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sábado, 29 de junio de 2019

¿Qué es el hombre?

Era lunes, día de San Juan, el Bautista; estaba sentado en el sofá de casa cuando una reflexión de Albert Einstein, recogida en su libro Mi visión del mundo, me hizo pensar. Decía lo siguiente: 
<<¿Cuál es el sentido de la vida, cuál es, sobre todo, el sentido de la vida de todos los vivientes? Tener respuesta a esta pregunta se llama ser religioso>>.

El famoso científico alemán, con este breve párrafo, abrió la puerta de mi imaginación y salí a buscar respuestas. Entendí que para hallar sentido a la vida lo primero que debe hacer un individuo es conocerse a sí mismo.

Existen muchas personas que no saben quiénes son; tal vez sea porque no se lo hayan preguntado o, bien, porque no hayan tenido la necesidad de saberlo. ¡Cada persona es un mundo!

En la inquietud por descubrirme, me cuestioné quién soy, o lo que vendría a ser lo miso en un contexto más global: ¿Qué es el hombre? Einstein me dio la respuesta. El hombre, a diferencia del resto de animales, es un ser religioso.


¿Por qué el hombre es un homo religiosus?
Vivimos en un constante presente efímero, siempre se acaba, conduciéndonos a un futuro incierto. en esa mezcolanza de inquietudes por cumplirse, algunas motivadoras y otras desesperantes, la mente va perdiéndose por un laberinto de posibilidades. Entonces, una vez perdidos es cuando la conciencia del hombre le hace viajar al pasado, al encuentro de su origen como ser viviente.

Tras nuestro alumbramiento comenzamos nuestra pertenencia al grupo, primero al familiar y posteriormente al entorno por donde nos movemos. Esa pertenencia al grupo para la supervivencia condiciona nuestra vida, porque fueron los líderes del clan quienes ritualizaron las normas de convivencia reproduciendo una estructura repetitiva de un pensamiento individual convirtiéndolo en pensamiento colectivo. El peligro de la ritualización del grupo estriba en la sumisión del pensamiento individual.

Está ampliamente probado que las mentes más sobresalientes dependen mucho menos del grupo que aquellas más limitadas, que necesitan del colectivo para poder sobrevivir. Una conciencia poderosa busca la calma de la soledad, utilizando el pensamiento, para continuar desarrollándose.

Para aquella mente inquieta, deseosa de seguir creciendo, comenzará un viaje de su conciencia individual alejándose del subconsciente colectivo, donde deberá llegar a su ser primitivo.

Tú, lector, si sientes el impulso de comenzar ese viaje maravilloso por el tiempo y el espacio debes buscar un lugar apartado del bullicio, para que tu conciencia no se distraiga.

¿Cuál es el mejor lugar para emprender ese viaje?
En la Biblia se halla la respuesta. Tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento aparecen dos lugares bien distintos: el desierto y la montaña. El desierto refleja la desolación, la muerte. Es el tránsito que el hombre debe soportar si quiere vivir. El Éxodo del pueblo judío transcurre por el desierto hasta que llegó a la tierra prometida, a la libertad. Pero antes, Moisés subió a la montaña donde fue recompensado por Dios dándole los Mandamientos. La montaña es la elevación del hombre a lo espiritual.

De igual forma, Jesús de Nazaret permaneció en soledad en el desierto, demostrándose a sí mismo que era capaz de vencer al mal. En cambio, subía a la montaña a predicar a sus discípulos la Palabra. La montaña es la salvación del alma.

Mi querido lector, si quieres comenzar tu viaje elige una montaña frondosa, llena de vida. Permanece en soledad el tiempo que consideres necesario para arribar a tus orígenes. Así lograrás hallar la respuesta que buscas.

Al acabar esta redacción me paré a reflexionar y creo que el hombre es pensamiento.

sábado, 22 de junio de 2019

Carta a Séneca



Mi apreciado amigo Lucio Anneo Séneca.

Aunque nos separa una distancia grande, no es suficiente para evitar que haya sentido la necesidad de hacerte llegar esta carta.

Ciertamente, no tuvo que ser fácil abandonar Córdoba, tu tierra natal, a tan pronta edad para formarte como buen ciudadano de Roma. Los años dieron la razón a tu padre, Marco Anneo Séneca, de su decisión, y me alegro que aprovechases la suerte de rodearte de gente sabia.

