Desde la encomienda de
Barcelona, proseguimos con el objetivo de poder conocer mejor a la figura de
nuestro Maestro y Salvador, a Jesucristo. Para ello hemos vuelto a recoger un
nuevo texto extraído de la obra “Jesus Christ”, escrito por el teólogo
protestante J.R. Porter, donde nos ayudará a comprender la postura de Jesús en
la instauración de una Iglesia que perdurase en el tiempo.
Desde Temple
Barcelona, os recomendamos su atenta lectura.
Representación
pictórica de la conmemoración de la Santa Cena.
Con
frecuencia se afirma que Jesús no tenía intención de fundar una Iglesia en el
sentido de un colectivo permanente de seguidores. Se asegura que Jesús esperaba
el final inminente de la era presente, pero estaba equivocado en este punto y
la Iglesia y su misión se hicieron en realidad a fin de cubrir una situación
para la que Jesús no había dejado ninguna directriz. La creación de la Iglesia
puede explicarse por la teoría sociológica conocida como “disonancia
cognitiva”, según la cual un grupo que se enfrenta al fallo de sus creencias
aceptadas mantiene su forma –en este caso, la predicción de Jesús de un rápido
fin del mundo- pero reinterpreta su sustancia. Así, la anticipación de Jesús
del fin inminente se sustituyó por la esperanza futura de sus Segunda Venida, Parousia.
Sin
embargo, muchos entendidos siguen afirmando que la fundación de la Iglesia era
un objetivo central de Jesús. La palabra griega traducida como “iglesia” es ekkleisa, que originalmente significaba
sólo “reunión” o “asamblea”. Pero la utilización del término en el Nuevo
Testamento parece derivar del Septuaginto,
la versión griega de las Escrituras hebreas, donde, además de reflejar
asambleas populares de varios tipos, ekklesia
con frecuencia denotaba también la nación de Israel. Así pues, los primeros
cristianos se veían a sí mismos como la continuación y la verdadera realización
de Israel, el pueblo elegido de Dios (Rom 9, 6-8; Gál 6, 16; Flp 3, 3; Pe 2,
9).
Podría
parecer que, al llamar a los doce principales discípulos, Jesús quería
establecer un grupo que, con él a la cabeza, constituiría las doce nuevas
tribus de Israel en la renovación de todas las cosas (Mt 19, 28; Lc 22, 28-29).
En las palabras de Jesús, el reino de Dios es tanto presente como por venir;
aquellos que entran en él constituirán una “pequeña manada” (Lc 12, 32), una
sociedad de los redimidos, cuando el reino esté completo y finalmente
realizado. Si Jesús se identifica a sí mismo como el “hijo del hombre” en
Daniel 7, también podría haber previsto a la creación de una nueva comunidad
del “pueblo de los santos del Altísimo” (Dan 7, 27). La fundación de una
comunidad también puede desprenderse de la concepción de Jesús de sí mismo como
Mesías.
Es
posible trazar una distinción muy precisa entre los puntos de vista de Jesús
sobre la inminencia del fin del mundo y los de la Iglesia primitiva. Si hay que
creer en el “Apocalipsis sinóptico”, Jesús dijo que él no conocía el momento
exacto del fin (Mt 24, 36; Mc 13, 32). Él concebía una comunidad en un estado
constante de alerta ante la inesperada aparición del hijo del hombre (Mc 13,
33-37 y paralelos) y advertía a dicha comunidad que debía dar los pasos
necesarios para sobrevivir a las catástrofes que ocurrirían en el fin del mundo
(Mc 13, 14-20 y paralelos).
Los
miembros de la Iglesia más primitiva tenían el mismo punto de vista y las
mismas esperanzas: creían que Jesús volvería pronto para establecer el reino (
1 Tes 4, 15-18), pero el momento preciso era un misterio para ellos, de manera
que todo lo que podían hacer era estar alerta y esperar (Act 1, 7; 1 Tes 5,
1-6).
Parece
probable que Jesús entendiera que sus seguidores constituían un grupo distinto
dentro del judaísmo. La Iglesia primitiva puede verse como un desarrollo orgánico
de esta idea. La comunidad de Qumrán supone un interesante paralelismo. Se
consideraba a sí misma la única representante verdadera del judaísmo y sus
miembros creían que estaban viviendo los últimos días, esperando la inminente
intervención de Dios en un momento desconocido. Probablemente, la Iglesia del
Nuevo Testamento se veía de la misma forma, como un colectivo a la espera.
Un rito fundamental:
La Santa Cena
La
institución de Jesús de la Santa Cena, o Eucaristía, puede considerarse como la
fundación formal de la Iglesia. En sus relatos de la Última Cena, Marcos y
Mateo no hacen mención de la continuación del rito, y en la versión de Lucas no
queda claro si Jesús lo concibió como tal o no. Pero Pablo, un testigo más
antiguo que los evangelistas, consideraba la Cena como el acto sacramental
central de la fe en la Iglesia: es lo que une a los creyentes en una sola
congregación (1 Cor 10, 16-17; 11, 23-26).
En
todo momento, los evangelios coinciden en que los actos de Jesús en la Última
Cena eran un rito de compromiso, lo que hace referencia al compromiso con
Israel en las Escrituras hebreas, por lo que se señalaba a Israel como el
pueblo elegido de Dios: el compromiso en la sangre de Jesús señalaba a su
Iglesia como el nuevo Israel. La Santa Cena representa el futuro gran banquete
mesiánico en el Cielo para celebrar el regreso de Jesús, pero también es un
sacramento que sus seguidores en la Tierra deben respetar en recuerdo de él.
Las
palabras y los actos de Jesús también pueden considerarse como un sustituto del
culto de sacrificio del Templo de Jerusalén, el cual representaba el verdadero
núcleo de la vida religiosa del judaísmo. Una nueva comunidad necesitaba un
nuevo modo de adoración; una comida simple sustituyó los alimentos de
sacrificio del Templo.
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