En
la pasada festividad del Pilar, patrona de España, curiosamente al
igual que es patrón el apóstol Santiago, pude concluir la aventura
del Camino de Santiago, llegando hasta la misma catedral donde
reposan los huesos del primer apóstol que bebió del cáliz de la
Última Cena.
Retomé
el camino en el municipio leonés de Villafranca del Bierzo,
pernoctando en los albergues de las villas de O Cebreiro,
Triacastela, Barbadelo, Gonzar, estas en la provincia de Lugo;
Melide, Pedrouzo (Arca do Pino) y Santiago de Compostela, estas
últimas en la provincia de La Coruña.
Recorrí
en siete días más de 170 kilómetros, que parecían no acabarse
nunca. Y este último matiz es importante, porque mi deseo es que
hubieran sido jornadas rodeadas de cierto misticismo; ya saben:
sensaciones espirituales cercanas a Dios. Pero la realidad fue otra
bien distinta. Entre las subidas y las bajadas, que iban alternándose
por el camino, las articulaciones de la rodilla izquierda comenzaron
a molestarme, alejándose de mi lento caminar las ansiadas visiones
de las que esperaba disfrutar. Incapaz de sentir otra cosa que no
fuera el dolor articular, me pareció que mi alma se había ido de
vacaciones, dejándome en compañía de las ganas por acabar
dignamente los trayectos.
Yo
quería encontrarme con aquel discípulo de Jesucristo para que me
ayudase a vivir la grandeza de Dios. Lo cierto, es que de nada
sirvieron los húmedos paisajes verdosos, que desprendían una
mezcolanza de agradables fragancias cuando perfumaban mi torpe
peregrinar. Ni tampoco ayudó la calidez del sol que me acompañó
durante días evitando que mi rodilla débil se entumeciera y me
fuese imposible caminar. También fueron inútiles los ánimos que me
daban las buenas personas, con las que me rodeé durante la sufrida
estancia, para hallar el soñado contacto con el apóstol Santiago.
Nada… por aquel camino no transitó conmigo ningún vestigio de
presencia divina.
Sobre
las 13 horas del pasado 12 de octubre, atravesé el umbral de la
puerta de los peregrinos. Subí cojeando, cargado con mi mochila, con
cuidado de no caerme, por la escalera antigua que llevaba al abrazo
con Santiago. Una vez arriba, le puse la mano derecha en la vieira,
que llevaba en su espalda, y tras pedirle, brevemente, por todos mis
seres queridos, bajé a la planta de la catedral por el otro extremo
de la escalera, repitiéndome para mis adentros: ¡Por fin lo
encontré!
. . .
Oración
al peregrino:
Apóstol Santiago, elegido entre
los primeros, tu fuiste el primero en beber el cáliz del Señor, y
eres el gran protector de los peregrinos; haznos fuertes en la fe y
alegres en la esperanza, en nuestro caminar de peregrinos siguiendo
el camino de la vida cristiana y aliéntanos para que, finalmente,
alcancemos la gloria de Dios Padre. Amén.
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