Cayó en mis manos una de tus cartas que escribiste a Lucilio, leyéndola con el meditado silencio que tus palabras merecen. Se notan que están llenas de un deseo salvífico de invitarle a que cambie de vida.

Fijé mi atención en tu siguiente aseveración: <<[...]creo más meritorio al que (el hombre), luchando consigo mismo, ha logrado vencer sus malas inclinaciones[...]conduciéndola (el alma) al camino de la sabiduría>>. Pienso que pasaste por alto mencionar a Lucilio dónde se halla el camino de la sabiduría.

La búsqueda de la sabiduría no basta con luchar contra la decadencia de uno mismo, creyendo alcanzarla evitando las malas inclinaciones; se halla con el pensamiento deseoso, que alberga la razón de los hombres, en encontrarse con Dios, solo Uno, el Creador. A Dios no lo ha visto nadie porque es el Pensamiento universal creado por Él. Un pensamiento no tiene forma física, no puede verse pero sí imaginarse desde la conciencia.

De igual manera que cuando el artesano utiliza la arcilla para hacer una vasija antes debe pensar cuál será su forma, así pasa cuando queremos llegar a Dios, antes debemos pensar en cómo llegar a Él.

Si nos remontamos tiempo atrás, recordaremos la importancia que tuvo para los griegos el Logos, que como bien sabes, fue la palabra meditada y razonada del pensamiento divino y universal, común en la razón del hombre. Pasaron centurias y Roma convirtió el Logos en Verbum, donde el pensamiento divino dejó de ser etéreo, siendo un modo de vida con el cumplimiento de la Virtus.

Sé que para ti, mi querido amigo, es importante para la realización moral de todo hombre cumplir con esas virtudes. Pero las virtudes que defiendes, y que todo hombre debe cuidar, son tan variadas y extensas que solo una mente privilegiada, como la tuya, sería capaz de cumplir. Estarás de acuerdo conmigo, mi estimado Lucio Anneo Séneca, que si un buen hombre debe vivir humildemente y con la conciencia tranquila, no debe aspirar a ser reconocido como virtuoso porque haya cumplido con todas ellas. Mas bien su absoluta tranquilidad se la ofrecerá el sentir amor, en su cuerpo y en su alma, con cada uno de sus actos cotidianos. 

Tengo algo importante que decirte y que tal vez desconozcas. De esa pobreza, que con ahínco proclamas en tus cartas, nació Jesús en Belén, conocido con el nombre de Jesús de Nazaret. Ese hombre fue alumbrado en un humilde pesebre y compartisteis la misma época, pero en lugares diferentes. No deja de tener su gracia que tanto el Nazareno como tú vivisteis, durante un tiempo, Él de niño y tú de adolescente, en Egipto. Algo, inmensamente importante, debe tener ese país cuando de él han surgido tantas mentes brillantes.

Pues bien, mientras tú todavía no habías comenzado a escribir tus pensamientos haciéndolos públicos, viviendo en la capital del imperio más preocupado por asuntos políticos, Jesús de Nazaret predicaba en las tierras orientales de Roma un Verbum más real al que tú imaginabas. Ese Verbum, antes pensado bajo la razón divina, se vio realizado físicamente encarnándose en el Hijo, fruto del Pensamiento universal que Dios Padre regaló a la Humanidad.

Aunque te cueste creerlo, Jesús, a pesar de haber sido muerto crucificándole, sigue vivo en nosotros. Tú, ya anciano y apartado del poder político, aún puedes vivir la realidad del Verbum pleno si sientes un amor sincero hacia tus semejantes.

Jesús nos dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente. Amarás al prójimo como a ti mismo.

Como sabrás apreciar, mi estimado amigo, no hay virtud sin amor.

sábado, 15 de junio de 2019

Sobre la infinidad del amor y la brevedad de la pasión

Mi querido y querida navegante que, por los mares agitados del pensamiento, buscas viajar en calma.
Raro sería encontrarse a alguien que no haya tenido que evitar naufragar en las aguas revueltas del desamor. Los que lograron no hundirse en la tormenta enfurecida supieron agarrar el timón firmemente, sabiendo esperar pacientes a que cesara el mal tiempo.

Una vez finalizado el trayecto y haber atracado la embarcación, alguien habría podido pensar que fue un milagro quien lo llevó a buen puerto. Sabed, mi querido y querida navegante, que todo buen navío es sostenido por unas velas resistentes. solo sosteniendo el timón del corazón no es suficiente para dirigir el cuerpo del barco, se necesitan las velas del alma para surcar apaciblemente. ¡No fue un milagro!; fue lo que debía suceder.

