© 2009-2019 La página templaria que habla de cultura, historia y religión - Especial 'Proceso de los templarios'

sábado, 22 de junio de 2019

Carta a Séneca



Mi apreciado amigo Lucio Anneo Séneca.

Aunque nos separa una distancia grande, no es suficiente para evitar que haya sentido la necesidad de hacerte llegar esta carta.

Ciertamente, no tuvo que ser fácil abandonar Córdoba, tu tierra natal, a tan pronta edad para formarte como buen ciudadano de Roma. Los años dieron la razón a tu padre, Marco Anneo Séneca, de su decisión, y me alegro que aprovechases la suerte de rodearte de gente sabia.

Cayó en mis manos una de tus cartas que escribiste a Lucilio, leyéndola con el meditado silencio que tus palabras merecen. Se notan que están llenas de un deseo salvífico de invitarle a que cambie de vida.

Fijé mi atención en tu siguiente aseveración: <<[...]creo más meritorio al que (el hombre), luchando consigo mismo, ha logrado vencer sus malas inclinaciones[...]conduciéndola (el alma) al camino de la sabiduría>>. Pienso que pasaste por alto mencionar a Lucilio dónde se halla el camino de la sabiduría.

La búsqueda de la sabiduría no basta con luchar contra la decadencia de uno mismo, creyendo alcanzarla evitando las malas inclinaciones; se halla con el pensamiento deseoso, que alberga la razón de los hombres, en encontrarse con Dios, solo Uno, el Creador. A Dios no lo ha visto nadie porque es el Pensamiento universal creado por Él. Un pensamiento no tiene forma física, no puede verse pero sí imaginarse desde la conciencia.

De igual manera que cuando el artesano utiliza la arcilla para hacer una vasija antes debe pensar cuál será su forma, así pasa cuando queremos llegar a Dios, antes debemos pensar en cómo llegar a Él.

Si nos remontamos tiempo atrás, recordaremos la importancia que tuvo para los griegos el Logos, que como bien sabes, fue la palabra meditada y razonada del pensamiento divino y universal, común en la razón del hombre. Pasaron centurias y Roma convirtió el Logos en Verbum, donde el pensamiento divino dejó de ser etéreo, siendo un modo de vida con el cumplimiento de la Virtus.

Sé que para ti, mi querido amigo, es importante para la realización moral de todo hombre cumplir con esas virtudes. Pero las virtudes que defiendes, y que todo hombre debe cuidar, son tan variadas y extensas que solo una mente privilegiada, como la tuya, sería capaz de cumplir. Estarás de acuerdo conmigo, mi estimado Lucio Anneo Séneca, que si un buen hombre debe vivir humildemente y con la conciencia tranquila, no debe aspirar a ser reconocido como virtuoso porque haya cumplido con todas ellas. Mas bien su absoluta tranquilidad se la ofrecerá el sentir amor, en su cuerpo y en su alma, con cada uno de sus actos cotidianos. 

Tengo algo importante que decirte y que tal vez desconozcas. De esa pobreza, que con ahínco proclamas en tus cartas, nació Jesús en Belén, conocido con el nombre de Jesús de Nazaret. Ese hombre fue alumbrado en un humilde pesebre y compartisteis la misma época, pero en lugares diferentes. No deja de tener su gracia que tanto el Nazareno como tú vivisteis, durante un tiempo, Él de niño y tú de adolescente, en Egipto. Algo, inmensamente importante, debe tener ese país cuando de él han surgido tantas mentes brillantes.

Pues bien, mientras tú todavía no habías comenzado a escribir tus pensamientos haciéndolos públicos, viviendo en la capital del imperio más preocupado por asuntos políticos, Jesús de Nazaret predicaba en las tierras orientales de Roma un Verbum más real al que tú imaginabas. Ese Verbum, antes pensado bajo la razón divina, se vio realizado físicamente encarnándose en el Hijo, fruto del Pensamiento universal que Dios Padre regaló a la Humanidad.

Aunque te cueste creerlo, Jesús, a pesar de haber sido muerto crucificándole, sigue vivo en nosotros. Tú, ya anciano y apartado del poder político, aún puedes vivir la realidad del Verbum pleno si sientes un amor sincero hacia tus semejantes.

Jesús nos dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente. Amarás al prójimo como a ti mismo.

Como sabrás apreciar, mi estimado amigo, no hay virtud sin amor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario