Me
ha llevado algún tiempo el poderme relajar, en no dejarme llevar por
la ira que sentía al ver que los sueños que me habían venido
acompañando, desde que me invistieron como caballero templario, allá
por el año 2005, parecía que se desvanecían. Guerras internas
movidas por el ego de sentirse "diferente" al resto, fueron
aniquilando la esperanza de muchos hermanos, que nos veíamos
desamparados ante tanto delirio de grandeza.
Después
de haber soportado un dolor que me abrasaba las entrañas, acabé
agarrando mi manto y marché con él cabizbajo como si se hubiera
perdido Tierra Santa, para acabar plegándolo y depositarlo con
cuidado en un rincón del armario. Ahí, el blanco manto estuvo
durante meses rodeado por las tinieblas, esperando a que lo volvieran
a sacar para poder relucir con la luz.
Fue
pasando el tiempo y me vino a la mente la siguiente pregunta: ¿Qué
sería una vida sin sueños? Entonces, comencé a tener miedo.
Entendí que un hombre sin sueños es imposible que disfrute de la
vida. , me dije. Incluso el espíritu de Lucifer, que perdió la fe
tras ser apartado de la luz, sueña con derrotar a Dios, a su propio
creador. ¿Y Dios, también sueña?, me cuestioné. Debe ser
difícil soñar cuando se vive en una realidad infinita, máxime,
teniendo en cuenta que como Creador es capaz de hacer que todo se
cumpla a su antojo. ¡Dios no sueña, actúa!, exclamé. Para
soñar ya están las criaturas que tienen la ilusión de cumplir sus
deseos, aunque para tal propósito sean otros los que actúen.
Calderón
de la Barca, hace siglos, abordó con acierto este tema, lo explicó
magistralmente en un soliloquio, donde concluye en boca del
protagonista Segismundo, diciendo: que la vida es sueño; y los
sueños, sueños son. Pero al igual que los sueños circulan
vivos por los rincones de la mente, también saben morirse, la mayor
de las veces, de pena por no verse cumplidos. Así, no es de extrañar
que existan gentes que por no actuar a tiempo, constaten cómo los
sueños acabaron sepultados. También eso lo hizo patente un genio
atormentado del romanticismo, Bécquer, que en una de sus rimas,
afirmó al final de la misma: ¡Oh, qué amor tan callado, el de
la muerte!; ¡Qué sueño el del sepulcro, tan tranquilo!.
Por
todo ello, no espere a ver cómo sus sueños se desvanecen por
dejadez y actúe para que no acaben siendo solo sueños. ¿Acaso se
quedó quieto Jesús de Nazaret cuando fue introducido en el Sepulcro
tras su muerte en la cruz? Jesucristo no se conformó con su suerte y
no permaneció en su tumba, sino que resucitó de entre los muertos
para que todo cuanto dijo, hizo, y prometió a sus discípulos no
quedara en un simple sueño. ¡Dios no sueña, actúa!
Por
eso les invito a que no dejen de soñar, a que cojan sus mantos y
dirijan una oración al Señor, dándole las gracias por haberles
hecho soñadores.
Por +Ramón Villar Reyes
Por +Ramón Villar Reyes
No hay comentarios:
Publicar un comentario