Al igual que una nave necesita del timón y de las velas para navegar alegre, al ser humano le es necesario hacer servir el alma y el corazón para hallar la felicidad de amar y de ser amado.
Todos hemos sentido el impulso de la pasión de la carne, de tomar a la persona que despertó en nuestra mente emociones placenteras y también de haber sido el deseo de otras personas, que de nosotros persiguieron lo mismo.


Hallar el placer de la pasión no es la mejor solución para saciar el apetito sintiéndose pleno, porque al igual que cuando ingerimos alimentos al tener hambre volveremos unas horas después a tener que repetir esa misma acción. En la temporalidad de la digestión está la fragilidad del cuerpo, y es ese corto espacio de tiempo lo que dura la pasión carnal. Al ser la pasión breve, también será el interés por la otra persona, siendo apartada al tomar un segundo plato de comida.

Deberemos ser conscientes que no somos manjares, sino personas con sentimientos, que para sentirnos saciados plenamente debemos respetarnos y querernos, primero a nosotros mismos y después a las demás personas.

Cuídate de sentirte un objeto de deseo, porque serás temporal. Mas bien haz que tu corazón y tu alma hagan rebosar de plenitud a tu mente; solo así hallarás el amor de tu alma y de tu corazón, el mismo que no querrá abandonarte porque, al igual que tú, se sentirá saciado.

En la infinidad del amor se encuentra la felicidad y si fracasas en el intento de hallarlo no naufragues, acuérdate de enderezar bien el timón, de desplegar presto las velas y estate sereno porque lograrás navegar por la inmensidad del océano del amor.

sábado, 8 de junio de 2019

Reflexionar es de sabios



Han pasado casi tres años de silencio; tres años sin poner ni una coma en el blog. Quizá no tuviese tiempo o tal vez no me dio la gana clavarme en el escritorio, acercar mi silla a la mesa y hacerme con el teclado del ordenador. El caso es que he vuelto a sentir las ganas de compartir mis ideas con vosotros.

Un runrún inquietante, que desde hacía algunas semanas rondaba por mi mente, me convenció que debía escribir sobre las ideas que distraen mi cerebro. Por eso, en la cabecera he puesto, con un tamaño de letra más grande, la palabra “Reflexiones”. Esa palabra creí que era la más oportuna para indicar qué pretendo conseguir a la hora de subir un texto; la de haceros pensar detenidamente sobre el tema expuesto.

Ciertamente, no a todas las personas les gusta madurar las cosas cuando no es de imperiosa necesidad. Nuestra mente, por ahorrar energía para otras cosas vitales, pasa de puntillas sobre la mayor parte de las situaciones que suceden a nuestro alrededor. Pensar conlleva un esfuerzo, reflexionar puede llevar al agotamiento. Con esto, no quiero que penséis que cuando suba un texto lo haga para fastidiaros; lo que quiero es que os entretengáis pensando.


“El pensamiento refleja la naturaleza divina del hombre”. Esta cita fue de Napoleon Hill, escritor estadounidense y autor de autoayuda, que leí en su obra Piense y hágase rico, donde exponía ejemplos de éxito forjados por el pensamiento. Pero de lo que quiero que reflexionéis no son de los bienes materiales, que obviamente son importantes para nuestra subsistencia, sino de la razón alentada por Dios al hombre. Ese pensamiento es un gran tesoro que desarrolla la riqueza del alma humana.

La abundancia intangible, que rebosa de esperanza el corazón, libera al ser humano de los sufrimientos por alcanzar el reconocimiento social de su entorno, proporcional a sus posesiones materiales. Eso me llevó a plantearme que si la oración es importante como comunicación con el Creador, cuán no sería el pensamiento fervoroso en peticiones hacia Dios.

Si el Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda la limitación del hombre para poder expresar plenamente el infinito misterio de Dios, la Revelación de su Verbo encarnado, Jesucristo, no solo es la Palabra sino que, me atrevo a decir, también es el Pensamiento; ya que Jesús no imagina el mensaje de su Padre, lo tiene siempre presente, y habla a sus discípulos en boca de Él. Si lo que acabo de plantear fuera cierto, puedo afirmar sin equivocarme que Adán fue el hombre creado y Jesús fue el hombre pensado.