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viernes, 6 de noviembre de 2009

El Progreso de la Humanidad


Queremos abrir un debate desde la encomienda de Barcelona, en que intentemos entre todos valorar la definición de “Progreso”. Término por cierto impregnado de tintes subjetivos y que dependiendo de los tiempos, puede definirse de una manera u otra.

Así pues vamos a confeccionar una lista con los diez grandes momentos de la humanidad. Pero antes, valoremos, ¿qué es el progreso?

Las definiciones subjetivas no sirven; no debemos concebir el progreso en términos de una nación, una religión o un código moral. Tampoco podemos definir el progreso en términos de felicidad, ya que los idiotas son más felices que los genios, y aquellos a los que respetamos más no buscan la felicidad, sino la grandeza. ¿Es posible encontrar una definición objetiva de nuestro término, una que sirva para cualquier individuo, cualquier grupo, incluso para cualquier especie? El progreso es la dominación del caos por la mente y el propósito de la materia por la forma y la voluntad; y aunque intentásemos estudiar todas las formas de religión y corrientes filosóficas que han surgido desde que el hombre es hombre, y todas las culturas del mundo, adoptasen lo mejor de ellas. Aún así, mal nos pese a muchos, ese progreso quedaría incompleto.

No debemos comparar naciones en su juventud con naciones en la suavidad de la madurez cultural, y no debemos comparar lo peor o lo mejor de una era con lo mejor o peor que hemos seleccionado de todo el pasado reunido. Si descubrimos que el tipo de genio prevalente en los países jóvenes como Estados Unidos y Australia, tiene tendencia a ser ejecutivo, explorador y científico en lugar de ser pintor, poeta, escultor o músico, comprenderemos lo que cada era y lugar exige. Nuestro problema es si el nivel total y promedio de la capacidad humana ha aumentado y si hoy en día se encuentra en su cima.

Cuando tengamos una visión total y comparemos nuestra existencia moderna, precaria y caótica tal como es, con la ignorancia, superstición, brutalidad, canibalismo y enfermedades de los pueblos primitivos, nos sentiremos algo consolados: las capas más bajas de nuestra raza es posible que todavía difieran sólo ligeramente de esos hombres, pero por encima de esas capas, son miles y millones los que han alcanzado las alturas mentales y morales que presumiblemente eran inconcebibles para la mente precoz. Bajo el tremendo y complejo estrés de la ciudad, a veces nos refugiamos con la imaginación en la tranquila simplicidad de los días salvajes, pero en nuestros momentos menos románticos sabemos que es una reacción de huida de nuestras tareas actuales. El que crea en el progreso tendrá que admitir que hemos hecho demasiados avances en el arte de la guerra y que nuestros políticos, con asombrosas excepciones, continúan reservando el dinero público para sus intereses personales. En cuanto a la felicidad, ningún hombre puede decir nada, presumiblemente, depende primero de la salud, en segundo lugar del amor y en tercero de la riqueza. En cuanto a la riqueza, hacemos tales progresos que yacen en la conciencia de nuestros intelectuales; en cuanto al amor, intentamos expiar nuestra falta de profundidad con una inventiva y variedad sin precedentes. El millar de modas de dietas y drogas nos predispone a creer que estamos agobiados con enfermedades, si se nos compara con hombres más sencillos en días más sencillos, pero se trata de un engaño. Pensamos que donde hay tantos médicos deben haber más enfermedades que antes. Pero lo cierto es que no tenemos más achaques que en el pasado; sólo más dinero.

Pero aún así, la humanidad continuará sucumbiendo a las debilidades de la vida. Mientras que el oscuro espejo de la ignorancia, nos refleja a diario, que quizás un cambio de rumbo hacia la sencillez, la humildad y la pobreza, puedan beneficiar al progreso de las personas en el siglo XXI.

Comencemos sin dilaciones a encontrar esos diez grandes momentos del progreso de la humanidad, para intentar “progresar adecuadamente”.

Grandes momentos de la humanidad: 1. EL HABLA

Pensemos en ello no como un logro repentino, ni como un regalo de Dios, sino como el lento desarrollo de la expresión articulada a través de siglos de esfuerzo, desde las llamadas de aparcamiento de los animales a la lírica de la poesía. Sin palabras, o nombres comunes, que puedan dar a unas imágenes particulares la capacidad de representar a una clase, la generalización la hubiera detenido en sus inicios y la razón se hubiera quedado donde la encontramos, en bruto. Sin palabras, la filosofía y la poesía, la historia y la prosa, hubieran sido imposibles y el pensamiento nunca hubiera podido llegar a la sutileza de Einstein o de Courier. Sin palabras, el hombre no hubiera podido convertirse en hombre, ni la mujer, en mujer.

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