Han
pasado casi tres años de silencio; tres años sin poner ni una coma
en el blog. Quizá no tuviese tiempo o tal vez no me dio la gana
clavarme en el escritorio, acercar mi silla a la mesa y hacerme con
el teclado del ordenador. El caso es que he vuelto a sentir las ganas
de compartir mis ideas con vosotros.
Un
runrún inquietante, que desde hacía algunas semanas rondaba por mi
mente, me convenció que debía escribir sobre las ideas que distraen
mi cerebro. Por eso, en la cabecera he puesto, con un tamaño de
letra más grande, la palabra “Reflexiones”. Esa palabra creí
que era la más oportuna para indicar qué pretendo conseguir a la
hora de subir un texto; la de haceros pensar detenidamente sobre el
tema expuesto.
Ciertamente,
no a todas las personas les gusta madurar las cosas cuando no es de
imperiosa necesidad. Nuestra mente, por ahorrar energía para otras
cosas vitales, pasa de puntillas sobre la mayor parte de las
situaciones que suceden a nuestro alrededor. Pensar conlleva un
esfuerzo, reflexionar puede llevar al agotamiento. Con esto, no
quiero que penséis que cuando suba un texto lo haga para
fastidiaros; lo que quiero es que os entretengáis pensando.
“El
pensamiento refleja la naturaleza divina del hombre”. Esta cita fue
de Napoleon Hill, escritor estadounidense y autor de autoayuda, que
leí en su obra Piense y hágase rico, donde exponía ejemplos
de éxito forjados por el pensamiento. Pero de lo que quiero que
reflexionéis no son de los bienes materiales, que obviamente son
importantes para nuestra subsistencia, sino de la razón alentada por
Dios al hombre. Ese pensamiento es un gran tesoro que desarrolla la
riqueza del alma humana.
La
abundancia intangible, que rebosa de esperanza el corazón, libera al
ser humano de los sufrimientos por alcanzar el reconocimiento social
de su entorno, proporcional a sus posesiones materiales. Eso me llevó
a plantearme que si la oración es importante como comunicación con
el Creador, cuán no sería el pensamiento fervoroso en peticiones
hacia Dios.
Si
el Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda la limitación del
hombre para poder expresar plenamente el infinito misterio de Dios,
la Revelación de su Verbo encarnado, Jesucristo, no solo es la
Palabra sino que, me atrevo a decir, también es el Pensamiento; ya
que Jesús no imagina el mensaje de su Padre, lo tiene siempre
presente, y habla a sus discípulos en boca de Él. Si lo que acabo
de plantear fuera cierto, puedo afirmar sin equivocarme que Adán fue
el hombre creado y Jesús fue el hombre pensado.
Buena reflexión
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