 15, 41).
“Seguir” equivale a participar plenamente en las actividades del grupo;
“servir”, ‘diakoneín’, significa
atender, asistir, prestar servicio, ayudar; no se reduce a simples actividades
asistenciales. En ningún texto neotestamentario se considera la contribución de
las mujeres inferior, menor o diferente a la de los discípulos. Esta
participación plena en un grupo heterogéneo de hombres y mujeres, en el cual
sobre todo ellas podían ser consideradas marginales desde un punto de vista
tradicional judío, ya suponía una curación.
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